Siempre amé las montañas. Siempre quise vivir en lo alto. Yo, un típico ser urbano, para colmo de una ciudad llana y plana y chata como Buenos Aires, soñé desde chico con la montaña.
Me impresionaron las lomadas uruguayas y creí llegar al cielo cuando subí al cerro San Antonio, en Piriápolis.
Ahora mi sueño se ha cumplido. Rico como soy he podido retirarme a la montaña. Subí muy alto en mis sueños. Logré lo que quise. Hoy es mi primera visita a la cumbre.
Noté con estupor que soy propenso al vértigo.
Pero ya es tarde.
Las ventanas abiertas al precipicio me atraen y me espantan. No puedo dejar de imaginarme cayendo por ese agujero oscuro, aullando en el vacío y esperando el golpe final.
Ustedes me entenderán, sobre todo usted, señor Juez. No se puede vivir así, sabiendo que al primer descuido de mi voluntad, una fuerza loca e imparable me arrastrará a los balcones y me obligará a echarme al aire. Para qué luchar contra uno. Sé que si no es ahora, mañana o en un mes, la idea de saltar gatillará mi mente y me obligará a tirarme.
Por eso, en pleno ejercicio de mis facultades, y con el fin de evitar engorrosas investigaciones, informo a usted que he decidido acabar con esta tortura. En el día de la fecha, a las 20 horas, abriré las ventanas de mi habitación, miraré por última vez las cumbres nevadas y saltaré hacia el barranco.
Copyright © | Esteban Lijalad, 2002 |
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Por el mismo autor | |
Fecha de publicación | Marzo 2003 |
Colección | Interiores |
Permalink | https://badosa.com/n156 |
Mi estimado Esteban Lijalad, leí su cuento La casa en la montaña, me gustó, le confieso. Tiene buena factura y me agrada además iniciar con ese «Siempre amé las montañas...»: enlaza el tiempo de los deseos desde casi la infancia de un habitante urbano en Buenos Aires, hasta el maravillo encanto del suicidio como el mejor ejemplo del vértigo.
Lo pensé, debe ser un hombre viejo, hablo del escritor. Con agradable sorpresa, encuentro en su biografía que tenemos la misma edad, que lo que usted y yo escribimos no lo lee casi nadie y que lo mejor que puedo hacer es saludarle.
Los otros dos cuentos son buenos... Muchas gracias por la oportunidad de conversar con vos... al leerte.
(Un capítulo de una antigua novela mía, hoy trasnochada y anacrónica la puedes encontrar en Casinada.)
Un saludo cordial,
No he llegado, lo sospecho, a desvelar el auténtico sentido de este relato, pues, de lo contrario, tendría que aceptar que es un texto totalmente absurdo y sin valor alguno. Espero que otros sepan interpretarlo mejor que yo.
Parece destino inevitable de quien llega a la cima de su montaña. Allí, conoce el vértigo que años atrás había negado mientras subía. Parece que, no, se acabó el camino. La búsqueda se volvió delirio, suicidio o quizá otro sueño de esos que aspiran el cielo, más allá de la montaña. Sin culpar a nadie, sin culparse a sí mismo. Muchas gracias autor por no culparme, muchas gracias por compartir su delirio...
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