Todavía hace frío, pero las calles de Antón Martín huelen ya de esa forma especial que anuncia la primavera. Los días son lentos como si quisieran replegarse para tomar impulso. Un impulso que nunca alcanzan.
La relación con Julio pesa cada vez más. Se ha vuelto taciturno e irritable. Su gesto se ensombrece por la mínima contrariedad y su mirada la culpabiliza de algo indefinido. Lena piensa que él vierte sus problemas sobre ella. Igual le ocurría a Fernando. Lena está de nuevo atrapada en una relación que le produce más ansiedad que satisfacciones y sin saber cómo librarse. Frente al cristal de su ventana, en el que se detiene la oscuridad opaca de la noche de marzo, Lena se arrepiente por fin de haberse dejado llevar de la vanidad, de haber iniciado la relación con Julio. Vuelve a justificar ante sí misma su debilidad para con él atribuyéndola a la necesidad de caricias. Tengo mala suerte, piensa. Todo el mundo tiene aventuras que empiezan y terminan y, al parecer, tampoco esto le está permitido a ella que siempre debe pagar satisfacciones mediocres al precio de los amores verdaderos.
Se siente culpable de analizar, de intentar desgajar los sentimientos. Julio ha dicho que cuando se intenta comprender la razón del amor es porque en lugar de amor lo que hay es una razón. Julio no está equivocado, Lena está harta de reconocer que entre ellos no existe un amor de leyenda. En realidad no sabe bien lo que él siente, pero a sí misma se ve cobarde y cansada. A pesar de reconocer eso, quiere a Julio. Esa diferencia él no la entiende. A veces da la sensación de que piensa que ella goza haciéndole sufrir. Pero Lena no es un monstruo. Lo que ya no desea es mantener la relación amorosa. Está cansada de que se repita siempre la misma historia. No volverá a fijarse en un hombre. No basta con evitar a aquellos que, sin saber porqué, su sola presencia basta para templar el espacio, aquellos que podrían enamorarla; hay que evitar a todos. El verdadero amor de Lena es ese que algunas noches llega a su alma atravesando la espesa oscuridad del pensamiento y la besa ahí, donde está la pústula. Lena sabe que necesita de la fantasía para sobreponerse a la desazón de no ser de nadie. A veces la fantasía se vuelve tan real que Lena está segura de que otro pensamiento recibe el suyo, o de que ella recibe el pensamiento de alguien. Y, no, ya no es el Gitano quien escucha, es otro. Es alguien distinto que se abre paso, que avanza con dificultad entre espesas y confusas tinieblas.
Quizá Lena también está loca pero nadie lo sabrá jamás porque ella no grita, ni se tira del pelo, ni hace cosas raras y lo que palpita en su interior no lo conoce nadie.
Copyright © | Ana María Martín Herrera, 2009 |
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Por la misma autora | |
Fecha de publicación | Marzo 2013 |
Colección | Narrativas globales |
Permalink | https://badosa.com/n327-43 |
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