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Fuera de compás

Capítulo 40

Sorteando los desprendimientos

Ana María Martín Herrera
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaLas calles estrechas y silenciosas de Antón Martín, Madrid

El hormigueo en las rodillas de nuevo ha dado paso al dolor, que se ha hecho casi permanente. El traumatólogo ha dicho que sus meniscos pueden aguantar algo más si no los fuerza. Lena no soporta ahora la idea de una intervención quirúrgica. Después de tanto tiempo, mañana se encontrará con el Gitano y eso es en lo único que le apetece pensar. No está demasiado contenta, esperaba que al menos él permaneciera en Madrid un par de semanas y no va a ser así; se trata de un viaje relámpago en el que se ha comprometido también con otras personas y sólo podrán estar juntos un rato.

Hoy ha llegado temprano al local. Mariano Reyes estaba cabizbajo y pensativo. No ha necesitado insistir para averiguar lo que ocurre.

—El inmueble estaba vendido, Lena, teníamos buenos abogados pero ha sido inútil. A ese viejo miserable hace mucho que le taponaron la decencia con billetes. Nos han dado poco tiempo. Mira bien esto, Lena, estas cavidades, estos ladrillos terrosos, estas esquinas imperfectas, los arcos que dan la forma... Míralo bien para que quede algo de todo esto dentro de ti pues, antes de lo que piensas, nuestro mundo se habrá convertido en un garaje gris en el que guardarán su coche los horteras. Destruir, eso es lo que hacen los payos. Y lo llaman progresar... ¡Payasos! Viejo de m... ¡Para qué querrá el dinero si le quedan dos días!

—Calma, Mariano. Lo que hay que hacer es buscar otro lugar y no dejarse llevar.

—No hay otro lugar, princesa. El duende no es materia que se pueda trasladar de un sitio a otro, ni siquiera es espíritu que pueda consolarnos con apariciones. El duende es esa sensación que nos coloca en otra forma de existencia. Él estará por toda la eternidad en su cueva, pero, nosotros, al no poder ya encontrarla, tampoco lo encontraremos a él. ¿Te acuerdas del esqueleto de niño que descubrieron en la calle Amor de Dios? De esto no encontrarán ni los huesos. Sé que el viejo miserable arderá para siempre en el infierno, pero eso ¿de qué sirve?

Al caer en la cama Lena sueña que intenta subir las escaleras en espiral de un antiguo castillo que se está derrumbando. Todo se convierte en polvo y cascotes a su alrededor. Hay personas aferradas con las uñas a las paredes que aún no se han desmoronado. Riachuelos de sangre caen desde las yemas de los dedos. Los escalones se deshacen al momento de pisarlos. Todo se está precipitando al centro de la Tierra. Una muchacha muy joven avanza sorteando a duras penas los desprendimientos. Lena se despierta aterrada ante la idea de que la joven también sucumba a la destrucción.

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Copyright ©Ana María Martín Herrera, 2009
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Fecha de publicaciónDiciembre 2012
Colección RSSNarrativas globales
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