«Nací en 1953 en el Tetuán marroquí (aunque tampoco me hubiera importado hacerlo en el de las Victorias madrileño, un barrio tan popular como los sainetes de Carlos Arniches, un mago del idioma y suegro, a su vez, de ese otro pirotécnico del concepto que fue José Bergamín, a cuya obra tan afecto soy), y después de haber vivido por los cuatro rincones de España, llevo en Barcelona más o menos unos treinta años, dicho así, a ojo de miope y reciente astigmático, porque la contabilidad del tiempo mecánico no es mi especialidad; la mía es la contabilidad de la pasión, intemporal y enrevesada como las maravillas del país de Alicia.
»Dedicado durante buena parte de mi tiempo de juventud semianalfabeta en cuerpo y alma a la poesía —la forja de una identidad— y al teatro —el misterio encarnado de la heterogeneidad—, sólo comienzo a escribir novelas cuando un libro de poesía, Provincia mayor (1936-1939), se me presenta como el de un heterónimo sin nombre. Aquel libro me dejó huérfano de mí. De repente desaparecí y me sentí ocupado por historias y personajes que me desalojaban sin ningún miramiento. Cedí, claro, para no perderme del todo, pero en este autodesconocimiento en el que vivo he acabado haciendo entrañables amistades fantasmales.
»A todo eso han de añadírsele los estudios de filología hispánica en la Universidad de Barcelona, cuya licenciatura, lograda en 1979, me posibilitó aprobar las oposiciones a profesor de Bachillerato en 1982 y despedirme de mi trabajo como auxiliar administrativo en la Hacienda Pública. De aquellos años universitarios, a medio camino entre la revuelta social contra el franquismo y la torpe y balbuciente construcción del yo y del nosotros, queda, sobre todo, ahora que ya pertenece a la historia de la filología castellana, el recuerdo imborrable de la elegante figura de Blecua, su magisterio, su afecto y su casi indescriptible amor a la literatura. Entre ambos acontecimientos, en 1980, conseguí un lectorado de un año en la Tufts University, en Boston. Estuve en Usamérica justo cuando asesinaron a John Lennon y cuando, pocos meses después, en febrero del 81, Tejero subió a la tribuna de oradores para lanzar su discurso armado. No sabría decir cuál de los dos acontecimientos me causó mayor conmoción, pero ambos se me abrieron como una profunda herida de plomo frío en el corazón.
»Metido, pues, en la biografía de los otros —que son siempre el anverso de nuestros yoes—, es decir, sumergido en la novela en la que todo cabe, ahí sigo aún: sacando de ese pozo insondable las ficciones que me ayuden a desconocerme y a conocer lo que me rodea, a saber que el trampantojo de la ficción es la piedra ancillar de lo real. Mi cosecha, a fuer de trabajada a conciencia y arrancada a la vampírica vida de la realidad coercitiva, es escasa, pero intensa. Poliantea (Anthropos) llegó la primera a la luz pública que apenas la iluminó, aunque a mí me cegó con cuanto tenía de esperanza. Apareció, después, como por diabólico ensalmo, El tesoro de Fermín Minar (Anaya), y supe que mis ficciones incluso tenían un público numeroso. Más tarde apareció Nadie en persona (Un misterio de Barcelona) (Anagrama), escrita contra la historia y desde el fondo de la identidad inaccesible. Y, por último, en el terreno de la ficción, siempre tan pantanoso y amenazador, publiqué una pirueta infantil, El bellaco durmiente (Anaya), que nació de mi admiración por el Bartleby de Melville. Y en esta comarca de la ficción, de límites imprecisos, costumbres ignotas y rutas que han de hacerse al caminar, como exigía el poeta bonachón, sigo levantando huertos de flores extrañas con la intención de destilar alguna fragancia inolvidable.
»Por el camino, no obstante, me pierdo, a veces, en aventuras laterales como la impublicable Clónica del año 2, que tiene bastante de analectas, pero quién sabe si más confusas que confucianas, en la medida que clonan tiempos llenos de mixtificaciones, añagazas, embolismos y gatiliebres, presididos por la tríada angeloinfernal que nos gobierna: Tronos, Dominios y Potestades.
»De forma paralela a la creación he cultivado durante algunos años, con no poca intensidad y provecho, el difícil arte de la traducción. También fui crítico literario en el suplemento de libros del extinto Diari de Barcelona, bajo la dirección de Juan José Fernández, lamentablemente desaparecido, y actualmente colaboro con críticas de libros en la revista cultural Guaraguao (auspiciada por el CECAL) y he comenzado a colaborar recientemente con la revista Lateral.
»Deportista desde mi primera juventud, entonces como nadador autista —¡quién sabe si en el curso de aquellos entrenamientos no comenzó a forjarse mi afición a los mundos interiores y a la duda constante sobre el yo!—; dedico ahora buena parte de mi escaso tiempo a la épica disciplina del maratón, cuya fuerte exigencia, física y psicológica, es de sobra conocida. Fiel, no obstante a mi inclinación literaria, he acabado escribiendo un libro, Mi primer maratón, donde se recoge cuanto de valioso puedo haber llegado a conocer sobre esa carrera mítica.»
El último libro de Dimas Mas publicado es Del incierto encuentro entre don Giovanni y Turandot (Editorial Verbigracia, 2004).
Badosa.com ha publicado por entregas sus extensos relatos La vida vecina y Jugo d’scondit, su poemario Provincia mayor y sus novelas El tardío vuelo de la avucasta y La derrota del persa.
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