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La falsa María

Wanda

Andrés Urrutia
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Matilde estaba sentada cómodamente en la peluquería mientras su largo cabello negro desaparecía poco a poco a golpes de tijera. Era una de las mejores peluquerías de la ciudad así que no temía el resultado, y de todas maneras no le vendría mal un cambio de imagen. Si iba a ser Wanda Soch su cabello debía ser cortado al ras, casi como el de un hombre pero con el toque femenino de unas pequeñas puntas curvadas delante de las orejas. A medida que el corte avanzaba el espejo le devolvía una apariencia menor a sus 37 años, y eso estaba muy bien, porque Wanda Soch tenía 34. Lo imperdonable, se decía a sí misma, era que Tomás le hubiera dado a su creación semejante descripción. ¿Por qué el cabello corto? ¿Por qué 34 años? Sin duda no había pensado en llegar a estos extremos al momento de dar vida a su personaje, sino lo hubiera descrito lisa y llanamente con su apariencia. No, había sido quizás una descripción al azar, o quizás la mujer que él querría tener, su modelo ideal, o el modelo de mujer que él querría ser. Por suerte la altura era similar, Matilde medía un metro setenta y dos, y dos centímetros de diferencia casi ni se notan, pensaba.

El día anterior había recibido todos los mails que Tomás y Carmen se habían intercambiado y los leyó varias veces. Carmen parecía ser una mujer solitaria, y en sus últimos mails lucía atormentada por su deseo. Tormento y vergüenza, ésas parecían ser las palabras adecuadas para describir su estado.

Volvió a enfrentarse con el espejo cuando el corte de cabello estaba casi finalizando. ¿Así luce Wanda Soch? Se preguntó a sí misma. Su rostro había cambiado casi por completo, era más anguloso y joven, enmarcado en una delgada cabellera cortada al ras, muy negra. El corte le daba un toque ciertamente varonil, pero no de manera grotesca: era un pequeño, un casi imperceptible matiz de masculinidad que le confería un aspecto ligeramente andrógino. Ello hacía que resaltaran mucho más sus ojos en el conjunto, y los ojos eran la principal arma de Matilde, lo que la hacía enigmática e impenetrable. En realidad podía decirse que tenía dominio sobre sus ojos, y tener dominio sobre los propios ojos es en buena medida tener dominio sobre los demás.

La sesión en la peluquería demoró cerca de dos horas. Cuando regresó a su departamento pasó largo rato mirándose al espejo. Luego meditó un instante y abrió el guardarropas. Sin ponerse a dudar tomó un abrigo de piel negra que desde hacía mucho tiempo no usaba. Le pareció lo más adecuado para la primera ocasión.

Inmediatamente de probárselo y devolverlo al guardarropa, tomó el teléfono. Tomás había avanzado tanto con Carmen que ya habían intercambiado los números telefónicos. Carmen le envió por mail el suyo y él respondió proporcionándole el de Matilde. Eso había sucedido en la mañana y quedaron en hablarse por primera vez ese mismo día. Discó lentamente. A los pocos segundos, respondió una voz femenina del otro lado del tubo.

—¿Habla Carmen? —preguntó Matilde.

Cuando la voz dijo que sí, ella respondió con tono firme:

—Hola, soy Wanda.

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Copyright ©Andrés Urrutia, 2001
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Fecha de publicaciónJulio 2007
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