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Cierre de listas

Antonio Libonati
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaRuta 8, San Martín, Gran Buenos Aires

Esta vez te tienen que cumplir. Si no, vas a armar un gran quilombo. Hace tres internas1 consecutivas que te engrupen2 con que vas a ser candidato a concejal a salir y siempre te zarpan.3 Lo máximo que llegaste fue a figurar de primer suplente. No te lo van a hacer otra vez porque estás dispuesto a romper todo. Para eso venís acompañado por el Pichi, el Oreja y el Zurdo Fabián, tus laderos más fieles.

El Pichi no es ningún tirifilo,4 estuvieron juntos en el instituto y se las bancaba5 todas. Le tenían pavura desde los celadores hasta los que estaban por homicidio. Tampoco arruga el Oreja, hasta que empezó a colaborar con vos en la política, andaba de caño por ahí, y hasta dicen que mandó alguno para el otro lado. El Zurdo Fabián, aunque está limpito,6 también es bravo. Además de Perón los une la pasión por Chaca. Son cuatro funebreros.7

Los cuatro, al final del Proceso,8 se les paraban en la cara a los milicos y les cantaban: «Baila la hinchada, baila, baila de corazón, sin policía, sin militare, vamo a vivir mejor.» Entonces era distinto. Se reconocía a la militancia, a los que ponían huevos. ¡Tanto que luchaste por eso que te enseñaban del regreso a la democracia! Le pusiste el pecho a las balas; a los gases, a los palos; y ahora estás convencido de que te jodieron lindo. Tanto «luche y vuelve», tantos compañeros desaparecidos, para que muerto el Viejo, ahora estos lavanderos9 te vengan a pasar como alambre caído. Si ellos estaban escondidos debajo de la cama. Algunos ni eran peronistas, vos sabés que se disfrazaron después del 82 cuando la cosa empezaba a venir suave. Pero ésta no se la van a llevar de arriba.

Sabés que la cita es a las diez de la mañana. Hay que preparar todo el papeleo y entregarlo en la Junta Electoral en La Plata antes de las doce de la noche. Pero llegás a la agrupación del pelado González en el centro, donde se hacía la reunión, y como ya te pasó otras veces, no hay nadie. Tres o cuatro referentes barriales de cuarta esperando en la puerta. Está todo cerrado. Dicen esos giles10 que están todos en la casa del Intendente, el Ramón, haciendo las últimas roscas.

Al Torino del Pichi le pusieron gas antes de venir. Comenzás la caravana que en la elección anterior fue interminable.

Allá te vas con tus compañeros para lo del Ramón, dispuestos a terminar todo antes de mediodía e ir después a comer un asadito a lo del Oreja.

Ya lo planeaste. Al Pichi lo vas a poner de secretario; va a manejar el auto, al principio el Torino éste, el de él, después alguna catramina11 que te puedas comprar con los primeros sueldos. Además te acompañará a todos lados por si hay piñas o entreveros. Fabián va a ser asesor: como estuvo con los montos está más preparado políticamente; y tiene el secundario. Al Oreja, que también quería ser concejal, vas a negociar con el Ramón para ponerlo en Espectáculos Públicos que son puestos con caja. Con los manguitos que hagas vos más lo que pueda recaudar el Oreja, van a hacer crecer la Agrupación Barrios Peronistas. En las próximas elecciones, al lápiz, lo van a manejar ustedes.

En el camino te encontrás a una vieja del barrio que va a comprar un remedio para el nieto. Ayer a la noche le dio un ataque de tos que se ahogaba. Se les llovió todo adentro. Le preguntás si precisa algo. Te dice que no gracias, que si necesita algo más te irá a buscar a tu casa. Tiene una familia de más de veinte; votan todos y son afiliados tuyos. Qué poco se hizo. El barrio está lleno de agua. Entre la lluvia y las napas, parece un charco.

Llegan a destino, sale la mujer del Intendente a atenderlos, como siempre con cara de orto. Ésta ahora se hace la importante pero vos sabés que antes del 85 era radical, gorila con pelos en las manos. Ahora, se toma el derecho de tratarlos mal a ustedes que lo hicieron llegar al pelotudo del marido.

—El doctor no está.

—¿No sabe por dónde anda, compañera? —sabés que le reventás el hígado al darle ese título sagrado. Es tu primera alegría del día.

—No tengo ni idea, me dijo que no venía a almorzar.

Campaneás12 para adentro del jardín a ver si hay coches estacionados. No es la primera vez que ésta te miente.

¿Dónde carajo habrán ido?

Otra vez para el centro.

El Oreja te plantea la variante: ¿por qué no vamos a hablar con Juan?

Juan es el archienemigo interno del Ramón, pero vos sabés que, con el aparato, el Intendente siempre gana.

—No seas boludo —te dice el Oreja—, éste nos va a cagar otra vez, si nos vamos para el lado del Juan, nosotros volcamos la interna. Yo estuve hablando con él y está seguro. Además nos daría todas las pintadas a nosotros, bien pagas.

Se te paran los pelos. El Oreja no te había dicho que estaba negociando con el Juan. Querés serenarte. Le decís que tenga confianza, que el Ramón, a él y a vos, se los prometió delante del Ricardo, el diputado.

—Ése es más hijo de puta que el otro —dice el Oreja—. No tenía ni para morfar13 cuando estaba en la agrupación con nosotros. Después llegó y ya repitió tres veces. Se va a quedar toda la vida en el cargo. Como los reyes.

Llegan al centro, ahora la agrupación del Pelado está abierta, pero los dirigentes no están, siguen allí los de cuarta, los han hecho pasar y les dieron jugo. En la oficina de adentro te dicen que está el secretario del intendente, vino a preparar las listas. Ése sí que ni es peronista, ni afiliado, ni siquiera es del distrito. Uno de los giles las está oficiando de «secretario del secretario», ya aprendió tan bien su papel, que se limita a no dejar pasar a nadie; para que no lo molesten al otro «que está ocupado». Lo que todavía no aprendió es a conocer con quién trata. Ni te tenés que molestar vos, antes de que te repongas de la prohibición de pasar, entre el Pichi y el Oreja lo sacan de circulación; abren la puerta, y están vos y tus compañeros parados frente al burócrata. Se pega semejante susto al verlos entrar que se le caen los papeles de la máquina de escribir.

—¿Qué tal, muchachos? —pone sonrisa.

—¡Qué pasa, compañero, ahora se le cierra la puerta a la militancia!

—Por favor, cómo dicen eso... ¿Ustedes son candidatos? Acá tengo las planillas para tomarles la firma.

—Pero esto está todo en blanco —dice el Zurdo—. ¿Para qué es, para concejales titulares, para consejeros escolares, para barrer el piso?

El famoso secretario está en bolas.

—No, yo nada más lleno los datos, después los lugares los pondrá –señala para arriba.

—¿Quién, Dios?

—No, Ramón

—¿Dónde está el Ramón?

—No sé, esperá que lo llamo al celular... ¡hola, Ramón? Acá están los muchachos de Suárez, el Pancho... bueno, te doy con él

—¿Hola, Ramón dónde se escondieron?... Sí... Sí... Yo lleno los datos... Pero para ser qué... Sí, y lo que hablamos qué fue... ¿Vos dónde estás?... Cuál... Ah... ¿A qué hora volvés?... ¿Dónde?— le pasás el teléfono otra vez al secretario, les informás a tus compañeros que está con el gobernador discutiendo la lista de los diputados, preguntó si anoche lo vieron por la televisión, te pidió que firmés en blanco. Después de las cuatro de la tarde el Ramón va a estar en el sindicato de los metalmecánicos para arreglar todo.

Contra la opinión del Oreja y del Zurdo firmás la planilla en blanco, ocultándoles que vos también desconfiás. Siempre fuiste disciplinado. Pero tenés miedo.

Se despiden del secretario; ahora tiene otra sonrisa: no sabés si es de susto, como antes, o de triunfo porque firmaste en blanco.

A la salida, el Oreja, le pega de pasada un sopapo al gil que no los dejaba entrar. Pensás que habiendo firmado ya cortaste la jugada que te proponía, de arreglar con el Juan. Tenés la certeza de que ustedes no son santos pero los del Juan son una banda. Ustedes se metieron en la renovación porque había un proyecto: volver a las épocas gloriosas que tus viejos te habían contado, cuando estaban Perón y Evita.

Sindicato de Metalmecánicos, son las cinco de la tarde y todavía el Ramón no volvió de la casa del gobernador. Hay un montón de militantes afuera. Adentro no se puede ni caminar. Mientras van entrando observás que los compañeros están agrupados formando anillos. En la calle los de base. Ésos no tienen ni esperanzas ni ambiciones. Hay mujeres con chicos. Hombres grandes, peronistas históricos, curiosos. Algunos muchachos están dados vuelta por el vino, la cerveza o la merca y se dedican a mangar a los que entran.

—A buen puerto vas por leña, hermano –les decís. Qué lástima. Qué poco se había hecho. Cuando vos llegues no los vas a dejar en banda.

Hacia adentro aparecen en el patio cientos de referentes barriales que vinieron a acompañar a los candidatos a figurar. Éstos están en un salón grande, custodiada la entrada por dos monos del sindicato. De buena onda y entre risas, ustedes les cantan los viejos himnos de batalla: «Se va a acabar, la burocracia sindical.» Los monos juegan, les pegan trompadas en los hombros que ustedes les devuelven. Los únicos que consiguen pasar a ese salón, son vos y el Pichi que no participó en el juego previo pero los monos le abren paso. El Oreja y el Zurdo les dicen que entren tranquilos, que los esperan. Te da en las bolas tener que separarte de los compañeros que lucharon con vos codo a codo. Y ahora esas malditas puertas separándolos. A vos también te dejan afuera de una, hay una que no podés trasponer, detrás están los lugartenientes del Ramón, el capo del sindicato, el diputado provincial, el presidente del concejo, el del bloque. Bueno, más bien los imaginás, porque realmente no sabés que es lo que hay. Lo que sí hay, en todos los anillos, son minas que están buenas, mejores cuánto más se acercan a los anillos más chicos. Inclusive un par de hembrones14 emperifolladas que no conocés logran entrar al lugar que a vos te prohibieron. Son de esas guachas que aparecen cuando hay elecciones o algún acto oficial.

Te pasás dos horas boludeando, sin novedad de nada. Los únicos acontecimientos son otros alcahuetes que pasan por la puerta prohibida. Algunos que salen, transmiten las novedades:

—No pasa nada, estamos esperando al Ramón.

Como a las siete de la tarde aparece, viene con un montón al lado. Todos le hablan a la vez y aprovechan para ir trasponiendo puertas.

Cuando pasa al lado tuyo intentás hablarle. Apenas te puede saludar y no te oye, o hace que no te oye. Lo llevan en andas a través de la puerta prohibida que se abre de par en par. Antes de que la cierren te avivás15 que adentro está de lleno que revienta. Te quedás ahí. Pasaron unos cuantos, apenas se puede respirar. Raro que no entraron el Zurdo y el Oreja. Por el humo de los cigarrillos parece que hubiera niebla. Te empieza a doler la cabeza.

Uno de los que entró último te dice que el Oreja se fue para lo del Juan, a arreglar con la otra lista. Sabés que es un guacho metepúas pero la noticia te sacude. El Oreja siempre te desconcertó. Una vez te salvó la vida cuando se enfrentaron con la barra de Estudiantes y vos habías quedado encerrado en el medio de diez. Volvió él, que ya había zafado, y te rescató a fuerza de huevos y de un fierro chico que llevaba. Los tuvo a raya hasta que pudieron rajar los dos. Pero otra, por unas monedas de un negocio limpito que habían hecho, casi te mata.

Pasa un rato más, ligás un café: como en los velorios. El Pichi no acepta.

Sin embargo, tu ilusión todavía no se viene abajo. Recordás las palabras del Ramón. Fueron claritas: «La vez pasada a ustedes no les pudimos cumplir como se merecían, pero esta vez quiero que me acompañes vos, Pancho, desde el hachecedé.» Agregó: «También va a haber espacio en el ejecutivo para tus compañeros», y lo señaló al Oreja.

«Claro, siempre que traspiren la camiseta para la interna», terció el forro del Ricardo, que hace tres mandatos completos de diputado que no la traspira. «Yo sé lo que valen los compañeros», cerró el Ramón. Saliste confiado en su palabra.

Pasa una hora más, llega el secretario con los papeles. También viene rodeado de militantes. La mujer del intendente entra con él. Se corre la bola de que va a encabezar ella la lista de concejales. «¡Bajá, Perón!», decís.

Son la diez de la noche y se va un grupo grande. Salen para el garaje del sindicato por una puerta lateral. Todo es confusión. Un histórico te aburre contando por décima vez cómo en la interna del 82 se fueron a llevar las listas con una máquina de escribir en el auto y las cambiaron en el camino a La Plata.

El Ramón se rajó también por el garaje. Uno que vuelve te confía que estás en la lista. Le parece que entre los últimos titulares o los primeros suplentes. Te das cuenta que te zarparon otra vez. Sí te confirma que la lista de concejales la encabeza la mujer del intendente. Hay tanta confusión que no sabés por dónde empezar a hacer quilombo.16 No encontrás a quien fajar una piña para sacarte la bronca.

Salís con el Pichi que va callado. Los vinieron a buscar el Oreja y el Zurdo. Estuvieron con el Juan. Cuenta el Zurdo que les ofreció espacio para ellos pero no para vos. El Oreja le dijo que no, que ustedes estuvieron siempre juntos. Que se guardara los espacios. Los culatas del Juan se lo querían comer.

Vuelven al barrio. Se murió un compañero de la vuelta de lo del Zurdo. Tenés que salir a conseguirle el velorio de indigente. Le decís a él y al Oreja que te esperen junto a los muchachos del asado que los están bancando desde la mañana, que vos después volvés. Le pedís al Pichi que te preste el Torino, y que él también se quede.

Salís otra vez para el centro con el auto, esta vez solo. La Ruta 8 está desierta. Acomodás el espejo retrovisor para tu altura. Al girarlo, te ves la cara. Te imaginás que estás en la televisión.

Te ponés a llorar como un guacho.

Vos, que te las bancaste todas, llorás como un infeliz. Como un boludo de cuarta.

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Copyright ©Antonio Libonati, 2008
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Fecha de publicaciónEnero 2009
Colección RSSComplicidades
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