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El origen de la desesperación

Segunda parte

Capítulo III

Musa Ammar Majad
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Después se suceden tres capítulos que me parecieron inconclusos, aun cuando Walter Greene sostuviera lo contrario. «Marco Polo», «La muerte de Nizam al-Mulk», «El capitán Burton».

El primero trata del contacto (por llamarlo de algún modo) de Marco Polo con el paraíso del «Viejo de la Montaña». La historia es común, ¿a qué referirla?

La muerte de Nizam al-Mulk trata de la primera víctima de la secta de los Asesinos. Nizam al-Mulk: El «Orden del Reino», tal es el significado de un nombre nunca desmerecido, respaldado por treinta años de labor. 14 de octubre de 1092 es la fecha que los historiadores conservan. Antes de reseñar el asesinato, Ibn al-Kabir1 afirma que Hassán Ibn al Sabbah reclutaba a los devotos y a las «vírgenes» cuando aún eran muy niños; los alejaba con instructores a lugares solitarios para que, ya capacitados, retornaran y asumieran un papel en la tan aquella vasta obra teatral: los unos, a ser marionetas de un gran organizador; las otras, a ser odaliscas de múltiples fanáticos fugaces. El historiador, del que hace uso Michelleti, recuenta:

¿Cielo o infierno? No importa. Todo era obra de un solo hombre. Un corifeo que en tres décadas abandonó la fortaleza solamente dos veces y que, para depurar la organización, condenó a muerte a dos de sus hijos. Todo se ignora acerca de los secretos de la secta, ya que la biblioteca de Alamut, receptáculo de sus libros doctrinales, fue quemada por los mogoles en 1256. Se entiende que Hassán Ibn al-Sabbah —al igual que los Jefes que le sucedieron— fue dueño de un amplio poder político y territorial y, sin duda alguna, de un inexhausto poder espiritual.

Luego Ibn al-Kabir refiere que el fundador de la secta decidió poner coto al afianzamiento del imperio selyúcida ordenando la muerte de Nizam al-Mulk. Días antes del asesinato, aparecieron cerca del lecho del visir unos panecillos. Constituían la sentencia, pero nadie conocía su significado por aquel entonces. Los matadores, armados con dagas, disfrazados de ascetas e individualmente, recorrían las calles de la ciudad, sin descuidar la vigilancia de los lugares frecuentados por la víctima, así como sus costumbres, familiares y amigos. El asesinato se perpetró en público. En El origen de la desesperación se cuenta que «arrojado por un fida’i, el cuchillo cortó el aire, silbó al pasar y enterró la totalidad de su hoja en el cuerpo del ‘Orden del Reino’». Refiere una leyenda, tratando de acentuar el horror, que Hassán Ibn al-Sabbah y Nizam al-Mulk eran condiscípulos de un sabio de Nishapur cuando se juraron lealtad para toda la vida.

A diferencia de éstos, el último capítulo de la Primera Parte trataba de la búsqueda de un relato que constituyó la materia inicial de El origen de la desesperación. Procedimiento viejo de la literatura, se dirá; sin embargo, esta vez era cierto.

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Copyright ©Musa Ammar Majad, 2005
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Fecha de publicaciónSeptiembre 2008
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