Notas preliminares: Paciente que refiere eventos de pérdida de memoria, mareos y sensación de inestabilidad, acompañados de hipotermia en las extremidades inferiores y superiores, sudoración y taquicardias. La paciente se ha mantenido renuente a dormir por espacio de una semana argumentando que no dormir es el único modo de no tener horrendas pesadillas. En el examen físico practicado con anterioridad, no se observan alteraciones somáticas a tener en cuenta. Su rostro denota un intenso cansancio y aureolas moradas son visibles fácilmente alrededor de los ojos, lo que es muy posible debido a la privación de sueño. El caso me resulta interesante y cautivador, aunque la paciente no se muestra cooperativa en la entrevista. No se establece rapport preliminar con la misma pues se niega a responder las preguntas adoptando una conducta contemplativa sobre mi rostro, sin denotar emoción.
Observaciones: La paciente llegó con cierto retraso, diciendo que había olvidado la cita. Claro que esta postura es normal en todo paciente que comienza. Es una actitud puramente defensiva, desconfiada y atenta ante cualquier desliz del terapeuta. No hago comentarios por la tardanza y me inclino en el butacón, justo frente a ella, que se recuesta lentamente en el diván, no sin antes plegar uno a uno, los pliegues primorosamente marcados de su amplia falda negra. Coloca sobre el pequeño busto sus manos largas y finas, trenzando los dedos entre sí, después de enderezar sobre el anular el anillo con la piedrecita de diamante, que fulgura bajo el rayo de sol que se cuela por el cristal de la ventana. Después de una simple observación, me atrevería a asegurar que la joven sufre de compulsividad obsesiva, sólo bastaría analizar el ritual exacto de los pliegues de la falda y el anillo y podría sacar la conclusión. Claro que es muy temprano para aventurar un diagnóstico, pero algo de eso habrá a fin de cuentas.
La joven tiene entornados los párpados violáceos y yo, comienzo a preparar mentalmente las preguntas relacionadas con su infancia, ese lugar irrecuperable y distante donde empieza todo. Me decido por un par de preguntas acerca de la escuela primaria, de su rendimiento escolar, de los primeros amigos, fiestas de cumpleaños, etc, etc, pero la paciente continúa en la misma y exacta posición que ocupó al recostarse. Me inclino y levanto en un decibel la voz, pero no surte efecto. Le toco el brazo y me percato de que se ha quedado profundamente dormida. Creo que ya comenzamos a establecer algún tipo de comunicación puesto que se ha dormido en la sesión. Infiero que duerme en este sitio, porque no teme a las pesadillas y eso es algo.
Sofía llega como una ráfaga al consultorio menos tarde que en las sesiones anteriores y sin que medie un saludo formal, me ordena quitarme las gafas de galeno, argumentando que no son las adecuadas para el corte de mi rostro y que mientras las lleve puestas no me responderá ninguna pregunta. Yo me las quito y las coloco sobre el escritorio preguntándole si así está mejor. Ella sonríe de lado y las endereza de manera tal que queden ubicadas en el centro del ángulo que conforma los 90 grados de la esquina del buró. Acto seguido se recuesta en el diván y me dice que quiere retomar las preguntas de la sesión anterior. En su escuela primaria era la mejor alumna, con un índice académico brillante, el cual no le servía para nada, puesto que sus compañeros de aula la consideraban anormal. Respecto a los amigos de aquella época, no recuerda a ninguno en particular ya que a su madre no le parecían lo suficientemente buenos como para que jugaran o hablaran con la hija. Las fiestas de cumpleaños eran todas una tortura y puesto que en ellas no podía jugar sino cuidarse el vestido, había decidido eliminarlas de la agenda de su madre, además me pregunta para qué tantas interrogantes acerca de una etapa tan aburrida de su vida. Aprovecho que la paciente se muestra comunicativa y le aplico un cuestionario de Cattell. El formulario arrojó una niñez aparentemente normal, exenta de abusos físicos y una excesiva sobreprotección materna. Un culto subconsciente a la soledad desde los primeros años de vida, ineptitud para incorporarse a segmentos de la sociedad y establecer relación con sus semejantes. Lucha por una perfección insana y tiránica. Trastornos de personalidad.
Le muestro una foto donde aparece una mujer con gafas de galeno sentada a la orilla del mar escribiendo sobre la arena algo que no se puede apreciar. Le pido que, a partir de la foto, elabore una historia, y que sobre el escritorio encontrará lo necesario para hacerlo. Me retiro a la habitación contigua para dejarla trabajar.
Pasados los treinta minutos regresé a la habitación y ella ya no estaba. Se había marchado no sin antes dejar prendida en la cortina del ventanal, la hoja de papel con la hebilla que utiliza para recoger el cabello.
Doctor:
Ante todo quiero simplificar su trabajo y por ello no me referiré a la mujer de la foto como una tercera persona cualquiera. En los tiempos gramaticales existen también los grados afectivos , algo que espero comprenda perfectamente bien por la profesión que ejerce. Teniendo clara esta salvedad me dispongo a hacer la tarea que me ha impuesto para el día de hoy:
La mujer de las gafas de galeno que está a la orilla del mar es mi madre y las palabras que escribe sobre la arena son una despedida a su familia. Ella vaga kilómetros y kilómetros sobre la arena, justamente para buscar en la soledad la respuesta que necesita. Huye de los suyos y del hogar porque no puede lograr lo que siempre soñó: hacer de su hija una continuación de sí misma poniendo todos sus sueños de perfección, dominio y realización, sobre su cabeza. Pero la hija le falló. Prefirió ser una persona escurridiza, solitaria y neurótica. Un ser arisco y desprovisto de sentimientos que prefería el castigo en el cuarto oscuro, sólo para que la dejasen tranquila. Referente a su vida íntima y privada le puedo asegurar que nunca olvidó su pasión por la música y las artes, lo que sucede es que ambos fueron sepultados, apagados sin remedio bajo toda una serie de prejuicios y convencionalismos de los que nunca se pudo librar, envalentonados por una abuela que sólo miraba para hablar y que no admitía réplica posible. El patrón de los abuelos fue el único que encontró mi madre para seguir, tal vez por ello su matrimonio con mi padre también fue un desastre, a pesar de que él siempre vio por sus ojos y caminó por sus pies. Es por ello que nos abandonó sin dejar una nota siquiera, porque como se sabe, lo que se escribe sobre arena, en pasto de las olas se convierte...
La paciente expone claramente en su historia muchos de los motivos por los cuales se encuentra en la situación actual. Figura materna dominante y patrón paterno débil. Esto explica en parte su obsesión por la perfección, la forma autoritaria de personalidad y los estados neuróticos obsesivos, su preferencia por la soledad y su inadaptabilidad al medio. Esto podría ser un indicador de una conducta psicópata a largo plazo si no se rehabilita al paciente de la manera indicada.
La paciente se muestra particularmente eufórica. Llegó puntual y en sus manos traía un ramo de violetas que colocó en el búcaro del escritorio. Me confiesa que ha logrado dormir sin tener pesadillas. Le pregunto si desea contarme alguna de sus pesadillas y me dice que casi siempre es la misma y que si me la cuenta, tal vez, logre exorcizarse de ella. Me dice que siempre se halla en el mismo sitio, una especie de sótano oscuro y maloliente que supone sea el lugar donde habita. Siempre se está vistiendo con un hermoso vestido blanco lleno de encajes y perlas. Su afán es vestirse lo más rápido posible y sin que el borde de la prenda roce el suelo mugriento, lo que nunca logra. Luego alguien toca en la puerta del sótano, ella abre y es su madre que se le viene encima con un cuchillo filoso. Ella trata de sostenerla por las muñecas pero la punta del cuchillo le rebana el dedo anular. Ella grita y se esfuerza, no en recoger el dedo, sino en impedir que la sangre manche el impoluto vestido. La madre desaparece del sueño como por arte de magia y ella llora observando el dedo sobre el suelo sucio y todo el vestido moteado de sangre.
Observaciones: La paciente siempre cubre el cuerpo desnudo con un vestido elaborado y primoroso de color blanco, pero siempre teme que roce el suelo cubierto de suciedad. Esto puede interpretarse como un temor acuciante de perder la pureza y la ingenuidad. Al ensuciar el borde de la prenda, la paciente se siente temerosa y ansiosa por lo que su madre pueda hacerle como castigo. El cuchillo filoso es un indicador claro de la sexualidad y puede interpretarse como una alegoría al falo. La angustia de la paciente no viene dada por la pérdida del dedo (indicador fuerte por la pérdida materna), sino por el temor de manchar su atuendo blanco.
Nota: ¿Habrá amado alguna vez la paciente? ¿Habrá algo sentimental que merezca su atención? ¿Qué hacer cuando una paciente comprende perfectamente la raíz de su problema y espera que el profesional le dé la solución?
La paciente no acudió a la consulta argumentando que en la galería de la ciudad exponían una larga muestra de Rembrandt y que ella era una adoradora de sus claroscuros. Recojo con parsimonia la interpretación de sus pesadillas y las regreso al file. De modo que Sofía adora los claroscuros de Rembrandt, con su personalidad, nunca se me hubiera ocurrido pensarlo. Hubiera apostado por la obra de Dalí por ejemplo, pero nunca Rembrant. Supongo me quedaré con las ganas de comentar sus impresiones acerca de la muestra, pero en el fondo, creo que extraño los cincuenta minutos bajo la autoridad de sus ojos, el dominio de toda la habitación mediante su palabra, su neurosis y su enfermedad.
Sofía sigue escudándose en razones pueriles para no venir. Pienso seriamente que la terapia colectiva puede ayudarle y tal vez un traslado con otro psicoanalista, ya que a todas luces hemos perdido el rapport.
Llega temprano y con el rostro inexpresivo. Me pregunta qué tarea le corresponde para hoy. No dice nada referente a las citas pasadas y yo tampoco introduzco el tema.
Le muestro el test de Rorschach, sosteniendo en alto la página con las manchas de tinta. La paciente dice que sólo ve manchas de tinta, pero que si lo prefiero puede engañarme diciendo que ve nubes negras con formas de monstruos, perros o sirenas, lo cual me hace pensar y buscar rápidamente en mi cabeza, el motivo por el cual se halla tan deprimida. Luego cae en un raro sopor, donde me mira fijamente y brotan lágrimas de sus ojos, pero sin sollozos, sin emoción alguna, sin vida.
Este caso se me hace inexplicable, confuso y, cuanto más avanzo en el tiempo, más perdido me encuentro. Tal vez esto se me está yendo de las manos y la complejidad de Sofía necesite de una segunda opinión. Mañana le sugeriré a la doctora Silvia que valore el caso, de lo contrario no sabré qué hacer.
La paciente no acudió a las citas. Tampoco fue donde la doctora Silvia para que hiciera su propia valoración. Después de pensarlo mucho me decido a llamar a su apartamento en el que una voz desconocida me dice que no sabe nada de ella desde hace veintiún días, que dio parte a la policía y que le abrieron un expediente para desaparecidos. En lo que a mí respecta no tengo nada que hacer. Sofía del Carmen Álvarez pasará a ser un caso más, de los archivados y sin resolver que yacen en el fondo del escritorio.
La doctora Sofía, que precisamente estaba celebrando en la fecha su cumpleaños cuarenta, concluye con la lectura de la historia clínica del file y se quita los espejuelos de galeno colocándolos en ángulo recto, sobre el escritorio. Se recoge el cabello en una coleta sobre la nuca con una hebilla negra y sonríe, levantando la vista hacia el diván en el que yace el cuerpo de un joven delgado y hermoso.
—Obviamente el Doctor Hernández nunca se percató de los motivos que me llevaban a su consulta. Todos los años de experiencia y estudio no le sirvieron de nada frente a tan simple patología, pero vayamos al grano— y se alisó cada uno de los pliegues de la falda, cruzando las piernas.
—Mire, Julián, el camino de la sanación es difícil. Yo también aporté cincuenta minutos semanales de mi vida, mes tras mes, sólo porque amaba a mi profesor de psicología. Usted me ha aportado cincuenta minutos de los suyos por más de un año, si mi cuenta es exacta.
E irguió el busto aún virgen, hacia el diván:
—Julián, dejémonos de fantasías.
Copyright © | Maritza Espinosa, 2000 |
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Fecha de publicación | Febrero 2002 |
Colección | Interiores |
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Una muy buena historia que he disfrutado mucho por su serio trasfondo psicológico unido a un final no menos que sorpresivo. Ojalá que podamos seguir disfrutando de los cuentos de esta autora. Gracias.
Creo que es una muy buena historia, por su dinamismo y lo inesperado de su final. Muy buena técnica, ya que otros escritos si bien eran buenos eran bastante previsibles. Felicitaciones a la escritora. Desde Chile,
La verdad es que estaba haciendo un trabajo sobre la historia clínica de un paciente y buscando en el google me salió esta página que me alegro de conocer. No encontré lo que buscaba pero no pude evitar leer la historia completa y la verdad es que no sé por qué. Bajo mi ignorancia absoluta de la lectura, pues no soy nada amante de ésta, necesitaba leerlo y saber el diagnóstico final. ¡Me enganché por así decirlo!
Me pareció muy interesante esta historia y creo que muchas personas tienen los mismos trastornos que esta persona. Me causó mucha admiración y bien por ella que se recuperó.
Me pareció muy importante toda la historia porque nos ayuda a comprender a muchas de las personas que pueden padecer este problema. Lo que me sorprendió fue el final: nunca creí que eso pasaría pero está bien por ella porque se pudo curar.
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