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La cometa que voló muy alto

Estrella Cardona Gamio
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[Cometa]

Érase una vez una cometa que voló tan alto, tan alto, que llegó hasta el mismo Sol, y el Sol, que se encontraba aburrido como siempre —¡es que resulta de lo más soso estar solo en el cielo viendo eternamente girar y girar a los planetas en torno de uno como si de un tiovivo se tratara!— entreabrió un ojo porque se había medio adormilado, y contempló a la insignificante cometa meciéndose delante de él como una mota de polvo, ¿qué digo una mota de polvo?, ¡menos todavía que una mota de polvo!

—¿Quién eres tú? —preguntó con perplejidad ya que nunca, en sus cuatro mil millones de años de existencia, se le había acercado algo tan diminuto y singular.

—Soy una cometa —replicó ella muy satisfecha de su condición.

—¿Un cometa?... Tú no eres un cometa, yo conozco muy bien a los cometas, parecen estrellas fugaces y son luminosos, tú eres muy rara y además no brillas... O sea, no eres un cometa.

—¡Claro que no soy un cometa! —se enfadó ella—, ¡lo que yo soy es una cometa, que es algo muy diferente!

El Sol se quedó pensativo. «¿Será que me vuelvo viejo y empiezo a confundirme?», se dijo para sus adentros, pero claro, no iba a demostrar que él podía equivocarse y mucho menos frente a una minúscula cosa que decía ser una cometa. Entonces el Sol frunció el ceño y, fingiendo que estaba sumido en hondas e inteligentes reflexiones, preguntó con aires de profesor:

—Veamos, veamos, ¿de dónde vienes una cometa?

La cometa, ligera, construida con papeles de alegre colorido, y con una cola muy larga que flotaba graciosamente escoltándola, chilló:

—¡No soy una cometa, soy una cometa!

—Eso mismo estoy diciendo.

—Bueno —la cometa se hubiera encogido de hombros de haberlos tenido—, da igual, no tengo ganas de discutir... Vengo de la Tierra.

—¿La Tierra?... ¡Ah, sí, el tercer planeta!... ¡Es tan insignificante!...

A la cometa escuchar aquello le sentó bastante mal, porque para ella la Tierra no era insignificante.

—Yo nací en la Tierra y es grande y hermosa.

El Sol la contempló con superioridad.

—No me extraña que digas eso, porque viéndote a ti...

—¿Sabes que por muy Sol que seas eres un grandísimo maleducado? —le replicó la cometa verdaderamente enfadada.

—Naturalmente que soy grandísimo, ¿es que no te has dado cuenta aún de que estás hablando con el Sol? —dijo él vanidoso—, y a mí me está permitido todo, porque sin mí los planetas no tendrían en torno de quien girar, y, pobrecillos, ¿qué iban a hacer entonces?

La cometa, que llevaba pintada una cara muy cómica, le miró enfadadísima.

—Te crees importante, ¿no?

—Lo soy.

—¿Por qué?

—Si yo fuese una maleta, todos los demás planetas de este sistema cabrían dentro de mí, y todavía habría espacio para muchos más, ¿te parece poco?

La cometa frunció el ceño.

—¿Sabes una cosa?

—¿Qué?

—No eres tan grande.

El Sol se irritó mucho y lanzó imponentes llamaradas en todas direcciones menos en una que era en donde se hallaba la cometa, porque si no la hubiese chamuscado.

—¿Cómo que no soy tan grande? ¿Es que eres corta de vista?

—No, no soy corta de vista, al contrario, veo perfectamente.

—¡Pues no se nota!

—Te vuelves a equivocar.

—¡Yo no me equivoco jamás!

Ilustración de Estrella Cardona Gamio

—Eso te lo crees tú.

—¡A ver, demuéstramelo!

—¡Claro que voy a demostrártelo!

—¿Cómo?

—Muy fácil, si en lugar de estarte siempre en el mismo sitio, te dignases visitar a tus vecinos de tanto en tanto, podrías saber muchas cosas.

—¡Yo no puedo ir de visiteo como un vulgar meteorito, ¿por quién me has tomado?!

—Por un necio orgulloso.

El Sol, de amarillo, se puso rojo de indignación.

—¡Eres, eres...!

—Soy una cometa y procedo de la Tierra, esa que tú llamas el tercer planeta con tanto desprecio, y, mira lo que te digo, ¡so vanidoso!, desde la Tierra no se te ve tan grande, en realidad no se te ve nada grande, se te ve pequeñajo, pequeñajo, tan pequeñajo que hasta un satélite como nuestra Luna, ¿sabes de quién hablo?, te puede oscurecer totalmente, y, peor todavía para ti, incluso una pequeña nube puede cubrir tu cara borrándote del cielo... ¿Quieres decirme ahora dónde está esa grandeza que te llena de soberbia?

El Sol estaba bizco de ira, quiso decir algo y no le salieron las palabras; la cometa sonrió burlona.

—Bueno, ¿qué pasa, se te comió la lengua el gato?

—¡Mira que si me apago —consiguió balbucear por fin el Sol con acento amenazador—, si me apago os dejo a oscuras para siempre!

—No lo harás, si te apagaras nadie te vería y eso no ibas a poder soportarlo.

El Sol estaba recobrando su hermoso color amarillo pero seguía enfurruñado ante la insolencia de la pequeña cometa.

—¿Sabes una cosa?, yo no estoy aquí colocado para escuchar tus tonterías precisamente, o sea que déjame tranquilo.

—¡Adiós! —exclamó muy decidida la cometa.

El Sol, que no se esperaba semejante reacción, se mostró la mar de sorprendido.

—¿Cómo adiós, acabas de llegar y ya te vas?

La cometa entonces, empezó a alejarse balanceándose para coger impulso, y sus adornos de papel se agitaron igual que los pañuelos en una despedida.

—¿No me has dicho que te deje tranquilo?

—¡Era una forma de hablar! —exclamó el Sol muy dolido pero ella siguió alejándose mientras le guiñaba un ojo con malicia.

—¡Eh, oye, espera, no te vayas! —rogó el Sol descendiendo de su pedestal de orgullo, y, verdaderamente, fue un enorme esfuerzo el hacerlo.

—¿Para qué voy a quedarme si procedo de un planeta tan insignificante y poco digno de tu interés?

El Sol permaneció un ratito callado, pero luego se rindió sin condiciones.

—Me haces compañía... y me entretienes, ¡es tan triste estar aquí siempre, el centro de todo y más solo que la una!...

—¡Vaya!, así que ahora yo soy el payaso que te divierte, ¿no es eso?

El Sol repuso humilde:

—Perdona, no lo he dicho para ofender, de veras... Quédate un poquito más, por favor...

[Ilustración de Estrella Cardona Gamio]

¿Qué repuso la cometa al oír aquello? Pues fingió meditarlo durante unos instantes, más que nada para que el Sol no se creyera que sus ruegos eran órdenes, porque visto estaba que el Sol era un mandón, y después, como tenía un corazoncito bueno y compasivo, no se quedó un poco más, sino mucho, mucho, mucho tiempo, tanto que aún está allá arriba, con el Sol, haciéndole compañía.

¿No la habéis visto nunca?

Claro que siendo tan chiquitita, tan chiquitita, no resulta extraño. Ahora no os sintáis defraudados, tampoco ningún astrónomo de la Tierra ha podido descubrirla todavía, y ellos no saben que existe... ¡pero vosotros sí!

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Copyright ©Estrella Cardona Gamio, 2001
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Fecha de publicaciónMarzo 2002
Colección RSSJuve
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