Redoblaron las campanas, se creían que era la reina... Lena embiste el escenario con una de sus salidas características que logran la atención del público desde el primer movimiento. Gira la cabeza y ve que Julio está en la barra. Se siente de pronto vacía de sangre. Y la reina no era, que era una pobre gitana... Lena continúa su soleá apenas sin fuerza, dejándose llevar. A pesar de todo, el fervor del público no se resiente. Lena ha hecho un baile lánguido. El cantaor la felicita por la suavidad de los movimientos de esa noche pero Lena no agradece el cumplido, sabe que ha bailado de restos.
Está frente a la puerta del camerino, vestida con sus vaqueros y con la enorme bolsa negra colgada del hombro, sin atreverse a salir. Mira hacia la alta ventana a pie de calle y lamenta que esté enrejada. Lena imagina que un gran cepo aprisiona sus piernas. Julio se está acercando, lo sabe. Empuja la puerta y entra sin llamar. Está pálido y le tiembla la barbilla. La pesada bolsa se desliza por el hombro de Lena y cae al suelo sin ruido. Le abraza. Es demasiado pedir que sea consecuente; en medio de las dudas, de la incertidumbre, del temor a lo que pueda llegar, su cuerpo se aprieta al de él con fuerza porque la piel es insensata e impulsiva y en las prolongadas ausencias se conforma con roces que imitan el deseo verdadero.
Copyright © | Ana María Martín Herrera, 2009 |
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Por la misma autora | |
Fecha de publicación | Abril 2011 |
Colección | Narrativas globales |
Permalink | https://badosa.com/n327-20 |
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