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Ernesto Simón
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MOMENTOS
Del ultraje a la maravilla,
y después ni una palabra más.
La llanura y la montaña,
y ese río que acaba en un mar.
Días grises, luminosos,
y noches aguardando
la efímera sombra
de aquel hombre de sombrero.
O la sombra esperada
de un lejano amigo,
desconocido, inmutable, noble.
Noches peregrinas
sin mujer y sin pasos,
noches de perros solos
aullándole a la luna,
menguante, pasajera,
amante.
Todo eso en una vida,
en un puñado de días
agrupados en el tiempo,
que no se detuvieron nunca
(sin espacio),
y más tarde los ojos y la boca,
un par de manos
que te toman desprevenido.
Después el desenlace inesperado,
los pasos errantes,
las noches sin pasos,
los perros,
la luna menguante.
Otra parte de la vida que sucede
(tenía que suceder),
y finalmente el crepúsculo súbito
y el suspiro fatal.
El íntimo recuerdo,
la última mirada
y esos ojos (éstos),
que no volverán a mirar.
1
Hay una esquina que todavía me pregunta
por alguien a quien decidí olvidar.
Hay una noche,
negra, como la garganta de un lobo,
bordada de estrellas, en la que dije algo que creí decir
y nunca dije.
Hay un mundo paralelo del que a veces reniego
pero en el que me estoy refugiando cada vez más a menudo,
lejos de la tiranía del tiempo y de los amigos y amigas y extraños;
y de los que dicen que te quieren, o quisieron creer que querían.
Hay un milagro que llegó tarde,
o que yo creí ver
y que nunca venía
                                y finalmente lo vi pasar.
¡Ay!, de todas esas cosas que no estoy nombrando ahora.
Pasarán Navidades y Años Nuevos y no sé cuántos días festivos,
y la hipocresía enraizada seguirá creciendo
                                                      frondosa
                                            en la selva de la ciudad.
A pesar de que una noche,
negra como la garganta de un lobo,
creí verla expirar para siempre.
2
Todavía me llegan ruidos
de esos días y noches.
Retumban en mis oídos
el odio y la indiferencia
de quienes no fuimos.
Crujen los recuerdos adentro
y no se van, no se olvidan.
Ecos apagados
intentando ahogarse
en el presente.
Aquí           o allá                     o más allá
donde ya no estás.
3
Hagan centro sobre ese hombre,
lancen sus dardos envenenados
sobre ese alguien que no eligió venir al mundo,
pero llegó subido en una nube,
como vos y como yo.
Hagan centro y luego abandónenlo,
dejen que la carroña haga lo suyo.
Despidan sus miradas de ese pobre muerto
que murió de dos o tres dardos,
infinitos venenos lanzados por nosotros,
por ustedes, que miran para allá.
Dejen que la carroña ya viene por él,
por ese pobre hombre que un día
tuvo sueños y amigos,
y hasta una mujer
tuvo dos.
Ahora yace junto a un arbusto,
tirada su mirada horizontal hace suelo.
Y la carroña, ustedes, nosotros, vos, yo,
todos
hacemos centro y luego carroña.
4
Como esas eternas capas
que habitan el subsuelo marino.
Se esconden en mí
sentimientos en estado de ebullición,
que serán cumbres
en las montañas de mi futuro.
Cimas a cielo abierto de cordilleras que,
asomadas a los días de los días que me esperan,
serán roca desnuda,
exhibiendo las heridas
que hoy hacen lava
en lo profundo.
5
Inevitable pensar en vos.
Pasó un pájaro volando
rasante las alas por las copas de los árboles
que dan al parque.
Inevitable pensar en vos
cuando pasa un pájaro volando.
6
Las palabras me golpean en la nuca
alguien habla, alguien dice, algo sucede.
Bienvenidos a la hipocresía,
¿no es acaso el cielo que esperaban?
No es éste el fuego que nos dejaron
y sin embargo
desciendo,
y,
desde el inframundo
te llegarán mis maldiciones.
Déjame ser el Prometeo de tus días,
traer conmigo el fuego de las ruedas,
déjame encender lo que ya nadie enciende.
(Hay un incendio del que siempre quise sentirme parte.)
No es éste el fuego que nos dejaron.
No.
Arde
mañana será otro día
y prometo contarte algo
que te dará escalofrío.
7
Ahoguen sus angustias, escondan
no dejen cabo suelto, calculen
no sea cosa que una noche de éstas
se les ocurra eso que estoy pensando
Ahoguen sus desdichas, felices
no dejen que los vean, aplaquen
busquen nuevas caras
maneras nuevas de reír
gente para sentarse a la mesa
lugares donde no estuvieron antes,
escondan
Sitios con frescura, frecuenten
amigos invisibles, palmeen,
Que yo ya me ahogué en mi angustia,
decía:
que yo ya hice polvo con mis manos
Nadie sale ileso, dije un día
y la sangre (rojita) corría bajo mis pies
Ahoguen sus angustias
no dejen cabo suelto
camuflen desnudeces
no dejen que los vean
no sea cosa que una noche de éstas
se les ocurra eso en lo que no se animan a pensar
8
Ser Ícaro o no ser,
ésa es la cuestión
Yo sabré tocar el sol,
robarle una mezquindad
apenas una llama (algo de fuego)
y descenderé a los infiernos,
para que
en mi ciudad, «Capital Nacional de la Envidia»,
me critiquen por derretido,
por alas de cera chamuscadas,
para que se rían de la tragedia
de los incendiados que caminan
carbones por las calles,
esperando sumergir su ardor
en la apacible laguna
que descansa entre tus piernas
(entonces, ya no quemaré).
No es éste el fuego que nos dejaron
y sin embargo...
sin embargo sigo vivo.
9
Se hizo tarde, es verdad
pero hagamos algo con el tiempo que no queda.
10
Cuando leas estos versos
yo me habré curado
entonces
ya no huiré más.
11
Se secará tu nombre una noche
en boca de nadie
y será triste el disimulo
con el que la indiferencia
esquive tu vida,
aunque ése sea el precio
que debas pagar por el «yo no fui».
12
Estaba ahí, no había más nadie.
Jesús estaba lejos (no estaba a mano).
Pero estaba mi mejilla,
el golpe fue estrepitoso.
Pasaron unos segundos, dos,
no sé.
«Después que importará el después»,
ya había sonado el segundo golpe.
Sin saberlo había puesto la otra mejilla.
Jesús seguía lejos,
demasiado lejos como para ser cierto.
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Copyright ©Ernesto Simón, 2005
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Fecha de publicaciónJulio 2006
Colección RSSTrasluz
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