El otoño se ha presentado lluvioso y frío. Tal vez por eso a Lena le molestan más las rodillas. No soporta la idea de que el daño en los meniscos la obligue a ponerse en manos de un cirujano antes de lo que desea. El momento de abandonar se acerca. Lena se da cuenta de que en realidad no le cuesta aceptarlo. Incluso, empieza a imaginar su vida más cómoda sin la tensión del espectáculo. Sus clases la hacen disfrutar casi igual, y, donde en realidad se siente plena, es montando coreografías frente al espejo. Sin embargo, mientras la amenaza de Fernando permanezca, necesita el dinero de Los Reyes. Lena, ahora, se siente hastiada de Fernando y de todos los momentos que pasaron juntos. Le invade un sentimiento de rabia.
Ha salido del local del brazo de Julio, van caminando despacio. Con Fernando nunca tuvo la sensación de ir con un hombre, pero Lena piensa que la culpa también fue suya. Nunca sintió tan sólido su brazo como para apoyarse. Con Julio está aprendiendo a dejarse llevar a pesar de que sabe que tampoco él es el hombre en el que deba abandonarse. Lo que ocurre es que está cansada y quizá ha llegado el momento en que toca conformarse con lo que se tiene. Esa sensación de descansar en otro la atrae, y también la asusta. Pero le gusta. Le gusta imaginar que pertenece. También le asusta porque sabe que es una mentira, que se deja llevar de un simulacro. Pero hay algo dentro que se niega a razonar, un sentir que vaga desprendido de los pensamientos, que se enfrenta a ellos y los obliga a ceder, y, mientras la realidad la ha condenado a no encontrar su sitio, el sentimiento se despega y le ofrece la posibilidad de probar el bienestar utilizando falsos dioses. Entre la evidencia y la ilusión Lena prefiere la ilusión. Ella es artista, se dice, que razonen otros. Y aprieta complacida el brazo de Julio y se apoya en él para esquivar un charco. Se dice a sí misma que como las verdades no se ven desde afuera, cada cual puede fingir que es suya la que en cierto momento tiene abrazada.
Julio le ha contado que Delia está irascible. Lena nota por su forma de decirlo que le desarman los reproches de su mujer. Le cuenta también que el hijo pequeño le rehúye. Que teme que Delia, sin mala intención, esté apartando al niño de él.
—Si está apartando al niño de ti no lo hará sin mala intención. Es una venganza, ella tiene que saber que eso te hace sufrir —contesta Lena con seguridad y al momento se arrepiente de haber hablado.
—Delia me quiere, eso ni se te ocurra dudarlo —dice Julio y su tono se ha hecho autoritario y su mirada metálica.
—Estoy segura, Julio —Lena intenta corregir su afirmación—. Lo que quiero decir es que los hijos tienen una unión invisible con las madres. A su manera, sienten los deseos, el dolor y la alegría de su madre sin que ella diga nada, cualquiera sabe cómo, a través de los gestos, de las miradas. Quién sabe si además del cordón umbilical, existe otro que no es de materia y que tarda mucho más en desprenderse —Lena continúa deshaciéndose en explicaciones para contrarrestar la ofensa que ha causado en Julio su comentario anterior—. ¿Me entiendes? Quiero decir que si el niño percibe que estás haciendo sufrir a su madre, en su inocencia, no es extraño que te rechace. Cada familia tiene su justicia particular, sus sentencias, tan ocultas a la vista como implacables.
Julio está pensativo.
—Y tú, ¿por qué sabes esas cosas si eres una replicante? —dice.
Copyright © | Ana María Martín Herrera, 2009 |
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Por la misma autora | |
Fecha de publicación | Agosto 2011 |
Colección | Narrativas globales |
Permalink | https://badosa.com/n327-24 |
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