https://www.badosa.com
Publicado en Badosa.com
Portada Biblioteca Novelas Narrativas globales
3/87
AnteriorÍndiceSiguiente

Fecundación fraudulenta

Episodio 2

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaMar del Plata, Playa Grande

—¿Y el padre del bebé?, ¿quién es?

—Es un muchachito de la misma edad que Mabel. No sabe lo que está pasando; mi hermana se lo ha ocultado. No se le puede pedir nada, no está en condiciones de afrontar la situación, es un niño.

Álvez ironizó:

—Sí, un niño, pero no tuvo empacho en actuar como un hombre al acostarse con tu hermana. Mirá el desastre que causó.

—Es verdad, doctor, tiene razón...

Viéndola bajar la mirada, Álvez preguntó:

—¿Vos tenés idea de cómo solucionar este problema?, ¿pensás acaso que yo puedo hacerlo? Te anticipo que no hago intervenciones cuando está tan avanzado el embarazo. Menos, a una chica de trece años. Es muy peligroso, ¿lo sabías, no? A esta altura de mi carrera, no quiero asumir riesgos, no tengo necesidad, quiero vivir tranquilo. No debiste venir, no puedo ayudarte.

Álvez la presionaba cada vez más, quería verla suplicante, rendida a sus pies. Esperó la respuesta de la muchacha que, trémula, no atinaba a decir palabra alguna. Finalmente, balbuceante, con los ojos llenos de lágrimas, imploró.

—Doctor, ¡ayúdeme por favor! Le pagaré, ¡se lo juro! Lo necesito, sólo usted puede hacer algo por mi hermanita.

El llanto la hacía tartamudear, su padecimiento era sincero. Él lo sabía, leía en ella como en un libro abierto. Al verla sometida, agotadas sus fuerzas, se dispuso a controlarla. Aprovecharía esa irrepetible oportunidad para convencerla.

—Es muy riesgoso y caro —dijo Álvez—. ¿Lo has pensado seriamente?

—Sí, doctor —contestó Alicia.

—No te creo —dijo el médico—. No has medido las consecuencias. Con los menores no se juega, es imprudente. Este lío te supera, debes admitirlo.

—¡No me quite la esperanza, doctor!, trabajaré durante años si es necesario, le pagaré lo que sea.

Él contestó sardónicamente:

—¿Debo entender que tampoco tenés dinero para pagar la práctica? Es lo último que te faltaba. ¿Vos te creés que soy un quijote?, ¿que me gusta suicidarme todos los días? ¡Por favor, querida!, ¿por qué motivo, me comprometería en una situación tan riesgosa? Ya te dije, no hago abortos cuando el embarazo está tan avanzado, menos gratis. Una operación de éstas lo mínimo que puede costar es tres mil dólares. ¿Los tenés?

El silencio de Alicia fue una clara respuesta: seguía llorando desconsoladamente.

—¿Podés pagar este precio, o no?

—Ya se lo dije doctor, créame, trabajaré mucho, podré juntar la plata. Vender todo lo que tengo, pediré prestado, finalmente cumpliré con usted. Por favor, se lo imploro, haga un esfuerzo. ¡Salve a mi hermanita!

Como para acorralarla al máximo, Álvez le dijo:

—Lo siento, muchacha, esto no es para mí. No te preocupes, encontrarás otros médicos menos exigentes y más baratos.

—Doctor, mi familia es pobre pero honesta... Deme tiempo. No se imagina cómo he peregrinado. Primero fui al hospital a ver al doctor Quiroga. Mi primo me recomendó. Me trató de delincuente, me echó, me llamó desfachatada, gritó que allí nadie hacía abortos. Vociferó también que hacerlos constituye un grave delito, que me incriminaba personalmente, comprometiendo a mi hermana.

Álvez la interrumpió sonriendo para decirle:

—Claro, por supuesto, Quiroga no hace legrados, me remite a mí sus pacientes... Su participación es del treinta por ciento, nunca se olvida de reclamármela.

Alicia guardó silencio: «todo era basura», pensó. Pero no podía flaquear, Mabel la necesitaba.

—¿Qué más te pasó? —dijo Álvez.

—De todo, doctor, es increíble: en el hospital no se permiten los anticonceptivos, los espirales están prohibidos. El gobierno sostiene que son abortivos. Había una mujer humilde que no quería tener más hijos, la sacaron volando, lloraba, decía que la habían humillado porque era indigente.

—Es la realidad —dijo Álvez—. Las que no tienen recursos económicos no tienen salida, no pueden atenderse privadamente, están condenadas por su pobreza. Es así, esa mujer no mintió. Esta política de silencio acrecienta la incultura popular. El número de embarazos no queridos inexorablemente crece. Cuando el problema se presenta, ya es tarde, no se ofrece solución alguna.

—Es horrible, doctor; le aseguro que salí del hospital aterrada, temía que me denunciaran a la policía. Nunca me sentí tan denigrada.

—¿No visitaste a otros médicos particulares?

—Sí, a dos, me dijeron lo mismo que usted. El riesgo quirúrgico, la edad de Mabel, el precio...

—¿Mucha plata, che?

—Muchísima, doctor: dos mil dólares al contado.

Moviendo la cabeza, él dijo.

—No es tanto, creeme, te hicieron precio.

Ella no supo qué decir pero luego aclaró:

—Sé que los costos dependen de muchos factores. Cerca de mi casa hay una comadrona que cobra poco. Dos mujeres se le han muerto; una de ellas, a causa de una hemorragia, la otra por una infección. Mabel no sobreviviría, se desangraría sin remedio.

Álvez reconoció:

—Es verdad, trabajan sin asepsia, son ignorantes, incapaces. Casi es preferible que te atienda un carnicero.

—Ya no sé qué hacer, doctor; tengo miedo de ver a una partera, no confío en ellas.

—Hacés bien, querida. Las de ahora son simples enfermeras, se espantan de su propia sombra. ¡Pobrecita la que cae en sus manos!

Alicia calló un instante respetuosamente; luego siguió su relato:

—Se da cuenta, doctor: debo insistir en ver a profesionales capacitados, de confianza. Sólo así permitiré que Mabel aborte. Puede morir... Eso no me lo perdonaría jamás.

—Está bien, querida, pero no soy el único médico de esta ciudad. ¿Por qué te encaprichaste conmigo?

—Los demás quieren el dinero contante y sonante. Yo no lo tengo aún, es una fortuna para mí... Necesito tiempo.

—¿Tiempo?, ¿cuánto necesitas?

—No sé, doctor, siete u ocho meses. Vendería algunas cosas, unos pocos amigos podrían colaborar. Mamá tiene un anillo de oro y un collar de perlas cultivadas. No valen mucho, pero me iría acercando.

—Mirá, querida, en esta actividad no se financia nada. Una vez que terminó la crisis, todos se borran. Seguí contándome, ¿qué te dijeron los médicos?

—Como le dije, doctor Álvez, no hubo forma de convencerlos. Además, aunque hubiera tenido plata, me exigían que estuvieran presentes papá y mamá. Eso es imposible, mi padre está muy enfermo, se moriría. Usted es mi último recurso... Se lo suplico. Mi hermanita es lo que más quiero en este mundo, me tortura ver cómo avanza su embarazo. Cada día más... Apiádese de nosotros, déme algo de plazo, le juro por mis ojos que le voy a pagar. Si usted quiere le firmo un documento... Pero no me deje a la deriva, se lo imploro, doctor.

3/87
AnteriorÍndiceSiguiente
Tabla de información relacionada
Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
Por el mismo autor RSS
Fecha de publicaciónOctubre 2000
Colección RSSNarrativas globales
Permalinkhttps://badosa.com/n101-03
Opiniones de los lectores RSS
Su opinión
Cómo ilustrar esta obra

Además de opinar sobre esta obra, también puede incorporar una fotografía (o más de una) a esta página en tres sencillos pasos:

  1. Busque una fotografía relacionada con este texto en Flickr y allí agregue la siguiente etiqueta: (etiqueta de máquina)

    Para poder asociar etiquetas a fotografías es preciso que sea miembro de Flickr (no se preocupe, el servicio básico es gratuito).

    Le recomendamos que elija fotografías tomadas por usted o del Patrimonio público. En el caso de otras fotografías, es posible que sean precisos privilegios especiales para poder etiquetarlas. Por favor, si la fotografía no es suya ni pertenece al Patrimonio público, pida permiso al autor o compruebe que la licencia autoriza este uso.

  2. Una vez haya etiquetado en Flickr la fotografía de su elección, compruebe que la nueva etiqueta está públicamente disponible (puede tardar unos minutos) presionando el siguiente enlace hasta que aparezca su fotografía: mostrar fotografías ...

  3. Una vez se muestre su fotografía, ya puede incorporarla a esta página:

Aunque en Badosa.com no aparece la identidad de las personas que han incorporado fotografías, la ilustración de obras no es anónima (las etiquetas están asociadas al usuario de Flickr que las agregó). Badosa.com se reserva el derecho de eliminar aquellas fotografías que considere inapropiadas. Si detecta una fotografía que no ilustra adecuadamente la obra o cuya licencia no permite este uso, hágasnoslo saber.

Si (por ejemplo, probando el servicio) ha añadido una fotografía que en realidad no está relacionada con esta obra, puede eliminarla borrando en Flickr la etiqueta que añadió (paso 1). Verifique que esa eliminación ya es pública (paso 2) y luego pulse el botón del paso 3 para actualizar esta página.

Badosa.com muestra un máximo de 10 fotografías por obra.

Badosa.com Concepción, diseño y desarrollo: Xavier Badosa (1995–2018)