Nudo en el estómago, ansiedad, nerviosismo y ligera angustia. Quiero a mi mamá. Años mozos, cuna enooorme, calor, sonajero, tengo hambre, lloro, aquí está la comida. No más preocupaciones, el alma no atosiga. Y ahora, en cambio, seco, lavado y recién comido noto que algo duele entre las dos orejas. Deportes en el botón más gastado, a mamá le habría gustado ver cómo se matan en ese campo verde con una pelota como excusa. Ligera corriente de aire en el tobillo derecho, llaman a la puerta. No, no necesito nada, váyase a dormir, todo está en orden, sí, una tortilla y un yogur, bien, hasta mañana, si Dios quiere.
El techo caerá un día, y no podré decir que no me ha avisado. En la oscuridad siempre lo dice. Voy a caer, voy a caer. Cruje por la noche cada vez que el de arriba se gira en su cama. Bonito sonido el de los muelles y las vigas. Es un aviso serio, pero a mí me entretiene cuando no puedo dormir pensando en cuando ella estaba conmigo y no me faltaba de nada y me abrigaba y contaba historias y yo obedecía y no tenía que preocuparme. Un día caerá, y moriré enterrado por las vigas cantarinas y los pesados problemas de un vecino sorprendido en pleno sueño.
Habrá que buscar trabajo, en el pote de la pimienta negra no quedan más que cuatro perras, pimienta negra y hormigas rojas estornudando como locas. Planes para mañana, para toda una vida: hacer la cama, buscar trabajo, comer, buscar trabajo, cenar, dormir.
Esta mañana, después de una noche de cinco segundos a contar desde que cayeron los párpados, me he comido su última tostada para desayunar, recuerdo digerible. Día urbano, ni gris ni negro, con coches que van y vienen, todos en dirección contraria. He ido a ver si Lurditas necesitaba para el taller un huérfano con ojeras de luto reciente. Y sí, cargar cajas, prefiero las noches de segundos a los desvelos musicales, cansado pero bien pagado. Mi ropa es diferente, no tanto como mohosa, Lurditas, sí, un mono azul de pana, en verano calor, pero el resto calentito, y resiste mucho.
Ya una semana, tengo las manos de madera, he estrenado guantes. El dinero me llega pero no sobra, empiezo a estar harto de número de lote y fecha de caducidad mirar en la base del envase; mañana sábado al mercado. Me han regalado ciento veintidós lo siento chico era una buena persona, a ciento tres no los conozco, salen de las sombras a dar pésames, bocanada de aire, y a sumergirse de nuevo. Me paso el día preocupado por reservar fuerzas para poder mover la cómoda de la abuela, que de noche si no está encarada al norte se enmohece de repente. El loro acepta su dieta de desayuno y cena, porque el bocata me lo zampo en el taller. Por muchos garbanzos que le ponga por la mañana, a la vuelta no quedan más que las migas. Ha cambiado de repertorio, la zarzuela ha muerto, viva el chotis.
Hoy los cuadros de mamá miran a la pared. Es el primer paso. Y he dejado la puerta de su habitación abierta, dentro de un mes puede que me atreva a entrar, necesitaré espacio para la colección de cuerdas que empecé ayer.
Da gusto empezar la semana en lunes.
Empiezo a pensar por mí mismo, ya me dijo mamá que llegaría este día. Después de darle muchas vueltas, he encontrado la solución a mi preocupación por los traslados del mueble de la abuela. Le he puesto en las patas unas bonitas ruedas de plástico y metal, y ahora puedo moverla con un par de dedos. Ha subido la vecina de abajo, la de la verruga en la ceja izquierda, preocupada por no oir a las once el ruido de siempre. Hasta que no le he enseñado las ruedas no ha dejado de arrugar la cara y de mirarme las orejas, empeñada en que estoy enfermo.
He visto el Pilar por la tele, aunque sin mamá no ha sido lo mismo. Ayer se cayó su retrato de la salita, quizás enfadado por estar de cara a la pared, y el cristal se rompió en mil pedacitos. No lo he vuelto a colgar, y ahora descansa en el altillo del comedor, junto a sus enaguas y agujas de punto.
Ya hace un mes que se marchó. Para celebrarlo, he vaciado su cuarto y he colgado las tres primeras cuerdas de la colección, que hasta hoy estaban puestas de cualquier manera en la ventana del pasillo. Una cuerda roja, una gris y muy gruesa, y un trozo de cordón militar, dorado y con olor a importante.
Hoy Lurditas me ha llevado al cine. Estaba un poco asustado, sobre todo cuando me han dicho que no podían dejar las luces encendidas mientras se proyectaba la película. Es como la tele, pero no puede cambiarse de canal cuando te hartas de alguna escena. Me intriga el tamaño que debe tener el mando a distancia con una pantalla así.
El loro no es vegetariano. Ayer encontré en la galería un pajarillo que habría entrado por la ventana y no sabía salir, y lo puse en la jaula para que le hiciera compañía al viejo charlatán. Esta mañana al ir a dejarle la comida y a limpiar la jaula no he podido encontrar más que un par de huesos mondos y lirondos, y el loro miraba al cielo y cantaba
aquel viejo compañero de armasque ya partió, que ya partió...
Con la pensión que me dan por ser huérfano sin madre me he ido a comprar ropa con Lurditas. Unos zapatos, dos pares de pantalones, una americana verde y un mono nuevo, del color de las castañas cuando se toman con chocolate caliente. Me cae muy bien esa chica, es inteligente y a mí me parece guapa. Se preocupa casi tanto por mí como lo hacía mamá, aunque sólo la veo durante el trabajo, y por tanto no puede hacerme la cama ni prepararme las tostadas para desayunar.
Dos semanas horribles, con muchísimo trabajo. Resulta que en la tienda les hacía falta espacio, y después de comprar un pico y una pala me dijeron que cavara una especie de cueva en el sótano para poder ampliar el almacén. Todo el día cavando y trasladando sacos de tierra me cansaba bastante, y no tenía ganas para nada cuando llegaba a casa. El mueble de la abuela se enmoheció la semana pasada, porque olvidé cambiarlo de sitio, pero gracias al cielo me di cuenta a tiempo y pude salvar tres cajones y casi todo el resto, aunque le han salido un par de brotes de limonero que tengo que ir podando regularmente. Mañana y pasado se dedicarán a apuntalar lo que he excavado, y me han dado dos días libres para descansar.
Se acabó la fiesta, mañana a trabajar de nuevo. La semana se me hará corta, cuando llega el jueves ya todo es cuesta abajo. Un día curioso, los jueves. Es el día que más cuerdas encuentro en la calle, debe ser por eso de las migraciones.
Todos me felicitan por el buen trabajo del sótano, y la verdad es que una vez apuntalado y con luz es hasta acogedor, hoy he seguido profundizando, me han dicho que sobre todo no me desvíe, no me vaya a dar con el túnel del metro. Mamá estaría orgullosa.
En los últimos cuatro días la tierra se ha ido haciendo más y más dura, pero es cuestión de darle más fuerte con el pico y encontrar las vetas para hacer caer las paredes en grandes terrones grisáceos.
Hoy domingo he invitado a Lurditas a ir al parque a escuchar cómo crece la hierba. Me ha emocionado ver cómo se estaba allí quieta, con la oreja pegada a un gran brote verde y los ojos ilusionados por cada bostezo del mismo. Me ha tomado el pelo preguntándome si no era mejor escuchar a los árboles, como si no supiera que tienen la corteza tan gruesa que no se oye nada. Después me ha acompañado a casa, y le he enseñado mi colección de cuerdas. Las que más le han gustado son las cuerdas circunspectas, todas serias y pensativas, y los cordones de zapatos, algunos ya creciditos que debo enroscar para que no rocen el suelo.
Hoy no he podido seguir cavando. Me he dado con una pared demasiado dura y me he negado a continuar. Con tanto polvo acabo sucísimo, y tengo miedo que al ducharme todos los días vaya a deshacerme. Ya no volveré al trabajo hasta enero, hay que disfrutar de las vacaciones de Navidad. Con lo que tengo ahorrado me iré a pasar unos días a la costa, quiero ver el mar.
Unas vacaciones estupendas, creo que nunca me lo había pasado tan bien. He escrito postales a todo el mundo, y una larga carta a Lurditas, que espero haya recibido. Todo eso de los sellos es complicado, pero acabé entendiéndolo.
Me ha costado bastante el traslado de la maroma que compré en el puerto al capitán de un transatlántico, mide un metro de diámetro y pesa casi doscientos quilos, será la estrella de mi colección. Mañana a trabajar de nuevo, tengo ganas de ver a Lurditas y a los demás.
No he podido entrar en el almacén, había un cartel que decía que estaba precintado por la policía, y en el barrio nadie sabe nada. Mañana iré a la comisaría a ver qué es todo este lío. Echo mucho de menos a Lurditas, espero que no le haya pasado nada malo.
Me ha engañado. Yo puse toda mi confianza en ella, le enseñé mi colección, e incluso pensaba regalársela el día de nuestra boda. Por ella incluso envié al loro en paquete postal a Toledo, a que tomara unos baños, porque ella decía que lo veía enfermo. He soñado muchísimas noches con ella, le escribí una carta, y ella me ha engañado, me ha utilizado. Se ha aprovechado de un pobre huérfano con buena fe, que ha pasado muy duros momentos y que los ha superado salvando todas las dificultades. Llevo bien la casa, no me falta dinero, visto bien y soy trabajador, veo la tele regularmente y los zumos de limón del mueble de la abuela me mantienen sano y sin un solo constipado. No sé qué es lo que le debo de haber hecho para pagármelo así, pero no pienso consentirlo. Mañana mismo iré a la policía a deshacer el entuerto, no me he pasado yo tres meses cavando para que pongan carteles con su cara para encontrarla y darle a ella todo el mérito. Yo hice el túnel, y no ella. Y soy bueno, pero no tonto.
Copyright © | Rafa de Bofarull, 1995 |
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Fecha de publicación | Marzo 1997 |
Colección | Complicidades |
Permalink | https://badosa.com/n007 |
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