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El Mar de los Sargazos

Manuel Orestes Nieto
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaMar de los Sargazos
VI. LOS LAGOS SIN LUZ
En el Mar de los Sargazos
todo ocupó su lugar desde el principio.
En la zona de los Lagos sin Luz
no es permitida la entrada,
salvo a los custodios de sus orillas abismales.
Allí el agua perdió su color y hay que nadar a tientas.
El fondo no parece existir y tampoco el horizonte.
Es una oquedad,
como una noche que nunca acaba.
Nadie sabe con certeza
cómo surgió este silencio oscuro
que a veces cruje y se retuerce,
pero no hay explicación para su dolor.
Es como un monumento inútil,
sin sentido.
Una bóveda de vértigo y desmesura.
En esta mancha espesa nada crece,
nada se multiplica.
Como piedra líquida y helada.
Una desolación parecida a una advertencia,
contraria a la alegría.
Una sima que se abre sin cesar
en un tiempo achatado por el olvido.
En sus profundidades están los restos
de una ciudad castigada;
por ello, los habitantes de Sargonia
evitan pasar por esos lugares
y casi nunca hablan de su existencia.
VII. VIAJEROS CON RUMBO OESTE
Una voz
se esparció como una ola de asombro
por las aguas
hasta sus confines:
arriba, en dirección oeste,
tres puntos blancos se aproximaron
a las puertas del Mar
y avanzaron.
A la mejor escuadra de delfines jóvenes
le fue encomendada la tarea
de otear a los viajeros.
Los techos altos de la superficie se alinearon
en compactas bandas de musgos
y la orden de apagar las luces
de los caminos y poblados fue cumplida.
Sólo a las burbujas
les fue permitido desplazarse
por los distintos niveles de las aguas;
ante todo,
por su capacidad de reproducir el tiempo del aire
y sus sonidos.
En el reloj
de los años acuáticos
era el milenio veintidós
en su séptima centuria.
¿Hacia dónde se dirigen?
¿Quiénes son?
¿Cómo avanzan sus naves?
¿Qué significan
los símbolos que llevan en sus velámenes?
Pasaron con lentitud
por encima del Monte de las Algas
y se detuvieron.
Hicieron descender un hilo
con punta de plomo que no tocó fondo.
Luego, prosiguieron hacia el Risco de las Langostas
y, de allí, siempre hacia el oeste,
se alejaron.
Los delfines
informaron que en lo más alto de cada nave
iba un vigía escudriñando el borde del mar.
Cada dos horas eran relevados invariablemente.
Los hombres hablaban poco,
pero en más de tres ocasiones
se les escuchó cantar en grupos.
Las naves
eran de distintos tamaños
y en la mayor parecía ir su autoridad.
Cerca de seis días transcurrieron
desde su ingreso
hasta que abandonaron los límites del Mar.
Entonces,
todo volvió a su calma
y cesó el estado de cautela.
En la reunión del Consejo, la ballena sabia vaticinó:
«Los tiempos de la tranquilidad han terminado.
Tendremos que aceptar
que otro mundo irrumpa en nuestro Mar.
Debemos reforzar nuestras murallas
y ordenar a todos los ciudadanos su defensa.
Bien lo sabíamos:
un día vendría
en que a la hermosa vida le sería opuesta
la triste canción de los depredadores.»
VIII. LOS JUEGOS DEL MAR
Cada cinco años,
el Mar de los Sargazos es una pompa
de agitación y entusiasmo.
Poco a poco,
de todos los territorios próximos y lejanos,
llegan cientos de participantes
a las celebraciones de los Juegos del Mar:
una armónica combinación de ferias,
competencias
y movimientos colectivos e individuales.
La ciudad es decorada en su totalidad
con banderines multicolores,
serpentinas flotantes
y surtidores que reproducen el arco iris.
En los techos de las casas
se izan grandes muñecos
que cada familia construye y pinta,
de modo tal que pareciera un lienzo a baja altura.
Los peces negros
se agrupan en una danza simétrica y sin error;
pueden ser quinientos en un solo cardumen,
capaces de trazar un hilo
de luz centelleante en círculos perfectos
o reproducir la ondulación serpenteada
en lo alto de las torres
como anillos de humo en perfecta formación.
Un ritmo de agua
en la imperceptible vibración
de este océano sin daño.
Una exaltación de las almejas viejísimas
en su aplaudir brillante.
Una risa que se alarga
en el revolotear de las langostas
sobre sus balcones de piedra.
El tiempo de las arenas
como metido en una lluvia de cristales.
Los Juegos duran
—en concordancia con los años de su celebración—
cinco días,
entre dos horas quintas de resplandor
que terminan con el sonar
de un tambor de algas rojizas
que hace llegar su resonancia hasta la superficie.
Los hijos del Mar de los Sargazos
vuelven a sus poblados,
con sus premios grandes y pequeños,
sus algarabías y sus hechizos,
como caravanas que han vivido lo fraterno.
IX. COSTURERAS DE LA ESPUMA
En Sargonia,
todos los ciudadanos sienten admiración
por un pequeño grupo de rabirrubias
que dedican sus energías y sueños
a una importante tarea de preservación del Mar:
son las costureras de la espuma.
Delicada labor de reparación del cielo náutico,
cuando las tormentas y sus desmesurados movimientos
hieren la piel del agua
y se alteran las temperaturas,
los colores
y la misma densidad.
Herederas de esta tradición,
desde los tiempos en que las madreperlas
dormitaban el invierno entero,
perciben que hay una desgarradura en el delicado velo
y allí corren con sus canastas,
agujas, hilos, sedales,
y, con extraordinaria destreza,
cortan, bordan y curan
lo que un rayo del otro cielo ha desatado.
Cirujanas de su mundo,
se apresuran a zurcir las banderas que ondean
en las entradas de la ciudad
cuando el vaivén las ha lastimado mínimamente.
Ayudantes alegres
se trepan a los techos de las casas
y con gran finura
tapizan las pequeñas grietas que abre el tiempo
y tensan los cordeles de las amarraduras,
sobre todo de las casas de los habitantes grandes,
donde ocurren muchos tropiezos involuntarios
al entrar y salir.
Custodias envidiables
contra lo que el azar en su devenir puede rasgar.
En Sargonia
se las estima por esta devoción singular,
y se las ve siempre
por el lado norte de las Murallas del Agua,
a donde van a cantar
mientras acumulan y ordenan sus utensilios de trabajo
y las esponjas les hacen coro
y los gusanos pepinos forman parejas
danzando a su alrededor.
X. LA VIDA ES UNA PERFECTA PERLA
A pesar de las incontables especies,
ya sean de su flora o su fauna,
en el Mar de los Sargazos es sólo uno el idioma,
una sola la sabiduría,
un aprendizaje común de generación en generación.
La vida es, al mismo tiempo,
una perfecta perla que escucha,
ríe, se desplaza y ama,
que la larga raíz de doscientos metros
donde queda coronada
la más grande de las flores conocidas.
Igual ciudadanía
tiene el filamento transparente y burbujeante
con su cola de nieve,
que la más hermosa y dulce de las rayas.
Los caracoles asientan sus casas en los abanicos
que al moverlos el agua
parecen manos infinitas que dicen adiós.
En Sargonia
todos los seres se miran a los ojos.
Y hay algo que este mundo atesora
y que en los mundos vecinos no ha sido alcanzado:
no existen las lágrimas.
Y aunque sí el dolor,
cuando ocurre,
una fantástica capacidad colectiva
lo muele en las cumbres de sus corazones
y desaparece
sin dejar cicatrices.
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Copyright ©Manuel Orestes Nieto, 1996
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Fecha de publicaciónDiciembre 1998
Colección RSSTrasluz
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