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Fuera de compás

Capítulo 11

Una espina

Ana María Martín Herrera
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaLas calles estrechas y silenciosas de Antón Martín, Madrid

Hace rato que se marcharon los bailarines, Lena se ha quedado ensayando hasta muy tarde. Del bar le han traído un plato combinado para calmar el hambre repentina. Le cuesta cerrar el estudio y regresar a casa. Está pensando en Ana. Una alumna tan dotada como Lena para la danza; basta mirar de reojo el talento para reconocerlo aunque se trate de una persona que no ha pisado las tablas. Debería consultar con alguien el caso de esta alumna. Pero ¿con quién? si es imposible hablar con ella. Debió de empezar con el Gitano, llevaba su sello. Fue una de tantos de los que cuando él se marchó acudieron al estudio de Lena. Desde el principio intuyó algo sombrío en la cabeza de la muchacha, ponía sobre el compás una emoción honda y controlada y su cuerpo era de los que responden, pero, por otra parte, no se correspondía la estampa que ofrecía, digna de la bailaora más soberbia, con aquella especie de tristeza que cada día iba minando un poco más sus movimientos en los ensayos. Era como si lo que debe salir de forma espontánea en un bailarín a ella le costara un esfuerzo insuperable. Como si hubiera perdido una pieza en el mecanismo de los movimientos. Ana es una espina. A medida que Lena trataba de tirar de ella, de exigirle, el baile de la muchacha languidecía más. ¿Qué miedos la castigan de una forma tan despiadada en esos espacios oscuros de la mente? ¿Qué le impulsó a buscar la belleza del baile? ¿Qué le aterró tanto cuando la descubrió entre sus manos? Lena ha observado con asombro incrédulo el avance de su deterioro. No sabe qué le ocurre exactamente, casi parece más un problema físico que una consecuencia de su exagerada timidez. Pero, por otra parte, una vez terminada la clase la muchacha se mueve normalmente, por eso no puede pensar que una rara y súbita enfermedad le impide coordinar los movimientos. Lo cierto es que no renuncia, insiste en acudir a clase y lo único que consigue es perjudicar su cuerpo que cada día se muestra más agarrotado. Quizá el Gitano podría aconsejarla sobre la actitud que debe tener como maestra. Lena ha intentado hablar con Ana del problema, pero una desazón de enajenada se apodera de la muchacha cuando se ve obligada a enfrentarse a su realidad. Ahora ha optado por dejarla tranquila allí donde a ella le gusta colocarse, al fondo del estudio donde no llega a reflejarse en el espejo y, por tanto, supone que nadie la ve. Lena por el momento ha decidido fingir que ignora sus forzadas contorsiones ya siempre a destiempo. Ana, en su enajenación, ha terminado por hacer oídos sordos al toque de la guitarra. No sabe la muchacha la amargura que destila y que le hace beber a su maestra cada día. Lena nunca estará segura de si ella, sin quererlo, no ha tenido al menos una parte de culpa en ese asesinato. Un día Ana tendrá que alzar la cabeza y enfrentarse al espejo. Imposible saber qué sucederá más tarde.

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Copyright ©Ana María Martín Herrera, 2009
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Fecha de publicaciónJulio 2010
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