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Fecundación fraudulenta

Episodio 68

Ricardo Ludovico Gulminelli
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MAR DEL PLATA
Viernes, 16 de febrero de 1990, a las 21 h

Se encontraron en el vestíbulo del hotel. Rocío y Roberto se habían vestido de sport como les gustaba. Fueron a cenar a una pizzería que él siempre frecuentaba. Pese a la tensión que habían sufrido, ambos estaban animados, alegres de estar nuevamente juntos. El puente que los vinculaba era cada vez más sólido, más transitable. Estaba implícito que entre ellos algo pasaba; ninguno de los dos se atrevía a dar el primer paso, pero ambos deseaban vincularse más íntimamente.

—¡Qué gusto estar de nuevo con vos, Rocío! Es un verdadero placer, se me nota en la cara, ¿no?

—No sé, no exageres...

—No exagero, sos desconfiada, ¿eh? ¿Qué tengo que hacer para que me creas?, ¿jurar por Dios?

—¡No!, por favor, ¡eso no!: ¡si sos un ateo!, no creés ni en vos mismo. Estás pasado de vueltas, en esto no te hago caso...

—¡Mil perdones! —dijo él—, cierto que te educaron las monjas. Debés creer que soy mefistofélico. No te gusta nada que sea agnóstico, ¿no?

—No me gusta, ni me desagrada, respeto tu libertad de pensamiento. Lo que no me satisface es que te tires tanto contra la Iglesia... Parece que te olvidas de que, al fin y al cabo, está compuesta sólo por hombres.

—Justamente —dijo Roberto—, no por dioses infalibles. Pero ellos pretenden que no se equivocan, que sus interpretaciones no pueden ser discutidas.

—Mirá, vos decí lo que quieras, pero no podés ignorar que en el mundo entero se advierte una especie de renacimiento de lo religioso. Fijate lo que pasa en Europa oriental, o con el nuevo cristianismo de los Estados Unidos, o con los musulmanes...

—No pongas como ejemplo a los mahometanos, por favor, su deporte nacional es el de lapidar mujeres, por cualquier tontería. Mejor fijate en Europa occidental: allí no es tan fácil drogar a la gente con la religión, predomina la ciencia, no la superstición.

—Sin embargo —dijo Rocío—, no existe contradicción entre lo religioso y lo científico. Si hubo una Gran Explosión que creó el Universo, los astrofísicos no explican por qué, ni qué hubo antes. Lo mismo podríamos decir con el fenómeno de la evolución: aunque provengamos de un ser unicelular primitivo, ¿cómo comprender nuestra actual perfección?

—¿Perfección?, ¡si somos apenas un montoncito de células!; en mi opinión, somos simplemente el orden que resulta del caos. De una selección de millones de años, de innumerables variaciones, hemos resultado nosotros, nada más. Cuando me prueben lo contrario me hago creyente; hasta rezaré, te lo juro.

—Sos un perjuro incorregible —expresó sonriendo Rocío—, no tenés perdón.

—Mira, Rocío, si Dios es tan bueno como yo quisiera, no me sancionaría por mi descreimiento. En cambio, si me condenara por mi falta de fe sería un Dios detestable; yo no podría adorarlo. Mientras tanto adoro a las mujeres hermosas como vos...

—Estás sumamente lisonjero, pero no te preocupes, no me molesta...

—¿Puedo seguir entonces? —preguntó Roberto.

—Podés.

—Gracias, Rocío, ¿pongo las cartas sobre la mesa?, ¿te animás?

Ella contestó con cierta vacilación:

—Me animo, creo...

—Está bien, decime, Rocío, ¿qué nos está pasando?, porque algo nos pasa, ¿no?

Ella bajó su mirada y sonrojándose visiblemente dijo:

—No sé, no me atrevo a decir nada.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónMarzo 2001
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