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La Celestina

Tragicomedia de Calisto y Melibea

Tercer auto

Fernando de Rojas
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ARGUMENTO DEL TERCER AUTO

Sempronio vase a casa de Celestina, a la cual reprende por la tardanza. Pónense a buscar qué manera tomen en el negocio de Calisto con Melibea. En fin, sobreviene1 Elicia. Vase Celestina a casa de Pleberio. Quedan Sempronio y Elicia en casa.

Ilustración
SEMPRONIO. (Aparte) ¡Qué espacio2 lleva la barbuda! Menos sosiego traían sus pies a la venida. A dineros pagados, brazos quebrados. (En voz alta) ¡Ce, señora Celestina, poco has aguijado!3
CELESTINA. ¿A qué vienes, hijo?
SEMPRONIO. Este nuestro enfermo no sabe qué pedir. De sus manos no se contenta: no se le cuece el pan.4 Teme tu negligencia. Maldice su avaricia e cortedad, porque te dio tan poco dinero.
CELESTINA. No es cosa más propia del que ama que la impaciencia: toda tardanza les es tormento, ninguna dilación les agrada. En un momento querrían poner en efecto sus cogitaciones;5 antes las querrían ver concluidas que empezadas. Mayormente estos novicios amantes que contra cualquier señuelo vuelan sin deliberación, sin pensar el daño que el cebo de su deseo trae mezclado en su ejercicio e negociación para sus personas e sirvientes.
SEMPRONIO. ¿Qué dices de sirvientes? Parece por tu razón que nos puede venir a nosotros daño deste negocio e quemarnos con las centellas que resultan deste fuego de Calisto. ¡Aun al diablo daría yo sus amores! Al primer desconcierto que vea en este negocio, no como más su pan: más vale perder lo servido que la vida por cobrarlo. El tiempo me dirá qué haga; que primero que caiga del todo, dará señal, como casa que se acuesta.6 Si te parece, madre, guardemos nuestras personas de peligro, hágase lo que se hiciere: si la hubiere hogaño; si no, a otro año; si no, nunca [...suyo será el daño]. Que no hay cosa tan difícil de sufrir en sus principios que el tiempo no la ablande e haga comportable.7 Ninguna llaga tanto se sintió que por luengo tiempo no aflojase su tormento, ni placer tan alegre fue que no le amengüe su antigüedad. El mal e el bien, la prosperidad e adversidad, la gloria e pena: todo pierde con el tiempo la fuerza de su acelerado principio. Pues los casos de admiración e venidos con gran deseo: tan presto como pasados, olvidados. Cada día vemos novedades e las oímos e las pasamos e dejamos atrás; disminúyelas el tiempo, hácelas contingibles.8 ¿Qué tanto te maravillarías si dijesen «la tierra tembló», o otra cosa que no olvidases luego; así como: helado está el río, el ciego ve ya, muerto es tu padre, un rayo cayó, ganada es Granada y el rey entra hoy, el turco es vencido, eclipse hay mañana, la puente es llevada,9 aquél es ya obispo, a Pedro robaron, Inés se ahorcó? ¿Qué me dirás sino que a tres días pasados, o a la segunda vista, no hay quien dello se maraville? Todo es así, todo pasa desta manera, todo se olvida, todo queda atrás. Pues así será este amor de mi amo: cuanto más fuere andando, tanto más disminuyendo; que la costumbre luenga amansa los dolores, afloja e deshace los deleites, desmengua las maravillas. Procuremos provecho, mientras pendiere la contienda. E si a pie enjuto10 le pudiéremos remediar: lo mejor, mejor es; e si no, poco a poco le soldaremos11 el reproche o menosprecio de Melibea contra él. Donde no,12 más vale que pene el amo que no que peligre el mozo.
CELESTINA. Bien has dicho. Contigo estoy y agradado me has. No podemos errar. Pero todavía, hijo, es necesario que el buen procurador13 ponga de su casa algún trabajo, algunas fingidas razones, algunos sofísticos actos; ir e venir a juicio, aunque reciba malas palabras del juez. Siquiera por los presentes que lo vieren, no digan que se gana holgando el salario. E así vendrá cada uno a él con su pleito e a Celestina con sus amores.
SEMPRONIO. Haz a tu voluntad, que no será éste el primer negocio que has tomado a cargo.
CELESTINA. ¿El primero, hijo? Pocas vírgenes, a Dios gracias, has tú visto en esta ciudad que hayan abierto tienda a vender, de quien yo no haya sido corredora de su primer hilado.14 En naciendo la muchacha, la hago escribir en mi registro; e esto para que yo sepa cuántas se me salen de la red. ¿Qué pensabas, Sempronio? ¿Habíame de mantener del viento? ¿Heredé otra herencia? ¿Tengo otra casa o viña? ¿Conócesme otra hacienda más deste oficio de que como e bebo, de que visto e calzo? En esta ciudad nacida, en ella criada; manteniendo honra, como todo el mundo sabe, ¿conocida, pues, no soy? Quien no supiere mi nombre e mi casa, tenle por extranjero.15
SEMPRONIO. Dime, madre, ¿qué pasaste16 con mi compañero Pármeno, cuando subí con Calisto por el dinero?
CELESTINA. Díjele el sueño e la soltura,17 e cómo ganaría más con nuestra compañía que con las lisonjas que dice a su amo; cómo viviría siempre pobre e baldonado,18 si no mudaba el consejo; que no se hiciese santo a tal perra vieja como yo. Acordéle quién era su madre, por que no menospreciase mi oficio; por que, queriendo de mí decir mal, tropezase primero en ella.
SEMPRONIO. ¿Tantos días ha que le conoces, madre?
CELESTINA. Aquí está Celestina, que le vio nacer e le ayudó a criar. Su madre e yo: uña e carne. Della aprendí todo lo mejor que sé de mi oficio. Juntas comíamos, juntas dormíamos, juntas habíamos nuestros solaces, nuestros placeres, nuestros consejos e conciertos. En casa e fuera, como dos hermanas. Nunca blanca19 gané en que no tuviese su mitad. Pero no vivía yo engañada, si mi fortuna quisiera que ella me durara. ¡Oh muerte, muerte! ¡A cuántos privas de agradable compañía! ¡A cuántos desconsuela tu enojosa visitación! Por uno que comes con tiempo, cortas mil en agraz;20 que siendo ella viva, no fueran estos mis pasos desacompañados. ¡Buen siglo haya, que leal amiga e buena compañera me fue! Que jamás me dejó hacer cosa en mi cabo,21 estando ella presente. Si yo traía el pan, ella la carne; si yo ponía la mesa, ella los manteles. No loca, no fantástica ni presuntuosa, como las de agora. En mi ánima,22 descubierta se iba hasta el cabo de la ciudad con su jarro en la mano, que en todo el camino no oía peor de «señora Claudina». ¡E, a osadas,23 que otra conocía peor el vino e cualquier mercaduría! Cuando pensaba que no era llegada, era de vuelta. Allá la convidaban, según el amor todos le tenían; que jamás volvía sin ocho o diez gustaduras:24 un azumbre25 en el jarro e otro en el cuerpo. Así le fiaban dos o tres arrobas26 en veces,27 como sobre una taza de plata.28 Su palabra era prenda de oro en cuantos bodegones había. Si íbamos por la calle, dondequiera que hubiésemos sed entrábamos en la primera taberna y luego mandaba echar medio azumbre para mojar la boca. Mas, a mi cargo, que no le quitaron la toca por ello, sino cuanto la rayaban en su taja,29 e andar adelante. Si tal fuese agora su hijo, a mi cargo que tu amo quedase sin pluma30 e nosotros sin queja. Pero yo le haré de mi hierro,31 si vivo; yo le contaré en el número de los míos.
SEMPRONIO. ¿Cómo has pensado hacerlo, que es un traidor?
CELESTINA. A ese tal, dos alevosos.32 Haréle haber a Areúsa. Será de los nuestros. Darnos ha lugar a tender las redes sin embarazo por aquellas doblas33 de Calisto.
SEMPRONIO. ¿Pues crees que podrás alcanzar algo de Melibea? ¿Hay algún buen ramo?34
CELESTINA. No hay cirujano que a la primera cura juzgue la herida. Lo que yo al presente veo te diré: Melibea es hermosa; Calisto, loco e franco. Ni a él penará gastar, ni a mí andar. ¡Bulla moneda e dure el pleito lo que durare! Todo lo puede el dinero: las peñas quebranta, los ríos pasa en seco; no hay lugar tan alto que un asno cargado de oro no lo suba. Su desatino e ardor basta para perder a sí e ganar nosotros. Esto he sentido, esto he calado, esto sé dél y della, esto es lo que nos ha de aprovechar. A casa voy de Pleberio, quédate adiós. Que, aunque esté brava Melibea, no es ésta, si a Dios ha placido, la primera a quien yo he hecho perder el cacarear.35 Cosquillosicas36 son todas. Mas después que una vez consienten la silla en el envés del lomo, nunca querrían holgar; por ellas queda el campo: muertas sí, cansadas no.37 Si de noche caminan, nunca querrían que amaneciese; maldicen los gallos porque anuncian el día e el reloj porque da tan aprisa. Requieren las Cabrillas e el Norte,38 haciéndose estrelleras. Ya cuando ven salir el Lucero del Alba, quiéreseles salir el alma: su claridad les oscurece el corazón. Camino es, hijo, que nunca me harté de andar, nunca me vi cansada. E aun así, vieja como soy, sabe Dios mi buen deseo. ¡Cuánto más éstas, que hierven sin fuego! Cautívanse del primer abrazo, ruegan a quien rogó, penan por el penado, hácense siervas de quien eran señoras, dejan el mando e son mandadas; rompen paredes, abren ventanas, fingen enfermedades; a los chirriadores quicios de las puertas hacen con aceites usar su oficio sin ruido. No te sabré decir lo mucho que obra en ellas aquel dulzor que les queda de los primeros besos de quien aman. Son enemigas del medio: continuo están posadas en los extremos.
SEMPRONIO. No te entiendo esos términos, madre.
CELESTINA. Digo que la mujer o ama mucho a aquel de quien es requerida, o le tiene grande odio. Así que, si al querer despiden, no pueden tener las riendas al desamor.39 E con esto, que sé cierto, voy más consolada a casa de Melibea que si en la mano la tuviese. Porque sé que, aunque al presente la ruegue, al fin me ha de rogar; aunque al principio me amenace, al cabo me ha de halagar. Aquí llevo un poco de hilado en esta mi faltriquera,40 con otros aparejos que conmigo siempre traigo para tener causa de entrar, donde mucho no soy conocida, la primera vez; así como: gorgueras, garvines,41 franjas,42 rodeas,43 tenazuelas,44 alcohol,45 albayalde46 e solimán,47 agujas e alfileres. Que tal hay que tal quiere. Por que donde me tomare la voz, me halle apercibida para les echar cebo o requerir de la primera vista.48
SEMPRONIO. Madre, mira bien lo que haces; porque cuando el principio se yerra, no puede seguirse buen fin. Piensa en su padre, que es noble y esforzado; su madre, celosa e brava; tú, la misma sospecha. Melibea es única a ellos: faltándoles ella, fáltales todo el bien. En pensarlo tiemblo. No vayas por lana e vengas sin pluma.
CELESTINA. ¿Sin pluma, hijo?
SEMPRONIO. O emplumada, madre, que es peor.
CELESTINA. ¡Alahé, en mal hora a ti he yo menester para compañero, aun si quisieses avisar a Celestina en su oficio! Pues cuando tú naciste, ya comía yo pan con corteza. ¡Para adalid49 eres tú bueno, cargado de agüeros y recelo!
SEMPRONIO. No te maravilles, madre, de mi temor, pues es común condición humana que lo que mucho se desea jamás se piensa ver concluido. Mayormente que en este caso temo tu pena e mía. Deseo provecho; querría que este negocio hubiese buen fin. No porque saliese mi amo de pena, mas por salir yo de laceria.50 E así miro más inconvenientes con mi poca experiencia que no tú como maestra vieja.
ELICIA. ¡Santiguarme quiero, Sempronio! ¡Quiero hacer una raya en el agua! ¿Qué novedad es ésta, venir hoy acá dos veces?
CELESTINA. Calla, boba, déjale, que otro pensamiento traemos en que más nos va. Dime, ¿está desocupada la casa? ¿Fuese la moza que esperaba al ministro?51
ELICIA. E aun después vino otra e se fue.
CELESTINA. ¿Sí... que no en balde?
ELICIA. No, en buena fe, ni Dios lo quiera; que aunque vino tarde, más vale a quien Dios ayuda, etcétera.52
CELESTINA. Pues sube presto al sobrado53 alto de la solana54 e baja acá el bote del aceite serpentino,55 que hallarás colgado del pedazo de la soga que traje del campo la otra noche, cuando llovía e hacía oscuro. E abre el arca de los lizos56 e hacia la mano derecha hallarás un papel escrito con sangre de murciélago, debajo de aquel ala de drago57 al que sacamos ayer las uñas. ¡Mira no derrames el agua de mayo58 que me trajeron a confeccionar!
ELICIA. Madre, no está donde dices. Jamás te acuerdas de cosa que guardas.
CELESTINA. No me castigues, por Dios, a mi vejez; no me maltrates, Elicia. No enfinjas59 porque está aquí Sempronio, ni te ensoberbezcas; que más me quiere a mí por consejera que a ti por amiga, aunque tú le ames mucho. Entra en la cámara de los ungüentos e en la pelleja del gato negro, donde te mandé meter los ojos de la loba, le hallarás. E baja la sangre del cabrón e unas poquitas de las barbas que tú le cortaste.
ELICIA. Toma, madre, veslo aquí. Yo me subo, e Sempronio, arriba.
CELESTINA. (A solas) ¡Conjúrote, triste Plutón,60 señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada,61 capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos que los hirvientes étnicos62 montes manan, gobernador e veedor63 de los tormentos e atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres Furias64 (Tisífone, Mégera e Alecto), administrador de todas las cosas negras del reino de Estige65 e Dite66 con todas sus lagunas e sombras infernales e litigioso caos, mantenedor de las volantes arpías67 con toda la otra compañía de espantables e pavorosas hidras!68 Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula,69 te conjuro por la virtud e fuerza destas bermejas letras; por la sangre de aquella nocturna ave con que están escritas; por la gravedad de aquestos nombres e signos que en este papel se contienen; por la áspera ponzoña de las víboras de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado: vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad y en ello te envuelvas e con ello estés sin un momento te partir; hasta que Melibea, con aparejada oportunidad que haya, lo compre y con ello de tal manera quede enredada que, cuanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi petición; e se le abras e lastimes de crudo e fuerte amor de Calisto, tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mí e me galardone mis pasos e mensaje. Y esto hecho, pide e demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces con presto movimiento, tendrásme por capital enemiga; heriré con luz tus cárceles tristes y oscuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre. E otra e otra vez te conjuro. E así, confiando en mi mucho poder, me parto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto.
Edición y notas © 2004 by Alberto del Río Núñez
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Fecha de publicaciónMayo 2006
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