La señora Faustina ha discutido con la del primero. La vecina se quejaba del olor a perro de la Turba; decía que le entraba por la ventana. Faustina ha llamado a la puerta de Lena para contárselo. Le ha dicho que su casa no reúne condiciones para meter a la perra, que sus hijas la matarían si lo hace. Lena la ha hecho pasar y le ha servido un café espeso con una pizca de azúcar y mucha leche, como la mujer ha dicho que le gusta. La señora Faustina tiene la tez sonrosada. Lena le ha contado que ella a veces ha pensado en hacerse cargo de Turba pero que en otoño, seguramente, se marchará al extranjero y por eso no puede decidirse.
—Te juro, hija —ha dicho la señora Faustina— que sólo de imaginar que esa arpía llame al Ayuntamiento, se me pone un nudo aquí que no me deja ni respirar.
—Eso no va a suceder, Faustina. A la del primero le diremos que con la perra en el patio no se atreverán a entrar los ladrones.
—Lastima de animal, mira que decir que huele a perro... Pues a qué querrán que huela. ¿Tú no eres de Madrid, verdad? —la señora Faustina no ha podido aguantar la curiosidad.
—Sí, claro —contesta Lena—, viví en Canillejas hasta que me casé.
—¡Ah! Cómo no te conozco familia... ¿Eres casada, entonces?
—No. Me separé.
—¿Y tus padres?
—Mi madre murió y con mi padre no tengo trato.
La señora Faustina pone unos ojos que traspasan.
—Ya sabe —añade Lena turbada—, a veces lo más importante para todos es evitar los recuerdos.
| Copyright © | Ana María Martín Herrera, 2009 |
|---|---|
Por la misma autora  | |
| Fecha de publicación | Julio 2012 |
| Colección | Narrativas globales |
| Permalink | https://badosa.com/n327-35 |
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Las calles estrechas y silenciosas de Antón Martín, Madrid