Un inquietante relato del andaluz Héctor Lisonje.
«Dulanto no se movía, no podía moverse, su voluntad encontraba un límite casi placentero en la debilidad y el abandono. Estaba tendido en la cama, todavía soñoliento, ofuscado. El pulso le latía grande y endurecido, como una moneda atormentando en las arterias. Hacía tan sólo un instante que había logrado salir de la muerte con un impulso de todo el cuerpo, con una mirada voraz que de pronto se reencontraba con una realidad sofocada y sin violencia, blandamente apuntalada sobre la aparente antigüedad del silencio. Sus primeros gestos se abrazaron a la tierra suelta de la amnesia, a la dulzura de una especie de morfina natural que le adormecía la sangre gentilmente venenosa entre los nervios desalentados. En torno a su boca, con el empujón de los resoplidos, subía y bajaba la barba crecida, y hasta las pestañas, con su simple entrechocar, difundían un sonido monstruoso. En cuanto consiguió abrir los ojos, Dulanto notó con alegría las también dulces maneras del retorno. Una sola lágrima sin la escenografía de la autocompasión ofició su puro agradecimiento...»
Claves: rostro, hombres, tiempo, vida, ojos