Quizá por lo que algunos llaman, sin fijarse muy bien en lo que dicen, «economía lingüística», los habitantes de estas tierras suelen afirmar regularmente «me cortaron la luz» con rostro amargado, cuando la empresa que genera y distribuye a discreción la energía eléctrica envía a uno de sus funcionarios (así los llama) a suspender en nuestro hogar el suministro de tan preciado don de la avanzada era en que vivimos.
Decir «me cortaron la luz» porque un tercero acaba de desconectar un par de cables, es, de alguna manera, reconocer sin más que sólo existe una luz en el mundo: la luz que nos proporciona la empresa de energía eléctrica, Prometeo abnegado con registro comercial en regla de estos tiempos del fin. No habría, pues, ni sol ni fuego, y de Espíritus Santos mejor ni hablar...
Pero hubo, hace algunos años, un joven poeta de estas tierras, de seguro mejor que Homero y que Virgilio por su proximidad a nosotros en los siglos, que solía ser más constante en la escritura de sus versos que en el pago de sus facturas. Al parecer, la primera actividad no le permitía concentrarse debidamente en la segunda. Cuántas veces le habrán suspendido el suministro de la energía eléctrica en su hogar (la palabra, por cierto, proviene del anticuado latín de Virgilio focāris, que significa «fuego»), no lo sabremos nunca. Sin embargo, sabemos que el joven siguió escribiendo, incluso durante las noches inconcebibles sin luz de interruptor, y que terminó su libro. Sabemos que el libro no ha de ser opacado —al menos no completamente— por la estética inmortal de facturas y anexos publicitarios que nos permiten alcanzar la contemplación en desvelo de refulgentes sonrisas de padres e hijos, reverencialmente congregados alrededor del televisor de 47 pulgadas; o de los albos brazos de la madre enlazando beatíficamente la lavadora de 24,5 libras a 787 cómodas cuotas mensuales. Sabemos, en fin, que a nuestro joven protagonista, en abrupta regresión al micénico de Homero, le habrán cortado la energía eléctrica quizá todas las veces, pero que nunca consiguieron «cortarle la luz».
Copyright © | Andrew Bernal Trillos, 2010 |
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Por el mismo autor | |
Fecha de publicación | Abril 2010 |
Colección | Interiores |
Permalink | https://badosa.com/n344 |
Me encanta la idea de reflexionar sobre expresiones tan sencillas como ésta. La verdad sea dicha, yo también la he usado muchas veces sin pensar en lo limitado del significado que le doy. Me gustó mucho el cuento. Sólo tengo un reparo y es el final, al que le siento algo de... moraleja, o de final de mito. No sé si ése era el efecto que se le quería dar, pero la construcción de este cuento me parece excelente y creo que esa última oración opaca un poco todo el trabajo de las líneas anteriores.
Más que un amigo verdadero me encanta cómo se construye una verdad. Que uno como lector se impacta al conocerla por medio de textos como éste. Tan evidente pero no tan precisa en nuestras vidas...
Tratando de obviar el maleintencionado de un evidente escritor frustrado, debo decir que me gusta infinito... qué costumbres estas las nuestras de querer contradecir los refranes populares.
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