Tantas decenas de señoritas «espere-un-momento-por-favor» y «comunicando» o «no contestan» o «es imposible establecer contacto, disculpe las molestias»; tantas noches en vela esperando una respuesta de la centralita, y obtenerla para matarme diciendo que existen dificultades técnicas insalvables. Ya me conocen por la voz: en cuanto descuelgan y me oyen «buenas, yo querría...» se ponen en marcha y tocan hilos y clavijas para explicarle a alguien lejano que apenas entiende el susurro oxidado traspasando el cable cuál es el enchufito que debe meter en tal agujerito, please o bitte, pero ya de una vez, carajo. Y siempre me lanzan un «bueno, ahora le toca esperar, y cuando alguno de nosotros sepa alguna cosa le llamo a casa y listos, un día de estos seguro que lo consigue».
Y venga a esperar y levantar el auricular para oír que el maldito (¡no!: ¡bendito, bendito!) trasto todavía funciona y que no se ha cortado la línea sino que algún impedimento de carácter desconocido se interpone entre su voz de melocotón y mi oído melancólico, abismo infinito aunque sea por medio milímetro que evita que dos cablecitos se unan de una determinada manera.
«Es que son cincuenta y siete conexiones simultáneas, mire usted, que me hago cargo que es difícil que todas esas manos en todas esas centralitas que parecen tricotosas se estén quietas y me dejen hablar un ratito; que son muchos kilómetros de cable y bastantes bajo el mar, piense que hay muchísimos peces ahí abajo muertos de hambre deseando alimentarse de plástico y cobre; que si se rompe algo falla todo; que es mucha gente ocupándose de eso y yo no soy nadie, que prefiero que me diga que no se puede y me resigne, dos palmaditas en la espalda y me convenzo de que el mundo no ha avanzado tanto como para hacer algo así, imposibilidad técnica y me quedo tan pancho, triste pero tan pancho, de verdad». Pero no. El encargado regional de la compañía telefónica, henchido de orgullo y optimismo en la tecnología, me susurra que sí, cosas peores se han logrado, y que además no es tan caro, «pruebe cuando quiera y si hay un problema seguro que es debido al intenso tráfico de información saturando nuestro cada vez más pequeño planeta pero se conseguirá, vaya si no».
(Que no, que no puede ser, ni se te ocurra intentarlo porque te quedarás enganchado, pero ah si lo consiguieras, oír su voz y paladearla, oír cómo vibra el aire en su garganta, y transformado en señal eléctrica —me he informado, quizá con una sólida base teórica la cosa sea más fácil— llegue hasta mí, algo distorsionada pero viva, es que si no voy a llegar a creer que ha muerto en lugar de irse de viaje, convertida ya en una nube borrosa con ojos nítidos).
He pedido excedencia en el ministerio y vivo de los ahorros, con la cama y la cocina y un retrete de campaña amontonados alrededor del aparato con cola de cerdo, por si resulta que instalan un nuevo cableado y deciden probarlo conmigo y puedo oírla inesperadamente: moriré si me llaman y no estoy.
Día tras día llamada de consuelo al amanecer: «lo hemos intentado todo pero hoy tampoco va a poder ser, lo sentimos mucho y reciba nuestro apoyo en la lejanía, la compañía telefónica se solidariza, cómo íbamos nosotros a saber que era tan difícil, pero descuide que mañana volvemos a intentarlo y habrá suerte, ésta no la dejamos pasar». Han hecho mi causa suya, y antes de las nueve me llama la compañía telefónica para poner en mi conocimiento que los trámites para el intento de hoy ya han comenzado, y que esté atento al aparato. Así que ni siquiera puedo decidir dejarlo, porque todas esas voces que me hablan en la central se lo han tomado como un reto personal, y hasta están dando cursillos de especialización para rendir óptimamente y servir mejor al país pero en realidad a mí, todos pendientes de poder ponerme con ella aunque sean dos minutos, hola y adiós, no necesito más.
Pero hoy el riing ha tardado mucho menos, y a las dos horas de espera una voz tímida y excitada me comunica que me va a parecer mentira pero no estoy soñando, pero que puede que sí, por fin; y yo respondo tembloroso que no me dé esperanzas por Dios, que me matará si después resulta que no, y se ofende y me repite que está al caer la conexión, y que esté atento.
Y sí, sí, y no me lo creo. Oigo su voz, ya preparada para acogerme, ya avisada de que estoy al otro lado, un «hola» que vale un potosí y millones de segundos de insomne espera. Y de pronto yo no sé qué decirle, matando tres segundos con un silencio terrorífico, y en seguida surge una voz de ultratumba chillando desde la central: «cómo es posible que después de tanto tiempo se quede bloqueado perdiendo el tiempo callando como un pez atontado, espabile y hable», y todos chillan indignados. Reacciono preguntando cómo está y ella me responde que bien. La oigo como recordaba, pero dentro de un túnel lleno de champiñones, ecos redondeados y chirridos agudos, y le pido que me explique lo que sea porque yo ya no sé, yo ya no puedo, y comienza a decirme cuánto echa de menos todo esto y cómo le va en la ciudad gris y lejana. Me cuenta cuánto tiempo queda aún para volver y dice mi nombre y se pone tierna (voz oxidada pero tierna, ¡lo juro!) y dice yo y dice tú y cuando titubea y más cerca la tengo se oye un crec y millones de voces extrañas gritan a la vez «¡haló!, ¡haló!» y sé que la he perdido y que la comunicación se cortó cuando yo estaba allí en un cincuenta por ciento y me da el triqui y me niego y me acaloro y perjuro y paralizado me quedo allí de pie, mirando el bulbo agujereado por donde acabo de escurrirme alelado.
Entonces me escupo las manos y agarro el cable con las fuerzas que me quedan y comienzo a estirar, furioso y colérico, colorado colorado y muy brusco esperando que ella se haya cogido al otro extremo y tiro y la casa se va llenando de cascotes y soportes y trozos de fachada y operadoras locales y regionales y postes telefónicos, y de moho y transmisores y receptores, y de responsables de centralita perplejos y de agua salada y algas y algún pez con las fauces mordidas al cable, cada vez más grueso, y tierra de otro continente y más operadoras extranjeras; y finalmente llega hasta mí extenuado el final del cable, con un solo pendiente colgado de él, arrancado de un tirón de la oreja que por fin me escuchaba desde tan lejos.
Copyright © | Rafa de Bofarull, 1998 |
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Por el mismo autor | |
Fecha de publicación | Julio 1998 |
Colección | Complicidades |
Permalink | https://badosa.com/n040 |
Simplemente una excelente historia...
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