Escriboniano. Ulises odiaba ese apellido.
—Apellido con sabor romano. Hace pensar demasiado en escribano, ¿no?
Y es que Ulises sostenía que el carácter servil del escriba era romano. Mientras que el escriba en Israel interpretaba y enseñaba la ley y en Egipto ocupaba todos los cargos públicos, en Roma su función quedó reducida a la de auxiliar de los magistrados o particulares, cuando no a la de mero copista a sueldo de los libreros.
—Fue Pellegrino Turri quien liberó la profesión del escriba. 1700 años después. Un invento mecanográfico, con el fin de que la hija de un conde, ciega de nacimiento, pudiera escribir.
—Herejía —dije—. No su burda acepción cristiana. Para los griegos herejía era elección.
—¿Elección? —interrogó Ulises.
Le conté que la noche en que Luciano Michelleti se borró físicamente con un tiro en la sien tuvo distintos motivos a los imaginados por todos. Falsa la imposibilidad de una compañera para la confrontación de las ideas del hogar y el respectivo desacuerdo que les permitiría ir a dormir uno al lado del otro con la firme convicción de constituir dos diferencias que se unen más a través de sus emociones. Falsa también la condena del escritor atormentado por la ausencia del llanto, que lo llevaría a acabar con su humanidad en el preciso momento en que la lluvia le impedía siquiera sospechar que las lágrimas al fin corrían por sus mejillas.
—Herejía —repitió Ulises.
Copyright © | Musa Ammar Majad, 2005 |
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Fecha de publicación | Febrero 2009 |
Colección | Narrativas globales |
Permalink | https://badosa.com/n292-16 |
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