Es el último día de clase. Los alumnos volverán a mediados de septiembre. La cercanía del Gitano le produce agradables sacudidas de bienestar.
La señora Faustina sale a esperarla a la escalera. Junto al estilizado pasamanos parece más regordeta y más bajita. Lleva el moño muy bien peinado y esa onda perfecta que le cubre la sien tiene la virtud de hacer olvidar a quien la mira que es una anciana.
—Creo que el perro tiene dueño, Lena —le dice la mujer con su alegría característica.
—¿De verdad? ¿Cómo lo sabe?
—Me he fijado. Lleva un collar nuevo, y bueno. Nadie se gasta el dinero a lo tonto en un chucho abandonado.
—No, Faustina —dice Lena venciendo el repentino cansancio—. El collar se lo he puesto yo, por si vinieran de la perrera. Al verlo pensarían como usted, que el perro es de alguien.
—¡Ah! Ya me extrañaba a mí...
—Es perra, ¿sabe?
—De eso me había dado cuenta —contesta la señora Faustina.
—Le he puesto nombre: Turba. Se llama Turba.
—¿Turba? ¡Qué feo! Mejor sería Reina.
—O Emperatriz...
Las dos mujeres se miran y ríen. A Lena le gusta el sentido del humor de la señora Faustina que, a pesar de la diferencia de años y del modo de vida tan distinto, las lleva a entenderse en muchas ocasiones, a ser cómplices temporales en no se sabe qué rincón de las ideas.
Faustina mira hacia el interior de la casa de Lena. Dice:
—Quedan bien esas ramas sobre la mesa. Ahora las hacen que parecen de verdad.
—Éstas son de verdad, Faustina. Pase, mírelas. Están siempre igual, sólo tengo que echar agua en el jarrón de vez en cuando.
Al acercarse descubren que en algunas ramas tiernas sumergidas se han generado pequeñas raíces.
—Qué ganas de vida tiene esta mata —murmura la señora Faustina fascinada.
Lena le ha regalado los tallos a la mujer que los ha aceptado encendida como una chiquilla. Va a plantarlos a la sombra, en el rincón más húmedo del patio, protegidos del bochorno del verano.
—Si se logran te daré el mejor para que lo coloques en tu balcón —dice y acaricia fugazmente la mejilla de Lena con su mano pequeña y blanda. Luego desaparece presurosa tras su puerta.
De nuevo en casa, Lena cae en la cuenta de que ha transcurrido otro día sin dedicarle ni un pensamiento a Julio. La última conversación al teléfono fue extraña. Como una ráfaga ensombrece su bienestar una angustia. Pero no. El plan sigue tal como lo habían preparado. El martes él acudirá con su mujer a verla bailar. Lena lo olvida al momento y piensa en el Gitano. Tendrá que contarle que desde que abandonó la Compañía no tiene amigos. Y lo peor es que le da pereza reunirse con gente e ir de acá para allá, ha descubierto algo en ciertas miradas que le acobarda. La sensación ácida de no pertenecer a nadie está reapareciendo. Se dice que todo son tonterías suyas, ganas de no disfrutar de su suerte, pero no puede evitarlo. Su pensamiento se aleja sobre un horizonte que sólo ofrece al fondo enmohecidas rocas. Lena tiene miedo a encariñarse con las personas. No suele salir bien. Es como si la hubieran condenado a permanecer sola entre las miríadas de seres humanos que pueblan la Tierra. Quizá la razón está en que es orgullosa, ella no lo nota pero sospecha que es así porque se lo han dado a entender en ocasiones. Lena desconfía del gesto con que a veces la miran gentes que aseguran apreciarla. Lo disimula, finge no verlo, pero una mirada agria no le pasa desapercibida. Debería cambiar. Debe hacer un esfuerzo por cambiar. ¿Y por qué se le ocurre esto ahora? ¿Qué extraño regreso está haciendo su cabeza a los tiempos pasados? A su edad todo el mundo tiene viejos amigos y ella sólo tiene al Gitano. Si no se hubiera marchado... Intenta conectar su pensamiento con el de él, pero ahora que está tan cercano no lo consigue. Cree que toda esta confusión la ha desatado el recuerdo de Julio. Desea que llegue pronto la noche del martes para verlo, no importa que venga con su mujer. Qué más da si pasado el mes de agosto volverán a su rutina. Agosto es un mes triste y sediento que hay que resistir como sea. Le han preguntado los alumnos si no salía de vacaciones. No lo había pensado. Antes de saber que vendría el Gitano llegó a soñar que se encontraba en una playa con Julio, pero comprendió en seguida que los amores clandestinos tienen que pagar sus precios. Además, no es eso lo que más le importa. Lo peor es que no existe nadie con quien de verdad quiera ir de vacaciones. Pudiera ocurrir que el material con que se fabricó la replicante esté acercándose a la fecha de caducidad.
Se acuesta sin haber vencido la súbita tristeza. Es como una espiral que la atrajera desde el fondo de un pozo muy largo y fuera preciso clavar en el presente las uñas para no dejarse llevar. Se coloca de lado en la cama con las piernas encogidas, mirando hacia la ventana abierta de par en par. Cierra los ojos e inesperadamente se ve envuelta otra vez en la fantástica sensación de ser el blanco de unos ojos invisibles que la observan amables.
Copyright © | Ana María Martín Herrera, 2009 |
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Por la misma autora | |
Fecha de publicación | Septiembre 2010 |
Colección | Narrativas globales |
Permalink | https://badosa.com/n327-13 |
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