Algoritmo

No averigüé quién la mató pero la clienta quedó satisfecha con mi informe. Era un breve resumen de mis entrevistas y de los hechos que pude establecer a partir del enrevesado reporte policial: tres mil quinientas palabras que no decían nada nuevo pero que a Alicia Moreno le sirvieron para convencerse de que la hipótesis que la había llevado a contratar la investigación era cierta.

—La mataron entre todos —dijo cuando terminó de leer. No podía ser de otra manera.

Dejé que pasara un momento para que el ánimo de la mujer se calmara. Le ofrecí un trago y luego le pregunté:

—¿No cree que el asesino sea responsable?

—Los asesinos son asesinos —respondió—, no podemos esperar nada de ellos. De quienes podemos esperar algo es de quienes se dicen personas de bien. Le diré lo que creo: creo que el taxista es un puerco desalmado, que el amante es un insensible, que el novio es un imbécil y que sus amigos son unos canallas. El empleado portuario tenía razón: mataron a una princesa.

La observé sin decir nada; sentía que en su ánimo una convicción muy frágil a la que se aferraba con todas su fuerzas podía quebrarse con el menor movimiento.

—Sé lo que me dirá —continuó—. Me dirá que ella fue la principal y la única responsable.

—No es mi tarea...

—No, pero uno no piensa por hacer una tarea; uno no puede evitar pensar y generalmente se piensa de acuerdo a lo que llamamos lógica, o sentido común.

Pues bien, ni la lógica ni el sentido común sirven para explicar la vida, y mucho menos la muerte. Por eso recurrí a un astrólogo.

Su mirada era fría y carente de sentimiento, como la de ciertos fanáticos.

No quise discutir el punto y ella no insistió tampoco. Se levantó y se fue, después de darme las gracias.

Observé el cheque que había dejado sobre mi mesa y me pregunté si sería justo cobrarlo. Pagaba un par de días de mi tiempo pero se suponía que yo usaba ese tiempo para descubrir cosas que en este asunto no había descubierto. Me había limitado a hacer el relato de un caso clásico, casi calcado de los que se usan para hacer ejercicios de ética en la escuela.

La gente no quiere descubrir nada, me dije, sólo busca convencerse de que lo que ya sabe es correcto.

Me serví un whisky. Siempre volvemos al punto de partida, pensé.