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Fecundación fraudulenta

Episodio 13

Ricardo Ludovico Gulminelli
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Contemplando la maravillosa ciudad de Mar del Plata, poco poblada en esa época del año, la pareja buscó un sitio que los reparara del frío aire, ya casi al filo de la madrugada. Se sentaron sobre una roca dispuestos a contemplar el amanecer; estaban cansados, desabrigados, el gélido viento marino les erizaba la piel, pero ansiaban ver el sol naciente. Los minutos pasaban y ambos sabían que la espera estaba justificada; estaban seguros de que esa próxima alborada sería eterna. Imprevistamente, un ligero resplandor aclaró el horizonte ya iluminado tenuemente, en un punto elegido, mágico y universal. Fue como si un diminuto ojo de fuego, curiosa, cautelosamente, escudriñara el mundo sobre el horizonte. Fue creciendo lentamente, como si se tratara de una perezosa explosión; en un ascenso gradual pero constante, el dorado astro fue ocupando espacios mayores, reflejándose en las aguas del océano y formando un fantástico hongo de raíces acuáticas y cresta celestial. Fue como si una silenciosa, pausada y benéfica bomba nuclear hubiera estallado, hasta que repentinamente el sol se divorció del mar y, desembarazado del alba, se hizo exclusivo protagonista de la escena. Al mismo tiempo, el mágico encanto de la situación fue diluyéndose, dejando en Alicia y en Roberto, la sensación de haber presenciado una cópula sublime y de encontrarse ahora, dulcemente sorprendidos por un orgasmo de naturaleza celestial. Fue en ese momento cuando ambos, sin saber por qué, sintieron la necesidad de fundirse en un abrazo, de apretarse fuertemente, como dos náufragos que imprevistamente encontraran socorro. Ese hondo sentimiento que los embargara los impulsaba a unirse, a buscarse. Pero aún la apetencia sexual, que sin duda la había, no era lo primordial. Necesitaban preliminarmente saciar su sed de afecto sustancial; eso los impelía a buscar mutuamente protección, Roberto se sintió pletórico al experimentar el contacto con ese cuerpo joven y tembloroso. Toda esa juventud vibraba al son de su música y se le ofrecía gratamente. Observó a la muchacha, en la claridad del amanecer y contempló la afectuosa mirada de Alicia, sus labios que lo invitaban a besar. Así lo hizo, suavemente, dejando que su boca descansara largamente en la de ella, mordiéndosela con ternura, mojándosela delicadamente y sintió por primera vez el sabor de Alicia, que devolvía cada uno de sus gestos, cada uno de sus afectuosos roces. En un continuado abrazo, volvieron caminando hasta el punto de partida, no lejos de allí. Como consecuencia de esa extraña comunión que habían experimentado, sabían perfectamente que no debían continuar avanzando en su relación aquella noche. No querían destruir el encanto de su encuentro; sabían que de algún modo volverían a verse, que estaban destinados a pertenecerse, al menos por un tiempo, ¿quién podría saber cuánto? Roberto llevó a Alicia hasta la casa de una amiga, con la cual se quedaba a dormir. Antes de despedirse, le preguntó cariñosamente al oído, mientras la abrazaba y besaba levemente en el cuello:

—Alicia, me gustaría volver a verte, ¿vos querés?

La muchacha, muy a su pesar, se sintió herida por el recuerdo de Álvez, por la imagen de su sufriente hermana. Jamás pensó que su tarea sería tan angustiante; por una parte nada le costaría acostarse con Roberto; por el contrario, estaba segura de que sería placentero. Por otra parte, traicionarlo le parecía despreciable. Intuía en él una fascinante espiritualidad, una bondad poco común, pero la cruda realidad no le permitía elegir. Dijo con los ojos húmedos:

—Sí, Roberto, yo también te quiero volver a ver.

Luego de arreglar su segundo encuentro, Alicia se fue entre encantada y deprimida. Roberto, esperanzado y lleno de excitación. Comenzaba un nuevo capítulo de sus vidas, pleno de emociones nuevas, y de dolor.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónOctubre 2000
Colección RSSNarrativas globales
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