No es verdad que decidir sólo decidan los mayores.

Cuando era pequeña tenía que tomar decisiones cada día.

Mientras los otros niños ya sabían qué querían para desayunar, yo tenía que decidirme por un croissant o una caña de chocolate, un donut o una palmera, un Tigretón o una Pantera rosa. Y como en la panadería iban trayendo más y más pastelitos, todos ellos diferentes, decidirme era cada vez más y más difícil. La paciencia tiene un límite, dicen. Pues el límite estaba en mi madre, que al final decidió prepararme bocadillos para desayunar.

No sé si será por los bocadillos, que por supuesto no fueron decisión mía, pero decidir sigue siendo muy difícil para mí. Mis amigos lo saben. Siempre son ellos los que dicen la hora y el sitio donde quedar, después de estar una hora al teléfono para decidirme. Además, la mayoría de veces que quedamos es para que me ayuden a tomar decisiones; el resto es para que me expliquen las que han tomado ellos. Qué deciden pensar, qué deciden hacer, qué deciden sentir, con quién deciden estar, a quién deciden querer... Y yo, sin decidirme.

Un día me puse a escribir en un papel todas las indecisiones que me asaltaban en aquel momento. Con uno no tuve bastante, claro. Escribí y escribí, hasta que me cansé. Me fui a dormir con el montoncito de hojas sobre la mesita de noche.

Como soy de las que piensa, un poco forzada por mi situación, que las indecisiones tienen su utilidad me guardé el montoncito de hojas. Luego me compré un cuaderno de esos que si consigues llenar te hacen sentir como el escritor al acabar su novela. Y eso fue lo que sentí al pasar mis indecisiones a limpio. Material no faltaba, desde luego.

Pero hubo algo más. Cuando releí todas y todas aquellas indecisiones me di cuenta de que consciente o inconscientemente había decidido muchas cosas. Había decidido qué palabras poner, cuándo ponerlas, dónde ponerlas, cuáles eran mis indecisiones por orden de preferencia, qué indecisiones me preocupaban más, qué indecisiones podrían dejar de serlo... Escribir se convirtió en decidir.

Escribí más cuadernos. No penséis que los llené de indecisiones escritas por decisión: decidí cambiar de tema para decidir sobre otras cosas que me rondaban por la cabeza, aprender a decidirme escribiendo para después saber tomar decisiones en mi vida.

Mis amigos siguen diciendo la hora y el sitio, sólo que ahora ellos me explican sus decisiones y yo les explico mis cuentos.