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La Campana Mágica S.A.

Capítulo IV

Pedro habla del negocio con el Zaragozano

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaEn un pequeño y acogedor barcito de la calle Jorge Luis Borges, frente a la plaza Serrano

El lunes 19 de abril, Pedro concurrió a la oficina que Humberto Marcel tenía en Puerto Madero. Ochenta confortables metros cuadrados con hermosa vista al río de La Plata. El Zaragozano había sido informado por mail de todos los detalles del negocio. Recibió afectuosamente a Pedro, lo invitó a sentarse en el más acogedor sitio de su despacho y le comentó:

—Os hablaré sinceramente, chaval, que para algo sois mi ahijado. Me interesa el asunto que me habéis traído, nos podríamos dar un buen festín con esa campanilla. Mas debo advertiros: soy frío para los negocios, nada les regalaré a vuestros simpáticos ancianos, el sentimiento no es compatible con las transacciones comerciales, aunque resulte incómodo, os lo debo decir.

—Los Galleri saben que si te metés en este lío será para ganar dinero, vos hacé lo tuyo.

—Os agradezco la aclaración, ahijado mío. Cuando apuesto mis fichas nunca arriesgo más de lo prudente, no lloro si las pierdo, pero raramente me ha sucedido. Que no soy un gilipollas sino un prolijo profesional en esta materia y lo sabéis. Debo confesaros, chaval, que estoy algo cansado de tanto trajín; ya tengo demasiado en la canasta como para seguir quemando horas y emociones en una caldera tan inestable como la de las inversiones peligrosas, durmiendo con un ojo abierto por si las moscas, que brujas no las hay pero ¿quién sabe dónde el diablo mete la cola?

—Siempre tuviste una actividad intensa, padrino, me parece bien que quieras descansar.

—Entonces, chaval, decidme para qué a mis sesenta años debería seguir teniendo una existencia tan ajetreada si lo que podría ganar en estos menesteres, en realidad, apenas lo advertiría cuando leyera los estados de mis cuentas bancarias que por suerte son buenos y están a buen recaudo. No os diré que me sobran reales que esto nunca habrá de suceder —la ambición humana es ilimitada y siempre se encuentran nuevos desafíos—, pero podría vivir sólo de rentas y muy cómodamente, os lo aseguro.

—Te envidio, me encantaría poder relajarme un poco, no cumplir horarios, viajar, me parece bárbaro que lo puedas hacer.

—¿Viajar? ¿Con quién? No soportaría a ninguna de las mujeres que conozco. Cualquier lapso aparentemente breve me sabría a eternidad. ¡Intentadlo! Veréis que es casi imposible en tales circunstancias no hastiaros de un discurso femenino aún cuando fuera tan elocuente como el de Catón para destruir a Cartago o como el de Cicerón en sus Catilinarias o aunque las caderas de tu amada te invitaran a incursionarla apasionadamente, que luego vendrían los intervalos y que para mal de males suelen ser demasiado lúcidos. Creédmelo, chaval, que el placer se puede transformar en dolor en muy poco tiempo.

—Bueno, cualquiera que te escuchara pensaría que viajar con una buena hembra es como ir al cadalso... Supongo que debe tener su lado positivo... Reconozco que hay mujeres que se vuelven insoportables pronto, pero no todas son así.

—Es verdad, con tu hermana era distinto. Las horas pasaban en armonía, sin sorpresa alguna. Nunca he temido aburrirme o sentirme incómodo con ella, siempre tuve la plena seguridad de que estaría bien, aún cuando a veces pasábamos horas sin intercambiar más que unas pocas palabras.

—Sé que con Alicia tenías una relación de mucha paz, ella te amaba mucho, eso me consta, tal vez a vos te gustaba tener tranquilidad, aún sin sentir una atracción pasional.

—No creáis que no la he experimentado, durante muchos años, Alicia me atrajo de una manera irresistible e irracional. La pasión es lo más intenso y placentero que existe en esta tierra, bien lo sabéis. Pero las emociones fuertes no son duraderas, no podréis evitar que se disipen y aunque os puedan dejar una sensación cálida que siempre será bueno tenerla, tarde o temprano deberéis aceptar que la pasión ha desaparecido. Sin embargo, quien no la haya sentido nunca, jamás habrá vivido la emoción de creerse inmortal aunque sea por un instante, ni el desmayo febril que se disfruta luego de una unión excitante. Seréis afortunado, creédmelo chaval, si de alguna manera como a mí me ha pasado con vuestra hermana, luego de vivir una intensa pasión, podéis lograr que subsista un sentimiento de absoluta compatibilidad, lo que presupone la existencia de una deliciosa afinidad con la piel de la mujer amada, que te guste su aroma y el sabor de su sexo, el perfume de su cuerpo en general; un atractivo moderado pero persistente, alejado de la violenta ansiedad, de toda obsesión posesiva. Si lográis acurrucaros con vuestra compañera disfrutando de una concordia semejante, de una pacífica correlación espiritual y física, habréis tocado el cielo con las manos. Si lo consiguierais, deberíais agradecer a la Providencia o al Dios en el cual creyerais, si fuera el caso.

—Encontrar una mujer compatible no es sencillo, Zaragozano; mientras intento hallarla, no me disgustaría aburrirme con una niña atractiva aunque fuera una vez por año, ¿no será que estás empachado?

—Os comprendo, pensáis que soy un zopenco sexagenario aterrorizado por la senectud y por la muerte, que por haber perdido juventud y virilidad me he vuelto lento e incapaz de saborear las cosas buenas de la vida o que nadie que realmente valga se aproximaría a rascarme la nuca u otra cosa si me apeteciera. Tal vez aunque me duela tengáis algo de razón, que odio ser categórico ¡joder!

—No te considero ningún anciano, pero me sorprende que digas que no te gusta ser categórico. Eso sí que es nuevo para mí, siempre te consideré un tipo muy seguro.

—Desconfiad de los que aparentan mucha firmeza, que nadie puede estar seguro de nada, la relatividad es la regla. El que no pueda advertirlo es un imbécil que anda como un ciego en la autopista. Tenedlo por cierto, rapaz.

—No quise hacerte ninguna crítica, Zaragozano, supongo que lo tuyo es una catarsis...

—Has dado en el clavo, chaval, tenía necesidad de deciros lo que siento, no eres ningún ingenuo que por eso me gustáis y os he tenido en cuenta. Pues bien, ha llegado la hora de que me escuchéis atentamente porque hablaré de negocios y con eso no se jode ni se fantasea, ¿habéis comprendido?

—Sí, padrino, quisiera darle una mano a los Galleri, les debo mucho.

—¡Hostia! No mezcléis los granos, mozuelo, que si lo hicierais, todo lo empantanaríais. Los negocios a tratar serán los nuestros. No os confundáis mi cachorro, debéis actuar fríamente si deseáis hacer una tarea eficiente y fructífera, sino estáis dispuesto, quedaos en vuestra casa y no me hagáis perder tiempo que mucho lo estimo. A ver si me entendéis de una buena vez cachafaz, os estoy proponiendo que seáis mi socio, este zaragozano seguiría activo con un mínimo desgaste, evitaría anquilosarme y convertirme en un anciano de geriátrico, con tu ayuda mis asuntos serían sobre todo una diversión.

—Te agradezco enormemente la confianza que depositás en mí, padrino, comprendo que me querés dar una mano...

—No creáis que os quiero dejar un buen pasar económico porque os aprecio. Sólo pretendo vivir mejor mis últimos años, no os regalaré nada, todo deberéis ganarlo con el sudor de vuestra frente, siguiendo estrictamente mis instrucciones, que por algo soy el experto en estos temas, como lo habéis reconocido al venir a consultarme. Para asociaros a mí, debéis invertir. Os propongo que participéis en un treinta por ciento del negocio, vuestro aporte deberá ser equivalente a dicho porcentaje. Os prestaré el dinero inicial si asumierais el compromiso de restituirlo cualquiera fuera la suerte del emprendimiento; deberéis correr riesgos conmigo o no habrá sociedad, esta operación será una prueba, habré de evaluar vuestro comportamiento y decidir si realmente estáis o no capacitado para estas tareas tan singulares que no por ser oscuras dejan de ser rentables, vale recordarlo.

—Por más que digas que no te interesa ayudarme, sé muy bien que no es así, padrino, hacé el negocio sin mí, no nací para ser empresario, apenas sirvo para abogado. Los Galleri sólo quisieron mi asesoramiento, no buscaron en mí a un inversor; además, tengo mala suerte.

—No jodáis chico, no pretendáis eludir el tiro. El caso que me habéis traído nos viene como anillo al dedo, exijo que participéis conmigo. Nuestra víctima, La Campana Mágica S.A., que tiene una bonita denominación aunque no hay mago que la salve, nos dará leche, confiad en mí. Os cuento que los dos importantes inmuebles que se pueden vender, la casona de Callao y el local de la avenida Coronel Díaz, a pocas cuadras de Santa Fe, están ubicados de puta madre y son vendibles como el pan caliente. Luego de utilizar mi veterano ojo de halcón, debo deciros que considero más que satisfactoria la estimación que hicierais. Os confieso que tengo la esperanza de conseguir un precio muy superior.

—Ambos bienes están muy bien ubicados, Zaragozano, Paolo y Angelina tuvieron en Coronel Díaz una ferretería que fue muy importante durante décadas, no se supieron acomodar a los nuevos tiempos, la competencia los hizo polvo.

El Zaragozano se sintió obligado a formular una aclaración:

—No miento cuando os digo que no me hace feliz su desgracia, aunque lo que le ha pasado a este pobre hombre y a su esposa nos haya caído de parabienes. Ninguno de estos ancianos tiene capacidad para ser dueño o directivo de una empresa en dificultades; bien hacen entonces en no querer más lolas, sin perder el sueño por los avatares de la simpática campana que más que mágica, les ha resultado trágica, valga la rima.

—Te confieso que me dan mucha pena, padrino. Fueron muy buenos con mi familia, incluso con Alicia.

—No he dicho que no les daremos una buena mano, socio mío, sin afectar nuestros ingresos, quede esto claro. No os dejéis llevar por los sentimientos que si lo hacéis, os complicaréis la existencia y a la postre nadie os agradecerá una mierda, tenedlo por seguro, lo he comprobado a lo largo de tantos años de trajinar en estos menesteres. Paolo Galleri y su mujer, como bien lo sabéis, están acosados por sus acreedores, se sienten culpables por no poder cumplir sus compromisos, algunos de sus proveedores son antiquísimos amigos a los que no quisieran defraudar. Parece que no les mortifica tanto que seamos nosotros los que decepcionemos a sus amistades, que así es el ser humano, que aunque duela hay que aceptarlo. Si os sirve de consuelo, os diré que este zaragozano no piensa que sean malos. Pocos tíos tienen reparos éticos cuando el pellejo está en juego, es lo que suele suceder. Cuando supieron que les podíamos sacar la sartén ardiente de las manos, abrieron los brazos como quien recibe a un hijo extraviado desde hace años. De todos modos, tal vez su felicidad no ha sido mayor a la que yo experimento ahora al paladear la posibilidad de un brillante negocio, que encararlo es tan apasionante como jugar a la ruleta; no a la rusa, os lo aclaro.

—¿Le ves alguna salida a la sociedad? Para mí está al borde de la quiebra.

—Apostad a ello, muchacho. A menos que nosotros intervengamos y pidamos antes un concurso preventivo para demorar la falencia, que hacia allí se encamina, no os quepa duda. Como sabéis, los acreedores que no tienen privilegio para el cobro, reclaman seiscientos mil dólares estadounidenses, que no verán ninguno los muy ilusos, como ya lo estaréis imaginando. Al Fisco, que sí tiene preferencia para percibir sus créditos previsionales e impositivos, le deben aproximadamente seis millones de dólares, lo que les ha complicado el cuadro a nuestra torturada pareja que con fundamento se siente como si estuviera en el medio de la más apocalíptica catástrofe, convencida de un inminente naufragio que os debo decir, en esto pensáis como yo, a este zaragozano le parece inevitable. Les pienso ofrecer a vuestros queridos octogenarios, trescientos mil dólares a cambio del paquete accionario de la mágica campanilla, lo cual nos permitiría hacernos cargo del control social.

—Buenísimo, padrino. Con ese dinero tendrían asegurado un buen pasar en sus últimos días.

El Zaragozano celebró la aprobación de Pedro.

—Para ellos será la salvación, socio mío, compraremos algunos créditos sin privilegio, pero al Fisco no le pagaremos una puta moneda; se tendrá que conformar con cero que es un bonito número, ¡joder! Engañar al Gobierno no me parece tan terrible, os confieso que hasta me provoca cierto placer. Ya sabéis lo perversos que suelen ser estos burócratas recaudadores, esos tíos sí que se cagan en el humanitarismo y también en la humanidad aunque se hacen los correctos y están siempre muy bien aliñados.

—¿Podemos sacar a Paolo de este quilombo? Le van a apuntar todos los cañones.

—Dejad los milagros a los santos, chaval, no evitaréis que como director sea personalmente responsable pero ¿por qué os preocupáis tanto? Si nuestro humilde viejecillo no tiene nada a su nombre, salvo las acciones de la Campanita que no sirven para una mierda, nadie podrá sacarle ni un penique.

—Si Paolo fuera a prisión, se moriría en menos de una semana.

—¡Coño!, ¿¡qué estáis diciendo, chaval!? A su avanzada edad, ningún juez lo metería preso por un mal manejo empresarial. En el peor de los casos le calzarían un arresto domiciliario que suele ser muy llevadero aunque imagino que ni siquiera esto habrá de suceder. Seamos francos, chavalito, tu amigo Paolo no está en condiciones de administrar su follada campanilla mágica en una situación de caos como la que actualmente enfrenta y si quisiera hacerlo, los costos que tendría especialmente para pagar los honorarios de sus abogados, así como los de sus contadores —como bien lo sabéis—, seguramente se llevarían los pocos duros que le quedaran, también lo que le restara de salud que no es mucho según tengo entendido. En cambio, gracias a los trescientos mil dólares que estoy dispuesto a pagar limpios de polvo y paja, Paolo se retirará del directorio y ambos dejarán de sufrir. Santas pascuas para ellos que tengo entendido se piensan dedicar a contemplar cabras y paisajes en las sierras de Córdoba que os puedo garantizar que son muy bellas y que es recomendable visitarlas.

—¿Y si Paolo buscara llegar a un acuerdo con sus acreedores, Zaragozano? ¿Vos creés que tendría alguna posibilidad?

—La Campana Mágica tiene la suerte echada. Es imposible que le pague al Fisco, ni siquiera podría lograr un plan de pago razonable, sería así, no lo dudéis. La empresa no es viable, el establecimiento de la sociedad está clausurado, ya no tiene personal, no recibe ingresos, está condenada al «desguace.» No le quedará ni la tierra de las macetas, no os sintáis culpable mi nuevo socio, no somos victimarios de este santo matrimonio, sólo hemos aprovechado una oportunidad de negocios, no alteraremos mucho el resultado final: los acreedores nunca podrían cobrar sus créditos. Lo único que cabe discernir es quién será el más hábil para sacar ventajas de tan maloliente cadáver. Nosotros por lo menos sembraremos flores en ese cuerpo ya entumecido, ¿no os parece?

— Padrino, quisiera explicarte algo. Yo prefiero hacerme a un lado, no me siento bien...

—¡Silencio! Aprended a escuchar muchacho que os habla la voz de la experiencia, no la desaprovechéis, ¡hostia! Piensa por un instante, chavalino: ¿Cómo deberíamos actuar para que fuera provechosa la campaña? Os lo diré; en primer lugar, debo aclararos que no será nuestro interés pagar los créditos que no compremos, ¡que los acreedores le vayan a cobrar a su abuela, qué joder! A menos que a nosotros nos interesara en algún momento no hacer olas y aplacar los ánimos, ya que es difícil gobernar pacíficamente cuando el populacho está famélico y desesperado. Grabad en vuestra memoria, mi joven socio, que salvo la compra de algunos créditos, no invertiremos ni un céntimo para sacar a la empresa adelante, no tengo duda de que inexorablemente, más tarde o más temprano, el badajo de esta mágica campana, suponiendo que realmente lo tuviera, dejará de sonar. Se irá a la quiebra, los pocos restos que se puedan salvar, se los fagocitarán los buitres que siempre están sobrevolando estos concursos, necesarios para limpiar la carroña pero de costosos estipendios. Nuestra obra maestra será muy distinta; si la desarrollamos inteligentemente, será muy rentable. En primer lugar, como ya os lo he comentado, por trescientos mil dólares le compraríamos el paquete accionario a la familia Galleri.

—Por favor, Zaragozano, vos agarrás luz verde y no me dejás hablar. No tengo un mango partido por la mitad; el asunto es tuyo, sacale todo el jugo que puedas.

—¿Que no tenéis dinero? Ya me retribuiréis la inversión con parte de vuestras ganancias. ¿Pensáis que estoy arrojando mis duros a los porcinos o a las ardientes brasas? ¿Me habéis visto acaso apariencia de pródigo? Tened paciencia, el primer paso es lograr que estos Galleri, que Dios los ampare y los mantenga sanos hasta que se termine el negocio, nos traspasen la totalidad del paquete accionario, posibilitando que tomemos el timón y que los desembaracemos de la administración con lo cual buen favor les haríamos. Tal vez debamos invertir algunas pocas monedas más; a veces es conveniente o hasta necesario lubricar un poco algunos engranajes, predisponer algunas voluntades; no debe de ser mucho, hombre, que no estoy para beneficencia aunque soy más bueno que un ruiseñor, de eso ya te habréis dado cuenta.

—Zaragozano, no sirvo para estos enredos...

—¡Sí vais a servir, coño! Cerrad el pico por un instante, no dejéis pasar la oportunidad de tu vida, que me estáis poniendo nervioso, vive Dios, aguantad que termine mi discurso, ¡joder! Que no podéis ser tan badulaque, me veo tentado a dejaros a la deriva aunque creáis que andáis con buen rumbo. Miradlo así: una vez que seamos dueños de todas las acciones de la sociedad anónima, ¿qué suponéis que haríamos?

— Cambiar el directorio, supongo, aunque no sé quién se animaría a meterse en tamaño despelote.

—Exacto, lo habéis dicho. Aceptaríamos la renuncia de los directores anteriores y pondríamos un director de nuestra confianza. ¿Qué nadie se animaría a tomar ese cargo? No lo creáis, hay candidatos para todo, incluso para administrar a una sociedad que se dirige al naufragio, claro que quien asuma esas responsabilidades deberá carecer de toda solvencia. ¿Qué nos importaría? Os lo diré: nada en lo absoluto. Tengo un fiel amigote, especial para el puesto, no tiene un céntimo, los pocos fondos que recibiría por ser director le sabrían a gloria, no lo dudéis. Una vez en posesión de las acciones y del directorio, nosotros mismos compraríamos los inmuebles a un precio serio.

—Me parece lógico, padrino, deberíamos constituir dos sociedades, una para cada inmueble y actuar a través de ellas.

—Estáis entendiendo, cachafaz, vos deberíais ser el único director de ambas, un administrador desleal podría vaciarlas fácilmente.

—No podemos dejar huellas, Zaragozano. Tenemos que probar que el precio de las ventas entró en La Campana Mágica. En su contabilidad debe figurar el ingreso del dinero, tendremos que depositarlo en una cuenta de La Campana Mágica y sacarlo inmediatamente.

—Necesitamos comprar créditos por más de trescientos mil dólares, más del cincuenta por ciento, para asegurarnos de que nadie nos pueda superar en el voto. Los acreedores quirografarios nos cederán sus acreencias por monedas. El síndico que se designe en la futura quiebra de La Campana Mágica no podrá demandar la ineficacia de las ventas, porque no podrá conseguir la autorización de los acreedores comunes, la mayoría de votos la tendremos nosotros. Escrituraremos los inmuebles a favor de las dos sociedades que vamos a constituir, luego los podremos alquilar o bien vender a un tercero de buena fe. Espero que no nos manden en cana.

—¿A la cárcel? ¿Por qué sois tan pesimista y os hacéis tanta malasangre, vive Dios? ¿Acaso me habéis visto semblante de gilipollas? No temáis, cachafaz, que en primer lugar nosotros no asomaremos el hocico. Vos lo haréis solamente como director de las sociedades compradoras, nadie os podrá decir que estáis haciendo algo malo porque recordad que según los papeles, las dos flamantes y vírgenes sociedades que constituiremos especialmente para la compra de los apetecidos inmuebles, pagarán todo el precio estipulado que además será depositado en cuentas bancarias de La Campana Mágica S.A., de manera tal que nadie, ni siquiera el Fisco podrá desconocer que las firmas compradoras han realizado el pago del precio. De ese modo, quedaréis libre de todo mal ya que probar que ha existido una connivencia entre la vendedora y la compradora, habida cuenta de los recaudos que tomaríamos, sería prácticamente imposible, creédmelo.

Pedro se quedó pensando un buen rato, finalmente dijo:

—El precio de las compras lo pagaremos al escriturar los inmuebles, ante escribano público, nadie podrá negarlo. Para hacerlo todo perfecto, como vos lo sugerís, lo ideal sería, depositar en un banco el precio que figure en las escrituras. Si hacemos eso, nadie podrá poner en duda la validez de los pagos que realicemos. Si tuvieras el dinero contante y sonante, podríamos hablar con el gerente del banco, hacer el depósito en la cuenta de La Campana Mágica y que sus directores finjan retirar inmediatamente el dinero para devolvértelo en el mismo acto. Luego, presentaremos a la Campanita en concurso preventivo para apaciguar las aguas, contratando abogados prestigiosos que no sepan nada de nuestro negocio, al poco tiempo La Campana Mágica S.A. dirá que no puede pagarle a los acreedores y pedirá su propia quiebra. Allí consolidaremos nuestra ventaja.

—Es bueno tener un socio abogado, chaval, intuyo que os está gustando el argumento de nuestra película, ¡brindemos por nuestra sociedad, qué joder!

—No sirvo para estos negocios, sólo seré tu asesor, no me gusta estar al borde del precipicio ni lucrar con la miseria ajena. Quiero vivir tranquilo. Hacé el negocio solo, será más lucrativo para vos.

—Al final del cuento hallo que sois tan frágil como un retoño, incapaz de soportar el rocío del amanecer ni de resistir la más leve brisa, vuestra santa hermana nunca me dijo nada de vuestra endeblez que si lo hubiera hecho, os habría advertido que mi negocio no es para asustadizos. No es mi intención afectar vuestro amor propio o vuestra hombría que no dudo que la tenéis; pero no he de permitir sin resistencia alguna que seáis pusilánime o flojo, porque si así actuara estaría perdiéndote y al mismo tiempo vos perdiéndome, lo que sería muy lamentable para nuestras emociones y también para vuestros intereses, no tengáis duda de ello. Por eso, pregono a viva voz y postulo como principio que no debéis amilanaros tan fácilmente, ¡coño! Que no hay mal que por bien no venga ni peligro frecuente que pueda ser totalmente evitado. Si queréis salir de pobre, dejaos llevar por mis consejos, chaval, que si me dejáis timonear la nave, la brisa ha de llevaros a buen puerto aunque tengáis que superar escollos, ¡joder! No os digo que todo será un viva la pepa pero no voy a tolerar que os asustéis como un micifuz recién parido, que no tengáis el valor de poner vuestros cojones sobre la mesa ¡Recoño! Que el mundo es de los audaces y que ahora no lo estáis siendo para nada. Por el contrario, estáis actuando como una temblorosa avecilla que huye de todo, hasta de la luz del sol, os digo y os recontradigo que si deseáis destacaros y progresar, uníos con este zaragozano, no sigáis insistiendo con vuestra negativa, que si no os apreciara y no me hubiera comprometido con vuestra fallecida hermana que mucho recuerdo, ahora os dejaría librado a vuestra suerte y me alejaría lisa y llanamente a buscar otras ocupaciones que las tengo y muchas, gracias a Dios. ¿Creéis que mi paciencia es ilimitada?

—No me quiero enojar con vos, Zaragozano, me estás tratando como si fuera un pusilánime, no comprendés que somos muy diferentes, nunca sentí tanto como ahora que estoy por desvirtuar todos los principios que siempre defendí, si me asocio a vos, fracasaré. Aprecio a los Galleri y también a Clara aunque esté medio desequilibrada, mirándola con un solo ojo... No puedo involucrarme personalmente en este tema, no debo hacerlo.

—Os ha flechado esa linda castaña, reconozco que es atractiva, aunque no os permita que le deis trato de hembra. Decidme, ¿cómo pensáis ayudarla, mi benefactor amigo? Tal vez habéis decidido donar tus ahorros para tan justa causa... os felicitaría por ello, ¡dándoos un patadón en el culo! ¡Por qué no descendéis a la tierra, mi inocente abogadillo, o es que suponéis que los Galleri se salvarán por algún puto milagro o porque la campanilla sea realmente mágica. ¡Joder! Os ofrezco la solución y ponéis reparos de monaguillo, perjudicando concientemente a vuestros amigos. Utilizad vuestras idílicas ideas para conseguir los fondos que necesitan y cuando se mueran cagados de hambre, no vengáis a llorar en mi hombro porque os sacaré a patadas que ya me tenéis hinchadas las pelotas y estoy comenzando a no soportarte, vive Dios; es así, debéis elegir entre seguir solo sin contaminarte viendo como tus protegidos perecen famélicos o asociarte al despreciable Zaragozano y darles una vejez satisfactoria.

No pienso que seas despreciable aunque me pusiste contra la pared, Zaragozano. Tenés razón, estoy anteponiendo mi tranquilidad al interés de ellos. Me cuesta aceptar un cambio tan grande en mi vida, no estoy hecho para esto.

¿Por qué no os tomáis unas horas para cavilar? Mañana al mediodía me daréis una respuesta. No podemos esperar más porque si se embargan los bienes vendibles, sanseacabó. Veréis que no es para tanto la cosa, recordad que a Seguro se lo llevaron preso, aprended a reconocer la realidad sin hipocresía, sin hacer la vista gorda, por lo menos intentadlo, cachafaz, ¡hasta tienes una excusa para justificar lo que tu moralina no te permite hacer! Aprendedlo ahora, no os paséis el resto de vuestra vida preocupado por catástrofes que en su mayoría quizás nunca ocurran. Dormid tranquilo que este negocio habrá de cautivaros, chaval, ya lo veréis, pero ¡coño! no desperdiciéis esta oportunidad por hincarte a rezar por principios mojigatos en los que todos se cagan. Confiad en mí, os enseñaré mi negocio, seréis un experto, ¡ya lo veréis! Dejadme llevar las riendas, que se lo debo a vuestra hermana que mucha felicidad me ha dado, si Dios existe nos estará mirando desde el cielo. Hasta mañana ahijado mío.

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Fecha de publicaciónJulio 2012
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