Yo nunca quise engañar a nadie, le digo más, nunca engañé a nadie. Pero resulta ser que para todos soy un mentiroso y hasta hay quienes dicen que soy un estafador, aun sabiendo que no hubo ningún tipo de lucro. Yo lo único que le puedo decir es que no tengo la culpa de que la gente sólo vea lo que quiere ver. Hilando más fino, le diría que el crédulo tiene la misma culpa que el mentiroso. No sé a quién se le habrá ocurrido en la historia eso de que ser crédulo es una virtud. Para serle franco, pienso que ésa es la coartada de los idiotas, que no se detienen a pensar y ver las cosas objetivamente. Y ojo, no meta en la misma bolsa la credulidad y la inocencia. La inocencia sí que es una virtud y mucho más en estos tiempos que corren. Mantener la inocencia en estos días le da un doble mérito: el de inocente y mártir. Y ahí sí le doy la razón, inocente no soy. Le pido por favor no me venga con ese discurso de que el que no es inocente es culpable, porque con ese criterio lo que no es blanco es negro y vamos a ver de qué se disfraza para explicarme el asunto de los colores. Si quiere un debate filosófico lo hacemos otro día y en un café, porque no creo que usted quiera perder su tiempo, y a mí el hecho de estar en tribunales, y con todos esos periodistas afuera, no me gusta nada.
¿Que yo me lo busqué? Mire, para contestarle sólo puedo hacerlo con otra pregunta: ¿Usted busca a los tontos? No, claro que no. Los tontos están por todos lados y todo lo que tocan lo transforman. ¿Que son ignorantes? Claro que lo son, pero ni usted ni yo tenemos la culpa. Los tontos se multiplican geométricamente. El tonto le da poder a otro y después se queja de que es como él. El tonto no piensa, cree que piensa. Uno puede ser ignorante hasta cierta edad, pero la vida es demasiado evidente para denotar que cualquiera puede superarse. No le voy a decir que es fácil, pero tampoco es imposible. Si me dice que un tipo que está solo y vive en medio de la nada no puede dejar de ser ignorante, se lo justifico. Pero no jodamos, en una ciudad los medios sobran. Y no me pida que le diga cómo porque puedo estar cuatro días seguidos dándole métodos.
Mire, me parece que nos estamos yendo por las ramas y no estamos llegando a nada. Lo mejor va a ser que le cuente todo del principio, total no hay nada que ocultar.
Resulta que hará unos seis meses una tía mía, hermana de mi mamá, falleció. Una semana antes de este asunto esta tía me pidió si la podía llevar al hospital para hacerse ver. Como era una tarde linda le dije que mejor ir caminando. Bah, caminando fui yo, porque ella era invalida y andaba en una silla de ruedas. La cosa es que llegamos y a la hora el médico la vio y le dijo que se tenía que quedar internada. Después de hacer todos los trámites la dejé a mi tía acostada y cuando me iba a ir un enfermero me dijo que me llevara la silla de ruedas porque ahí molestaba. Así que salí del hospital con la silla y me fui a la parada de colectivos. Ya eran como las nueve de la noche y los colectivos pasaban llenos. Y es medio complicado viajar con el colectivo lleno, así que imagínese con una silla de ruedas. La cosa es que preferí ir caminando empujando la silla. Por ahí pasan unos muchachos y uno me dijo: ¿Qué pasa, no arranca? Los otros se reían y yo me hice el otario y seguí caminando. Como a las dos cuadras pasan unos en una moto y uno me grita: ¡Che, se te perdió el piloto! Para colmo pasaba una gente caminando y me dio vergüenza, vio. Cuando ya no quedaba gente en la cuadra me agarró eso que uno tiene de chico y me pregunté: ¿Cómo será andar en silla de ruedas? La cosa es que me subí y le entré a dar. Es lindo. ¿Alguna vez anduvo en silla de ruedas? No, no le estoy tomando el pelo. Por ahí alguna vez anduvo embromado y tuvo que usarla.
La cosa es que llegué a casa y la silla quedó en un rincón. A la semana falleció mi tía y quedó la silla en casa. La verdad que pensé en llevarla a un hospital o un hogar de ancianos, pero mire lo que son las cosas. Resulta que yo tengo un silloncito donde miro televisión, y da la casualidad que va y se le rompe una pata. Yo de carpintería no entiendo nada y la verdad es que no andaba bien de guita como para mandarlo a arreglar. La cuestión es que vi la silla de ruedas y me acordé que era cómoda. Problema solucionado, ya tenía sillón nuevo. Pensé en sacarle las ruedas, pero la verdad no tenía herramientas ni ganas.
Un día cae a casa Lucho, un amigo con el que nos criamos juntos. Lo primero que le llamó la atención fue la silla de ruedas. Me preguntó y le conté toda la historia. Tomamos unos mates y me dice que había venido para decirme que se había ganado en un concurso de la radio dos entradas para ir a ver a los Red Hot Chili Peppers. Me cuenta que quería que lo acompañara, que él ponía las entradas y yo después pagaba la cena. La verdad es que andaba medio escaso de fondos, pero hacía rato que no salía y le dije que sí. Seguimos tomando unos mates más y a él se le ocurre la idea. Sé perfectamente que le podría haber dicho que no, pero bueno, como las entradas eran de él, le dije que bueno. La idea era que llevara la silla de ruedas al espectáculo. Le pregunté para qué, y me dice que para ver desde más adelante. Vio cómo es la cosa, a los que van en silla de ruedas a los cines o a los teatros los mandan para adelante. ¿Qué no soy un inválido? Claro que no lo soy, pero la gente no pregunta. Dígame una cosa: ¿si un tipo va con un bastón blanco es necesariamente ciego? ¿Qué lo hace ciego? ¿El hecho de no ver o el bastón? Sé que soy un avivado pero dígame en que parte de la constitución dice que un avivado es un delincuente. Pero bueno, le sigo contando. Llega el sábado y se aparece el Lucho en el Torino, cargamos la silla en el baúl y nos vamos para el estadio, era en el de River. Imagínese, un mundo de gente, tuvimos que dejar el auto como a diez cuadras. Hicimos todo el circo para no despertar sospechas: el Lucho bajó la silla del baúl, me alzó y me sentó. Cuando llegamos a la puerta había como dos cuadras de cola, pero cuando me vieron en la silla nos hicieron pasar enseguida. Ahí fue cuando me entró a dar un poco de vergüenza. Para colmo de males, las entradas eran para la cancha y justo el día anterior había llovido, así que cuando la silla tocó el pasto enseguida se encajó. El Lucho transpiraba haciendo fuerza con la silla y no avanzaba. Unos pibes vieron la fuerza que estaba haciendo el Lucho y sin preguntar me alzaron con silla y todo y me llevaron por sobre las cabezas del público hasta el escenario. Y no va que en ese trayecto a un iluminador se le ocurre alumbrarme con un seguidor. La gente empezó a aplaudir y a gritar. Le aseguro que me sentía Franchescoli cuando River salió campeón. La cosa es que en cuestión de segundos ya estaba ahí adelante con el Lucho. Estábamos viendo a un grupo que tocaba de telonero cuando al Lucho le suena el celular. Lo llamaban de la empresa en que trabaja para que fuera urgente a un restaurante de la costanera, porque se les había roto la heladera. Me dice que me quede, que era cerca, que la arreglaba y volvía. No me gustó mucho la idea, pero si tenía que salir con la silla iba a tardar muchísimo. El Lucho se fue y los pibes que estaban al lado se entraron a hacer amigos. Como el Lucho se había llevado los cigarrillos me convidaron, y también me convidaron cerveza. ¿Cómo habían entrado las cervezas? No sé, pero tenían un montón. No sé cuántas me habré tomado pero cuando empezaron a tocar los Red Hot yo ya estaba alegre. Lo que me acuerdo es que entré a revolear la camisa y estaba de lo más contento. Pero tanta cerveza hizo que me dieran ganas de ir al baño. Habré aguantado una media hora y ya no pude más. Para colmo de males los pibes que estaban conmigo empezaron a hacer pogo, y yo entre el mareo y las ganas de ir al baño la estaba pasando feo. ¿Que qué es pogo? Es eso en que los chicos se chocan entre ellos. Es como una especie de baile, vio. Le sigo contando, cuando ya estaban por revolearme con silla y todo, me paré y les dije que me cuidaran la silla que iba al baño. Cuando me paré los pibes se quedaron mudos. Va, todos se quedaron mudos. Créame, cuando iba para el baño la gente se abría y no decía nada. Parecía Moisés cuando el mar se le abrió, sentía todas las miradas sobre mí. Estaba en el baño haciendo mis cosas cuando cae un periodista y me entra a hacer preguntas. Terminé y me rajé corriendo. La silla la dejé, y menos mal que no la fui a buscar porque no sé qué hubiese pasado. Del Lucho, ni noticia. Llegué a casa, vi un poco de boxeo por televisión y me acosté. A eso del mediodía me despierta el teléfono, atiendo y era el Lucho. Me dice riéndose que ponga «Crónica» y me cuelga. Le puedo asegurar que casi me desmayo. Se veían las imágenes en las que me llevaban por el aire con la silla y después en las que salgo caminando entre la gente. Diga que estaba enfocado desde lejos y no se me veía la cara. Después veo que entrevistan a los pibes que me convidaron cerveza y ellos cuentan lo que en verdad pasó, que me levanté de la silla y fui al baño. Eso fue el domingo, lo más grave fue el lunes. Todos hablaban de eso: la radio, la televisión, los diarios. Ahí sí que me dio miedo en serio. Para colmo a algún periodista tarado se le ocurrió decir que los Red Hot Chili Peppers eran milagrosos y hacían caminar a los inválidos. El revuelo que se armó. Los pibes esos que estaban conmigo entraron a aparecer por todos los canales y la bola de nieve cada vez se hizo más grande. Créame que nunca escuché tantas estupideces juntas, hasta me indignó, mire lo que le digo. La verdad es que tendría que haber ido y haber dicho la verdad, pero vi tanto canibalismo que me dio miedo y me quedé en el molde. No sé cómo consiguieron mi teléfono. El Lucho seguro que no fue porque lo conozco y no es de hacer esas perradas. Ese día me volvieron loco. Al otro día se me aparecieron en casa. Ni salí a atenderlos, pero veía por las rendijas de la ventana que estaba lleno de móviles y de idiotas con traje y micrófono. Prendía la televisión y en todos lados se veía el frente de mi casa, y le puedo asegurar que la biografía que hicieron de mí es disparatada. Cualquier tarado con el que había hablado cinco segundos me conocía de toda la vida. Diga que mi familia vive en el interior y no pudieron encontrarla que, si no, no sé qué hubiera hecho. Cualquiera hablaba de mí con seguridad y sin embargo todos mentían. Es increíble las conjeturas que sacan los idiotas, nunca son sencillas, cuando más complicadas mejor. Pero bueno, ahora estoy acá porque a un abogado o algo parecido a eso se le ocurrió denunciarme por estafa. Ahora dígame una cosa: ¿qué estafa pude haber hecho yo si nunca agarré un mango de toda esta milonga? Y ojo, tampoco lo quiero. Si me dice que fui un avivado le digo que sí, no lo voy a negar. No cometí ningún delito, no estafé a nadie y acá me tiene. Pero le hago una pregunta señor juez: ¿si usted defiende a la sociedad de los vivos, quién la defiende de los tontos?
Copyright © | Ricardo Costoia, 2002 |
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Por el mismo autor | |
Fecha de publicación | Febrero 2004 |
Colección | Complicidades |
Permalink | https://badosa.com/n189 |
¡Oh! ¡Pero qué buen relato! Fresco, genuino, ¡sí! Me encantó. Me reí. Me reí un montón.
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