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La falsa María

Desayuno en el puerto

Andrés Urrutia
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Matilde y Tomás volvieron a encontrarse para desayunar. Lo hicieron en la confitería frente al Puerto del Buceo, a ambos les gustaba sentir cerca el mar, y ya la habían tomado como refugio cada vez que deseaban encontrarse fuera del departamento de ella.

Habían transcurrido casi diez meses desde que todo comenzó. Diez meses de encuentros, de mails, de filmaciones subrepticias. Diez meses recorriendo y recreando historias, diez meses de lecturas que a su vez eran fuente de nuevas experiencias. Sin saberlo, Carmen se había convertido en una mujer sin intimidad, siempre a la vista de un voyeur oculto, de una presencia permanente e ignorada. O era filmada o Matilde revelaba cada uno de los detalles de su vida. Integraba la trinidad sin saberlo.

Esta vez fue Matilde quien pidió la cita. Ambos cumplieron con el ritual del desayuno sin cruzarse palabra alguna, salvo las indispensables, como si quisieran que nada importunase lo que tenían que decirse. Ambos también sabían que el tema de conversación sería inevitablemente Carmen, pues exclusivamente en torno a ella había girado su relación durante esos últimos diez meses.

Comieron sin prisa las tostadas y bebieron el café lentamente, contemplando el horizonte brumoso que poco a poco se cernía sobre el mar y que parecía avanzar hacia ellos. Comenzaba el invierno.

—Quiero que nos dejes —dijo entonces Matilde cuando vio que ambos terminaron el desayuno. Habló sin apartar la vista del paisaje, en el cual la bruma comenzaba a desdibujar los pequeños barcos y lanchas anclados pacíficamente en el puerto.

—¿Que las deje? ¿A ti y a Carmen? ¿A eso te refieres? —le preguntó él en rápida sucesión, sorprendido por la manera directa en que ella había iniciado la conversación.

—Sí —respondió ella tajante, y mientras lo hacía giraba la cabeza para enfocarse directamente en los ojos de Tomás—. Voy a decirle la verdad, o parte de ella por lo menos. No te meteré a ti en nada. Voy a decirle que no me llamo Wanda, que no soy una economista, que no trabajo en ninguna corporación y le confesaré a lo que realmente me dedico. Le diré que fui yo quien la contactó en el chat, que era yo quien le enviaba los mails, y que le mentí por vergüenza. Por supuesto omitiré lo de las filmaciones. Son tuyas, consérvalas y recuérdanos.

Tomás no supo que responderle y sólo atinó a volver a preguntar para darse tiempo, para poder formarse una composición de lugar, un estado de situación, y entonces decidir su forma de proceder. Por ello, sólo se le ocurrió preguntar:

—¿Por qué?

—Porque estoy enamorada de ella, y si esta comedia tenebrosa continúa sé que la perderé —le contestó Matilde con inusual franqueza—. Lo admito, me he enamorado, la necesito.

—¿Y no temes perderla cuando sepa que eres una puta? —le dijo duramente Tomás con evidente intención de herirla.

—Es una posibilidad —contestó ella haciendo caso omiso al agravio—. En tal caso continuaré con mi vida y la olvidaré.

—¿Y tú de verdad crees que voy a salirme de la relación así como así? —dijo él inmediatamente, con una voz extrañamente fría y a la vez suave. Una voz que Matilde desconocía y que llegó a intranquilizarla. Era una voz que prometía malos augurios—. ¿Acaso no recuerdas que yo creé a Wanda? —insistió él—. ¿Acaso no recuerdas cómo apareció Carmen en nuestras vidas?

—Tú creaste la cáscara de Wanda, lo que se puede conocer a través de la red. Eso no es más que una caricatura. Le diste una apariencia y burdas fantasías. Yo en cambio la convertí en un ser de carne y hueso, le di un espíritu, algo que tú no podías nunca haberle dado. Tomás —dijo Matilde luego de hacer una pausa y cambiar el tono de su voz. Ahora su tono era menos duro, diríase que hasta suplicante—, nos conocemos desde hace años, más que un cliente eres un amigo. Esto es muy importante para mí. Después de mucho tiempo vuelvo a sentir amor por alguien, vuelvo a excitarme pensando en otra persona, a ponerme ansiosa a medida que se acerca la hora de verla, y no quiero perder eso como ya lo perdí una vez.

—¿Y tú crees que esto no es también importante para mí? —le contestó Tomás en el mismo tono de voz que segundos antes había sorprendido e intranquilizado a Matilde—. Esto es para mí una segunda vida que hace soportable la primera, es como ser otra persona, tener ese espacio al lado del real, es como volver a nacer.

—Pero lo mío es amor, Tomás, y es más importante que tu ficción —le dijo Matilde sin abandonar el tono casi suplicante que había adoptado, sin posturas, sinceramente. La súplica y Matilde era para Tomás una combinación hasta ahora impensada, imposible de concebir. Una Matilde implorando era una especie de contradicción monstruosa.

—Lo mío también es importante —respondióle Tomás, ahora consciente de la debilidad de su interlocutora, cuyos ojos se habían tornado vidriosos. Tomás nunca había visto llorar a Matilde. ¿Lloraría ahora?, pensó. Y se dijo que sería interesante verla llorar, aún cuando más no fuera esa sola vez.

—Lo que tú pretendes es imposible —dijo por fin ella, cambiando sorpresivamente de tono y volviendo a ser la Matilde de siempre, aún cuando sus ojos continuaban vidriosos. Habló como si quisiera reponerse, mientras a la vez luchaba por contener el llanto.

—No te das cuenta —prosiguió ella— que lo que quieres es ser una mujer y amar a otra mujer y por eso inventaste toda esta historia que ya no puede continuar. No puedes cambiar la naturaleza, Tomás. Tu segunda vida, lo que llamas tu segunda vida, es una farsa, una mentira, entiéndelo por favor —terminó diciéndole visiblemente molesta.

—Continuará —le respondió él con la misma voz segura que lo había caracterizado durante toda la conversación—. ¿Cómo crees que reaccionaría ella si se enterara de que tú, su gran amor, la ha filmado en sus momentos más íntimos para satisfacción de un cliente? Olvidas que tengo copia de todas las cintas. ¿Cómo crees que reaccionaría al recibir el video en que está sola, esperándote con un collar de perra sujeto a una pared, desnuda, luego de que la pasearas en cuatro patas, arrastrándola cada vez que se detenía?

—Eso fue idea tuya —lo interrumpió Matilde alzando levemente la voz, cuidándose de no gritar, pero apretando los dientes como intentando contener el grito.

—¿Crees que no te dejaría? ¿Piensas que no te despreciaría? —continuó él sin reparar en las palabras de ella.

—No te atreverías —contraatacó ella—. ¿Cómo reaccionaría tu mujer si se enterara de mi existencia y de este juego?

Tomás rió.

—A mi mujer, querida amiga, sólo le importa la comodidad que yo le brindo. ¿Sabes cuánto hace que ni siquiera la toco?

Matilde se sintió acorralada. Tuvo el impulso de armar un escándalo, de abofetear a Tomás allí mismo, delante de todos, y luego salir huyendo. No hizo nada de eso, y en su lugar suplicó:

—No me quites la posibilidad del amor, por favor. Ya lo perdí una vez, no quiero perderlo de vuelta. Te prometo que seguiré contigo, cumpliendo tus fantasías, lo que desees, pero déjame a ella, déjame intentarlo.

—Vuelve a tu primer amor si eso es lo que quieres —le dijo él mirándola fijamente— pero Carmen es de Wanda, y Wanda es mi creación.

—Estás loco —le contestó ella—. Y vacío.

Al decir esta última palabra se levantó de su silla, tomó rápidamente la cartera y el abrigo y salió sin siquiera ponérselo, pese al frío y al viento que soplaba. Tomás la contempló impávido a través de los cristales, mientras ella, con paso apurado, se perdía en la bruma que ya había ganado hasta la misma calle.

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Copyright ©Andrés Urrutia, 2001
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Fecha de publicaciónJulio 2008
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