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Fuera de compás

Capítulo 50

Sácame de aquí

Ana María Martín Herrera
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaLas calles estrechas y silenciosas de Antón Martín, Madrid

La semana ha transcurrido lenta y desconsolada. El amor de Julio se ha vuelto tedioso. Lena ha decidido abandonarlo, pero aún no se atreve. Teme la reacción de Julio, podría ser desesperada, violenta incluso.

Julio sigue durmiendo con ella los martes, igual que cuando iba a recogerla a Los Reyes. Hace semanas que no mantienen una relación profunda, es como si el cuerpo de Lena se hubiera cerrado. Lo justifica aduciendo que no se encuentra en un buen momento, que está preocupada por sus rodillas, que tiene miedo de Fernando, que no puede concentrarse.

Hoy Julio ha llegado demasiado pronto. Su gesto abatido se le ha hecho familiar a Lena en las últimas semanas. Julio se ha sentado en el sofá, frente al espejo. Ha murmurado algo acerca de lo incómodo que resulta el salón de su casa con ese espejo enorme que duplica todo como en una segunda realidad. Lena no ha respondido. Él ha seguido hablando, la ha llamado narcisista por buscar a cada momento el reflejo de su imagen en las paredes. Lena no quiere escucharle. Tener miedo de los espejos es de cobardes, piensa.

—Sabe que me pegaste en la calle.

El tono de Julio, agrio, hace que atienda a sus palabras.

—¿Qué?

—Que Delia se ha enterado de lo que nos sucedió la noche que te hicieron la entrevista.

—No es posible...

—Sí es posible, Lena, Delia es una mujer entera y me quiere. Delia no es una estúpida ¿sabes? —en el tono de Julio hay intención de insultar, pero Lena no quiere darse por aludida—. Mi mujer está acostumbrada a luchar, de eso sabéis poco los de la farándula. Sin duda ha pagado una investigación. Lo que me abruma es que lleva meses soportando mi relación contigo, aguantándola en silencio y yo, miserable de mí, creía que la estaba engañando. Hace dos días se derrumbó. Mi mujer... Nunca había llorado así. Soy un cerdo por hacer esto con la madre de mis hijos.

—No os entiendo a ninguno de los dos —murmura Lena.

—Eres demasiado fría para entender ciertas cosas.

—¡No soy fría, no lo soy! —Lena ha levantado la voz, no ha podido sujetar la rabia—. Lo que ocurre es que tú no vives, bordeas la vida sin arrojarte.

—Ridícula, no serás tú quien me enseñe a vivir. Para ti la vida se reduce al baile, sólo allí te has arrojado, sólo bailando has sido valiente, Lena.

—Al menos lo hice en un lugar. Pero ¿dónde lo haces tú? Te sirve cualquier representación, das la mentira por verdadera sin detenerte a mirarla. Te conformas con la apariencia, con la caricatura de los sentimientos. A veces creo que lo que estás buscando, sin tú mismo darte cuenta, es destruirme porque no tienes valor para dejarme, para renunciar a mí. Pero escúchame bien, estoy harta, Julio: Yo no tengo la culpa de que ames a una mujer que el destino no ha fabricado para ti.

—¿Lo ves? Eres fría, fría y perversa. Me hieres ahí porque sabes que siempre me he sentido inferior a ella.

—Te refieres a... ¡A Delia!

El primer impulso de Lena es reír. Pero al momento puede más la intuición que le cruza la mente. Se ha desvelado esa parte en sombra de Julio que nunca ha conseguido ver del todo.

—No me refería a Delia, apenas la conozco. Pero ahora creo que te entiendo mejor que tú mismo. Estás conmigo porque necesitas cobrar valor ante tu mujer. Supusiste que soy una presa fácil, que podría volverme loca por ti. Y si eso hubiera ocurrido me hubieras arrastrado a los pies de tu mujer como un trofeo, para demostrarle las pasiones que puedes encender en otras, para hacerte el hombre delante de ella. Estoy segura de que también estás mintiendo a Delia, haciéndola creer que me mataré si me abandonas. ¿Me equivoco?

Julio no contesta, la mira impasible, tiene los labios blancos. Lena no puede sujetar su lengua.

—Los dos deberíais darme las gracias, estoy salvado vuestro amor —Lena se ha dejado llevar de la ironía, pero al momento se siente encendida de rabia —. Lo que me asusta es la certeza de que no te hubieras detenido ante nada, hubieras seguido tu plan como un enajenado destruyéndome para ella. Pero todavía es peor, estoy segura de que serías capaz de hacer lo mismo con Delia. Y no me conmueve pensar que estás idiotizado, que no eres consciente de lo que estás haciendo. Eres patético, Julio, tramposo...

Una bofetada ha terminado con la rabia de Lena. El zumbido del oído la aturde y la marea.

—Estás muerta de envidia —Las palabras de Julio llegan escupidas entre gotas de saliva.

—Tal vez sí —murmura Lena tratando de contenerle—. No me hagas daño, Julio, no quería ofenderte.

Su repentina docilidad tranquiliza a Julio. Dice:

—Nunca le había hecho esto a nadie, perdóname. Dios mío, qué nos ha pasado.

Lena deja que Julio la abrace, que siga con su comedia. Lamenta no ser capaz de llorar, eso sin duda jugaría a su favor.

Lena recuerda el momento aquel en el que Julio la inmovilizó, cree que bajo otra apariencia la escena ha vuelto a repetirse. Lo odia en este momento y sus caricias le saben a sobeteos de violador.

—Tenemos que salir de aquí —dice Lena—. Nos hemos trastornado. Llévame a cenar.

Julio la mira sorprendido y ella no deja de hablar.

—Llévame por ahí, quiero que caminemos por la calle como dos personas normales que se quieren. Nunca he estado en un restaurante contigo. Nadie va a vernos y, si así fuera, ¡qué más da!, tu mujer lo sabe todo. Llévame a cenar y, mientras, hablaremos con tranquilidad. Sácame de aquí, te lo suplico, Julio, necesito olvidar lo que ha sucedido.

Julio no sabe negarse. Lena está segura de que él hubiera preferido continuar hasta el día siguiente en su casa, sumergido en la atmósfera podrida que los envuelve. Lena trata de mantener fría la cabeza. Hablar con Julio sinceramente le puede costar más golpes y ya no está dispuesta a hacer concesiones. En la calle y rodeada de gente estará protegida.

Han llegado del brazo al restaurante. A Lena le duele la cabeza y el oído. Julio ha intentado iniciar varias conversaciones por el camino, pero Lena no ha abierto la boca. La actitud de Julio es insegura. Lena en silencio observa sus gestos.

Con la cena sobre la mesa Lena dice sin preámbulos:

—Ha llegado el momento de separarnos, de que le pidas perdón a tu mujer y de que la consueles. Ella, ahora, será contigo más feliz que nunca.

Julio la ha mirado con terror. Lena piensa que es debido a que aún necesita ver sufrir a Delia un poco más. Él no imaginaba que el juego iba a terminar tan pronto.

—¿Para decirme esto me has traído aquí? —pregunta. Se siente con toda seguridad objeto de una cruel traición—. Igual me lo hubieras dicho en tu casa.

—No sé que tengo —contesta Lena bajando el tono—, siempre hay un idiota por ahí, dispuesto a fingir que sufre a mi costa.

No pensaba dedicar tiempo a herirle, pero se ha dejado llevar. No se arrepiente.

—Eres una estafadora —responde Julio—, puedes llevar a una persona a la desesperación y encima quieres convencerla de que la víctima eres tú —Yo te diré lo que tienes: soberbia. Te crees alguien porque sabes bailar y eso es algo que puede hacer la mujer más arrastrada de la Tierra —Julio ha contestado hirviendo de despecho. Lena disfruta de su ira, es su venganza—. ¿Sabes lo que pasa? —continúa él entre dientes—, que los hombres necesitamos mujeres con un corazón dentro; no locas que bailan como brujas.

La furia de Julio se ha desatado, él sabe que no debe llamarla loca. Para Lena ya no tiene sentido responderle ni seguir provocándole. Deja dinero sobre el mantel y se levanta.

—Me marcho —dice haciendo un esfuerzo por aparentar frialdad—, invito yo. No quiero verte más ¿has entendido?, nunca más. Si vuelves a molestarme llamaré a la policía y, además, le explicaré cuatro cosas a tu mujer. Y, como estoy loca, si vuelves a poner los pies en mi casa, con el cuchillo de cortar jamón de bellota te rebano las venas del cuello.

Lena se ha sumergido en las calles. Aún es temprano, las terrazas están llenas de gente. Recuerda a su madre con tanta intensidad que le parece imposible que esté muerta. No es justo que a ella la llamen loca, Lena no va por ahí gritando ni haciendo cosas raras, no ha merecido nunca ese calificativo. Sabe que Julio la ha insultado nada más que para herirla, pero no es un consuelo. La palabra loca tiene el poder de arrojarla a sus simas más profundas. Intenta poner orden en la avalancha de sensaciones que la zarandean desde dentro. Yo sólo quiero olvidar, se repite, olvidar, olvidar.

El ánimo de Lena se ha serenado, ahora es una mezcla de orgullo de sí misma y cansancio. ¿Qué habrá al final de todo esto?, se pregunta. Cuando atraviesa el portal de su casa recuerda a Turba. Hace días que no ha visto a la perra. Vuelve a salir a la calle y escruta entre los coches aparcados, los huecos junto a la acera. No hay rastro de la perra.

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Copyright ©Ana María Martín Herrera, 2009
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Fecha de publicaciónOctubre 2013
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