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La Campana Mágica S.A.

Capítulo I

La crisis que precede al negocio

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaEn un pequeño y acogedor barcito de la calle Jorge Luis Borges, frente a la plaza Serrano

Esa lluviosa tarde del siete de abril de 2010, Angelina y Paolo Galleri, estaban sentados frente a Pedro Mazzini, en su acogedor Estudio Jurídico. Eran dos octogenarios de rostros sombríos que parecían exhaustos, como si hubieran sido sometidos a un enorme desgaste físico y psicológico. Los acompañaba su nieta Clara Iñíguez que traslucía todo lo contrario. Irradiaba vigor y determinación, aparentaba estar dispuesta a enfrentar las peores adversidades.

Pedro Mazzini es abogado, de treinta y cinco años, mide un metro y setenta y cinco centímetros de estatura, su rostro es armónico, su trato respetuoso y afable y atendiendo a su experiencia, se puede afirmar que posee un peculiar encanto varonil. Algunas de sus íntimas amigas, ironizan diciendo que su mirada tiene un cierto magnetismo animal. Su cabello es lacio y oscuro, firme y sólida su contextura física, clara su piel. Extremadamente apasionado, no pocos problemas ha tenido por esa particularidad. También es inteligente e intuitivo, puede captar sin mucho esfuerzo la esencia de las personas. Además, es un calificado y responsable profesional del derecho que estudia en profundidad cada caso antes de tomar decisiones. Se divorció hace algunos años de Mariela, una rubia despampanante e incontrolable que le ha dejado el alma hecha añicos, transformándolo en un ser algo grisáceo, apocado, dolido y apático. Lentamente se está curando del mal de amores que tanto lo ha postrado. Se ha convencido de que actuando con valentía, es factible dejar de amar; que el tiempo todo lo cicatriza.

Pedro experimentó una rara sensación cuando ingresaron sus visitantes, una ráfaga del pasado lo invadió, su despacho se pobló de venerables personajes, sus padres, su malograda hermana, sus amigos de la infancia, sus cariñosas mascotas, hasta los aromas familiares y domésticos, las hojas de eucalipto sobre la estufa de gas, las pastafloras cuidadosamente guardadas en su cartera escolar, las enseñanzas de su profesora particular plantadas como semillas en su alma. Con los Galleri, tenía una deuda moral impagable; estaban en su más trágico momento, por fin se había dado la oportunidad de brindarles una mínima compensación. La presencia de la añosa pareja le causó un gran impacto afectivo pero el desequilibrio emocional que le provocó la cercanía de Clara fue infinitamente superior. Ella sintió algo similar a su respecto. Ambos lo pudieron disimular.

Paolo Galleri adora a su esposa Angelina, fiel compañera de toda su vida, pero la declinación de su salud es inexorable. Tiene pulso vacilante e insomnio irremediable, su espalda está curvada como el arco de un puente del Arno florentino. Está a punto de quebrarse, como una vara poco flexible lo estaría ante una mínima presión. Sus ojos han enrojecido a fuerza de estar húmedos, perdidos en distancias inalcanzables, en objetivos dispersos e inescrutables; la muerte se acerca a pasos agigantados a este calvo, cadavérico y diminuto anciano que repentinamente ha olvidado la lengua de su patria adoptiva que apenas puede balbucear una pocas palabras en su idioma nativo. Se dirigió a su consultor con voz trémula y casi inaudible:

—Caro Pedro, sono vecchio, ma non ho paura della morte.

Pedro Mazzini apenas pudo escucharlo. Por eso le pidió:

—Le ruego que hable un poco más alto y despacio, Paolo, me cuesta entenderlo.

—Mi dispiace no apprèndere bene a parlare spagnolo. No tengo miedo a la morte. Tengo ochenta y cinque anni. Ho casi finito, terminado il mío lavoro en questa terra, querido doctore. Io solamente quiero que Angelina que amo moltísimo e la mía nieta que es tutta la mía descendencia puedan essere bene, estar bien, Pedro. Con Angelina tuvimos una vita de lavoro, doctore, ahora no tenemos niente, nada, no quiero que sufra.

Angelina de Galleri lo interrumpió suavemente. Es una mujer honorable y deliciosa, pequeña, preñada de buenas intenciones, iluminada por la más sincera generosidad. Sus cabellos blancos y las profundas arrugas sobre su frente no han logrado hacer desaparecer los resabios de su belleza. Delgada, firme en la ternura y valerosa en la adversidad, una silenciosa heroína que se ha convertido en el único universo de su amante esposo. Murmuró inapelablemente:

—Paolo, perdoná que te interrumpa, estás muy nervioso. Dejame seguir a mí, te lo ruego, ya sé que nunca antes conocimos la miseria, siempre fuimos muy felices, pero ahora todo cambió, tenemos que ser realistas.

—E vero, es verdad, la nostra vita è andato bene e felice ma hoy sono triste...

Angelina insistió:

—Paolo, por favor, dejame hablar, el doctor tiene que entender lo que nos pasa para asesorarnos bien. Mirá, Pedro, me da vergüenza confesártelo, ni casa tenemos, todo lo nuestro está a nombre de la sociedad, no podemos pagar ninguna deuda, no tenemos ni para comer, la obra social no nos da más cobertura médica porque no pudimos pagar las cuotas. Estamos enfermos, creo que no de gravedad, pero somos viejos, no queremos terminar en un hospital público. Nuestra firma, «La Campana Mágica», nos permitió vivir bien, pero hace diez años tomó la administración nuestra hija Lucía. Perdió el timón, nos ocultó que la sociedad estaba en la ruina, creyó que podría salvarla, no pudo hacer nada, pobrecita... Se suicidó hace un mes, dejando sola a nuestra nieta Clara, el próximo veinticinco de mayo cumplirá veintinueve años. Nos acompañó para colaborar con nosotros. No queremos morir en la miseria. Con Paolo somos muy creyentes, para nosotros la vida es un regalo del cielo, todos los días rezamos, pero hemos perdido el rumbo... Hay gente mala que trata de sacar beneficio de nuestra desgracia. Tenemos miedo, vinimos a verte por la gran amistad que tuvimos con tu mamá, te conocemos desde chiquito, te queremos y confiamos en vos. Necesitamos tu consejo, te ruego que nos ayudes.

Pedro Mazzini quedó desconcertado, esa anciana suplicante había sido siempre un símbolo de vitalidad y de firmeza. «Extraña dimensión la del tiempo», pensó. Los recuerdos seguían fluyendo. Con palabras que brotaron de su corazón, dijo:

—Querida Angelina, no olvido que cuando mamá agonizaba, vos y Paolo nos prestaron dinero para operarla de urgencia. Gracias a ustedes vivió diez años más, ¿cómo podría compensar semejante deuda? Le regalaron a mi hermana Alicia el alquiler del salón de fiestas para su cumpleaños de quince e hicieron muchas otras cosas maravillosas por nosotros. Haré todo lo que pueda para ayudarlos. Los quiero, son muchas las cosas que hemos vivido juntos, estoy comprometido incondicionalmente con ustedes pero no quiero equivocarme. Debemos tomar distancia y controlar nuestras emociones. No creas Angelina, que no comprendo la gravedad de la situación. Debo aconsejarles que hagan un esfuerzo para calmarse, nada los hará envejecer más rápido que el vivir obsesionados por la decrepitud y en estas circunstancias pensar tanto en la enfermedad, es como llamarla. Lo más acuciante para ustedes es la falta de dinero; sus problemas de ancianidad o de salud serían mucho menos graves si lo tuvieran, ¿no es cierto, Angelina?

—Sí, querido, no soportaremos la miseria, nos queda tan poco tiempo...

Clara Iñíguez interrumpió la frase de Angelina con un movimiento de su mano derecha. Pedro aprovechó para contemplarla, para él era fascinante, de una belleza profunda. Se sentía cautivado por la extraña fuerza que emanaba de su interior, algo parecido a una energía atrapante o a un perfume misterioso e irresistible. Su piel, es aceitunada como el fruto de los mejores olivos de Andalucía, su cabello de un castaño tan oscuro como el que abriga a la noche no visitada por la luna. Pedro está convencido de que su mirada lo esclaviza. Siente que se posa en él, como se detiene un ave de caza en el sitio escogido para el acecho, interrogándolo de mil maneras. Clara es enigmática, sensual y brillante, aunque también se puede decir que es irascible, ya que es discutidora, sanguínea, de carácter ingobernable e incapaz de guardarse una palabra que impulsivamente haya llevado a la boca. Pero buceando en las profundidades de su alma, se puede advertir que yace en ella la nobleza de sus abuelos maternos, la dulzura de quien atesora buenos sentimientos, el fuego de quien cuando se abre, todo lo incendia; la lealtad más inquebrantable. Después de haber interrumpido a su abuela, Clara le dijo con gesto firme:

—Quiero aclararte algo. No me gusta que hables de mí como si fuera una víctima indefensa. No tengo miedo, me falta poco para recibirme de contadora, a lo mejor para ustedes no significa mucho, para mí es bastante, tengo un trabajo bueno que me permite vivir, no necesito que nadie se preocupe por mí, ¿quedó claro? No tolero que me consideren una pelotuda desamparada, eso me recalienta, me vuelve loca, escúchenme bien, si no quieren que desaparezca, les pido que se dejen de preocupar por mí. ¿Lo captaron? A vos también te lo digo, Pedro, no pienses que te falto el respeto. Recién te estás enterando de las cosas; no necesito nada. Tengan en claro todos que fue mi madre la que fundió a la empresa, nunca lo olviden, no tuve nada que ver en eso, mamá ni siquiera las boludeces me consultaba.

Se produjo un pesado silencio; nadie sabía qué decir, hasta que Angelina musitó:

—Nuestra nieta no solamente es bonita, Pedro, también es buena, no tan dura como parece, ya verás que es maravillosa, me recuerda a su mamá, enseguida comprenderás por qué la queremos tanto. Mi hija era igual, tenía el mismo carácter explosivo, la misma mirada cobriza, siempre digo que Clarita es nuestra luz, lo único que nos queda.

Pedro intervino haciendo esfuerzos para ocultar que su pulso se había acelerado, no se atrevió a seguir mirando a la muchacha:

—Es cierto que Clara es muy hermosa, Angelina, seguro que estará acostumbrada a que le digan que es linda aunque no sea apta para pretendientes bajitos.

Clara lo miró sorprendida, se sintió halagada, pero se cuidó muy bien de manifestarlo, sabía que frente a Pedro le costaría mantener el control. Dijo con voz de aparente firmeza:

—Mido igual que vos, no es tanto, no me dores la píldora, no soy ninguna Venus. No discuto que soy temperamental, pero no vine para hablar de mí, lo único que me interesa es ayudar y espero poder hacerlo. Poco antes de suicidarse, mamá me lo contó todo; quería que los abuelos supieran la verdad, se voló la cabeza porque no soportaba sentirse tan culpable; escribió casi quince hojas en la computadora del negocio. Están en este sobre, también tengo el archivo, si querés te lo mando por correo electrónico, Pedro.

—Me harías un favor, Clara, de esa manera podría trabajar con el procesador de textos. Será muy bueno tener esos antecedentes, creo que ganaríamos mucho tiempo. ¿Podemos confiar en la información que dejó tu madre? No te ofendas, como estaba tan alterada, quizás no fue objetiva u omitió detalles importantes.

—Mamá estaba deprimida, pero no era boluda. Creía que por su culpa los abuelos morirían en la pobreza, no sabía cómo salir del pozo, se torturaba todo el día, no pude hacer nada; traté; todo fue inútil, mi vieja no escuchaba a nadie, le pedí que fuera a un psiquiatra, que tomara remedios para no angustiarse tanto. Estaba muy sola, desde que perdimos a mi padre, hace ya casi veinte años, se convirtió en otra persona. La pobre estaba muy débil, era frágil de carácter, mucha gente sacó ventaja de eso; hablando mal y pronto, la estafaron muchas veces pero su informe es correcto, verifiqué los datos. Hace dos semanas que no hago más que investigar. Tengo los tres últimos balances, creo que te van a servir ¿no es cierto, Pedro?

—Por supuesto, Clara, estos elementos serán utilísimos. Hoy me llamó por teléfono el contador de la sociedad, para decirme que tus abuelos le han pedido que me informe todo lo que sabe de la empresa. Voy a necesitar unos días para ver todo el material. Cuando lo haga, fijaremos otra reunión que será mucho más concreta y técnica. Trataré de plantearles todas las opciones que se me ocurran para que puedan decidir.

Con lágrimas en los ojos, el anciano Galleri se levantó levemente de su asiento para tomar la mano izquierda de Pedro Mazzini. Le dijo:

—Gracie, Pedro, noi seguiremos el tuo consiglio, respetaremos tus sugerencias perché non sabemos niente. Sólo tè prego una cosa, ¡celerità per favore! Noi necesitamos fare algo rápido, no tenemos ni per mangiare, ni para comer, te lo juro.

—Haré lo posible, no quiero apresurarme demasiado, me podría equivocar. No nos podemos dar ese lujo, hagamos las cosas bien.

Angelina Galleri, tomó la mano que Pedro tenía libre y le dijo:

—Gracias, Pedro, esperaremos tu llamada. Clara te mandará todo enseguida para que empieces tu trabajo. En este momento no podríamos pagarte ni una moneda, me da mucha vergüenza...

—No te preocupes Angelina, es un placer darles una mano, ¿acaso ustedes no nos ayudaron siempre? No se angustien, siempre me dieron un valioso ejemplo, no todo es dinero en la vida.

Paolo apretó aún más la mano de Pedro que aún conservaba en su poder, acotando:

—Gracie, per me è per Angelina. Ciao caro amigo, a domani. ¡Que Dio tè guarde!

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 2012
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Fecha de publicaciónMayo 2012
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