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La Campana Mágica S.A.

Capítulo IX

Clara visita a Pedro en su oficina

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaEn un pequeño y acogedor barcito de la calle Jorge Luis Borges, frente a la plaza Serrano

El lunes 24 de mayo, Clara visitó el Estudio Jurídico de Pedro Mazzini, con la excusa de llevarle unas cédulas que había recibido. En realidad tenía ganas de verlo. Le podría haber mandado la documentación por un correo privado, solicitarle aclaraciones por correo electrónico o por teléfono; sin embargo, aparentó que su propósito era sólo de negocios. La transferencia del paquete accionario y las escrituras traslativas de dominio de los bienes de La Campana Mágica S.A. se habían hecho sin inconvenientes. Ahora el directorio estaba integrado por amigos del Zaragozano y las dos sociedades anónimas constituidas especialmente para la compra eran las dueñas de los valiosos inmuebles. Pedro recibió con mucha cordialidad a la bella muchacha.

—¿Cómo te va, Clara? Me dijo mi secretaria que viniste a traerme unas notificaciones que recibieron en el antiguo domicilio de la sociedad, te lo agradezco.

—Sí, están dentro de este sobre. Nada preocupante, creo.

—Bueno, después las leo. ¿Alguna otra novedad?

—En realidad te iba a preguntar lo mismo; ayer me dijiste por teléfono que presentaron a La Campana Mágica en concurso preventivo. Angelina está preocupada por Paolo. Teme que lo denuncien penalmente.

—El concurso preventivo lo presentamos para aquietar las aguas, pronto pediremos nosotros mismos la quiebra de La Campana Mágica S.A. Sólo el Fisco podrá cobrar algo, cuando se vendan los galpones que permanecieron en el patrimonio de la sociedad. Los demás acreedores estarán con bronca.

—¿No le podrán hacer nada malo al abuelo?

—Los acreedores pueden denunciarlo por administración fraudulenta de La Campana Mágica, ¿de qué les serviría si Paolo es insolvente? Perderían tiempo y dinero.

—¿Y si se declarara la quiebra? ¿Eso perjudicaría al abuelo?

Pedro se quedó unos segundos pensativo y luego dijo:

—En ese caso, el síndico designado por el juez, podría pedir la ineficacia de la transferencia de los inmuebles, lo que significaría peticionar que volvieran a la titularidad de La Campana Mágica S.A. Creemos que eso no va a suceder, probaremos que pagamos a La Campana Mágica un precio serio y que lo depositamos en su cuenta bancaria; que Paolo haya retirado el dinero casi inmediatamente no es culpa nuestra. Además, tenemos otro reaseguro, la ley de quiebras dice que para pedir la ineficacia de las ventas realizadas por alguien declarado en quiebra hace falta que la mayoría de los acreedores sin privilegio para el cobro lo apruebe. Compramos más de la mitad de estos créditos ordinarios, la mayoría legal la tendremos nosotros. El síndico no podrá demandar la ineficacia, sin la autorización de los acreedores y el juez no podrá hacer nada.

—¿Aunque se diera cuenta de que se afanaron hasta las baldosas? Eso no lo cree nadie.

—Lo que vos decís es lo que indica el sentido común, Clara; vos tenés razón, es increíble que aunque el juez esté seguro de que todo es un fraude no pueda hacer nada, simplemente porque no se obtuvo la mayoría de votos de los acreedores autorizando la promoción de demandas de ineficacia concursal o de indemnización de daños y perjuicios contra los que se robaron todo o inventaron deudas.

Clara no salía de su asombro, siguió preguntando:

— ¿Cómo pudieron aprobar una ley así? Después se quejan porque afanan en las casas... Mirá el ejemplo que dan los que nos gobiernan... ¡Los chorros comunes al lado de ellos son ladrones de gallinas! Ya sé, no me lo digás, nosotros también estamos delinquiendo, es verdad. Me siento muy mal por eso, pero mis abuelos no tenían salida.

—No nos engañemos, Clara. Estamos lucrando personalmente con este negocio. No me gusta hacerme el ángel, es cierto, estamos obrando como delincuentes. Asumámoslo.

—¿Querés hacerme llorar? Ya bastante mal me siento por mis remordimientos, no necesito que me ayudes a sufrir un poco más.

—Está bien, no te aflijas tanto que los que cortan el bacalao hacen cosas como éstas todos los días.

—Es increíble, Pedro, ¿cómo justificaron estos legisladores hijos de puta un régimen legal tan vergonzoso?

Pedro Mazzini contestó:

—Adujeron que de esta manera se evita que los síndicos promuevan acciones sin fundamento serio. Es falso, podrían haber pensado en un régimen distinto.

Clara no salía de su asombro. Dijo:

—Los peces gordos hacen la ley a su medida, se afanan los bienes de las empresas en dificultades, cagan a los acreedores y nadie dice nada...

Pedro asintió con un leve movimiento de su cabeza, apoyó su mano derecha sobre el brazo izquierdo de Clara, se aproximó hasta quedar a pocos centímetros de su rostro. Ella se agitó casi imperceptiblemente, con un rápido movimiento puso distancia, sentándose en un cómodo sillón del despacho. Pedro volvió a la temática jurídica:

—Antes, los acreedores podían plantear este tipo de demandas directamente, cuando el síndico omitía hacerlo. En la actualidad, el acreedor no se puede eximir de pagar la tasa de justicia aún probando que no tiene una moneda y el juez le puede exigir que garantice el pago de los honorarios. En los hechos, nadie se arriesga a demandar individualmente.

Clara alternaba su indignación con miradas de ternura que se le escapaban inevitablemente. Pedro parecía un felino al acecho, pendiente de la más insignificante señal de la muchacha. La cuestión jurídica le importaba cada vez menos; ella acaparaba toda su atención. Fue evidente que la situación se estaba tornando insostenible, Clara todavía no había superado aquel primer encuentro. Además, no se podía permitir ser infiel a Julio. Para salir de la situación se puso de pie, se acercó a la ventana como para corroborar que algo había pasado en la calle y mirando de reojo a Pedro, dijo:

—Es claro que los hijos de puta que mueven los hilos, no quieren ni por joda que estas demandas existan. Con esta ley, me parece que es una misión imposible recomponer el patrimonio de cualquier quebrado.

—Es cierto, Clara. Es lo que estamos tratando de aprovechar nosotros: usar estas ventajas dibujadas para favorecer a los poderosos. El real perjudicado aquí es el Fisco, es el único que podría llegar a cobrar algo. Los acreedores quirografarios nunca verían un mango, ¿entendés como es la cosa?

—Sí, seremos unos delincuentes, pero ni ebria ni dormida voy a permitir que mis abuelos se queden en la ruina después de toda una vida de romperse el culo laburando... No quiero que Paolo se muera como si fuera un linyera... El Fisco ha exprimido siempre a La Campana Mágica. Los gobernantes de turno despilfarran la guita de los impuestos... No jodamos, me siento justificada, ¡que se vaya a la mierda el Estado!

Pedro se acercó apoyando su mano derecha sobre el hombro izquierdo de la muchacha, acoplándose a la observación de la calle desde la ventana. Clara experimentó una mezcla de emoción y de incomodidad; no sabía cómo reaccionar; tenía claro que no se debía permitir seguir sus impulsos. Otra vez se apartó, dirigiéndose al sillón, tratando de que Pedro no se diera cuenta de que estaba escapando. Siguió su discurso:

—El riesgo que corre mi abuelo no me preocupa. Hoy estuve en la clínica, está internado en terapia intensiva. Los médicos me dijeron que vivirá dos o tres meses, como mucho. No existe ley penal que lo pueda afectar. Te aseguro que me da una tranquilidad de la puta madre que pueda ser atendido como Dios manda, en una buena institución, que al menos sus últimos días los viva dignamente; frente a esto, todo lo demás es una boludez, ¿no te parece?

—Lo que decís es irrefutable, Clara.

Pedro aprovechó la confesión de Clara para aproximarse a ella, aún imaginando que sería nuevamente rechazado. Se sentó a su lado, tomó suavemente su mano izquierda y le dijo con una sonrisa.

—Me alegra verte contenta, la última vez que hablamos te fuiste echando chispas.

Pese a que el contacto con Pedro la puso nerviosa, esta vez no se alejó de él. Se sentía protegida porque avizoraba que volverían a tener un diálogo fuerte. Lo comenzó diciendo:

—No exageres, Pedro. Cualquiera que te escuchara diría que soy loca: simplemente me exasperó que insistieras en meterte en mi quilombo familiar, que sugirieras que debo perdonar al hijo de puta de mi viejo...

—Nadie dice que tu padre se haya portado bien; eso es una cosa. Otra muy distinta es que vos sigas siendo toda tu vida una víctima de lo que te pasó, que nunca puedas superarlo.

Clara retiró bruscamente la mano que tenía capturada, se irguió y se situó en el asiento de Pedro, detrás de su escritorio. Desde esa considerable distancia, lanzó su agresión:

—Perdoname, ¿sos medio boludo vos? ¿No te acabo de decir que me recalienta hablar del tema? No comprendo que te preocupes tanto por mí, cuando sos tan insensible como una ameba, ¿o acaso estás mejor?

Pedro se sintió muy herido: no hay injuria más dolorosa que la verdadera. Bajando la cabeza contestó:

—Si tan feliz te hace, te lo confesaré: sigo destruido, ¿estás satisfecha? Eso no significa que vos no estés mal también. Deberíamos darnos una nueva oportunidad.

—No seas rosquero, no te hagas ilusiones, ni lo sueñes, jamás traicionaría a Julio. No soy como tus amigas que se encaman con cualquiera, aunque los hombres no se merecen mucho respeto porque en general son unos grandes hijos de puta. Además, me prometiste que terminarías de contarme tu historia. Hasta que no lo hagas no tenés derecho a darme consejos. Por última vez, ¿cómo fue que descubriste que Mariela te era infiel?

—Encontré una carta rota en varios pedazos. Cuando vi que era letra de Mariela no pude resistir la tentación de juntarlos. Le escribía a un diplomático polaco —luego supe que fue su amante—. Parecía más bien la nota dirigida a un íntimo amigo; igualmente era un texto sospechoso. Después me enteré de que habían visto a Mariela besando al destinatario de la misiva. Eso fue más que suficiente para mí; comencé a verlo todo más claro. Ese mismo día le dije a mi mujer que deseaba separarme; comunicándole que sabía lo de su amante. Confieso que me cuidé de revelar mis infidelidades. No puedo recordar bien qué me contestó Mariela después de que le dije que quería divorciarme. He sepultado estos recuerdos: lo cierto es que de manera rápida decidimos separarnos. En apenas cuatro meses ya estaba divorciado legalmente. Se quedó con Andresito viviendo en nuestro departamento y yo me fui a vivir al bulín de un amigo mío, a los pocos meses pude comprar un departamento mucho más confortable.

—Después de que te separaste, supongo que no te habrás aburrido nada, ¿seguiste saliendo con tus anteriores amantes?

—Vas a creer que te estoy mintiendo, la verdad es que no recuerdo bien lo que hice en los primeros días, tengo como un vacío en mi memoria. Creo que me abrí de todo, no salí con nadie, sólo con mi hijo a quien me dediqué intensamente; no solamente por él —una separación siempre es dura para los chicos—, sino porque me hacía mucho bien su compañía en esas circunstancias. Fui a Córdoba en moto, trabajé duro... ahora pienso que a modo de escapismo. Estuve lamiéndome las heridas, después tuve varias relaciones, como ya te lo comentara, pero ninguna duró más de seis meses.

—No perdiste el tiempo, por más que ahora sugieras que sufriste como un crucificado. Y con tu ex, ¿cómo te llevabas?

—Jamás le hice un reproche, pero lo sucedido nos separaba como una pared, nuestra relación actual es buena. Después de todo no estaba obligada a quererme. En esos momentos me sentí una víctima, pero con el tiempo fui viendo las cosas más objetivamente.

—¿Me estás jodiendo?, ¡si te recontracagó! Hablemos sin eufemismos. ¡Lo que pasa es que vos también eras un flor de hijo de puta.

—No era ningún santo, es verdad. Mi machismo pelotudo me impulsaba a creer que yo tenía más derecho que ella. Lo cierto es que nuestro matrimonio naufragó.

—No sé cómo podés hablar bien de una mina que te hizo mierda tan alevosamente. Parece que los hombres cuanto más maltratados son, mejor reaccionan. Tengo mucho que aprender. ¿Nunca se te pasó por la cabeza volver a estar con ella?

—Un amigo me comentó que Mariela estaba dispuesta. Ni lo quise considerar; nuestro vínculo estaba contaminado sin remedio. Si Mariela me hubiera pedido perdón de verdad, demostrando su arrepentimiento, habría intentado salvar nuestro matrimonio —no por flexibilidad que mucha no tenía sino porque realmente la amaba mucho—. Nunca me hizo un planteo semejante.

—¿Cómo está ella ahora? ¿Le ha ido bien?

—Aparentemente de maravillas, está bien posicionada en su carrera diplomática, tiene un cargo muy importante en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Hizo pareja con un próspero importador de maquinaria fabril. No ha tenido aún otros hijos, supongo que es feliz, eso es lo que escuché que Andrés les decía a sus primos. Es una etapa pasada que no merece mi atención, trato de no guardar rencor porque si continuara envenenado, la única víctima sería yo. Por otra parte, no estoy libre de culpa; también he cometido muchos errores.

—No hace falta que lo aclares, sos más peligroso que Hitler en una sinagoga. No sé cómo me arriesgo a quedarme a solas con vos.

— Como estás de novia te sentís segura de que no darás un paso en falso. A propósito, nunca me hablaste de Julio, ¿estás enamorada de él?

—Quedamos en que hablaríamos solamente de vos.

—Lo que íbamos a dejar para otra oportunidad era el tema del abandono de tu papá; de Julio no se habló nunca. Repito: ¿estás enamorada de él?

—Si tengo novio por algo habrá de ser, no quiero hablar de cosas tan íntimas. Es un vínculo que está vigente.

—Sin embargo, creo que es tu pasado lo que determina la forma en que estás actuando ahora, especialmente conmigo. Reconocelo, Clara, entre nosotros hay una atracción muy grande; si no fuera así no estaríamos hablando de este modo y no me mirarías con tanta ternura ni yo a vos. Apenas me acerco te ponés nerviosa, no lo podés ocultar, ¿por qué no te dejás llevar? Quisiera abrazarte suavemente, acercate un poquito... ¿te animás?

—Ni se te ocurra...

—Estás rígida como una estaca, olvidate de lo que te dije, me parece que esa bronca que tenés hacia los hombres te hace huir de los que considerás peligrosos. ¿Me equivoco?

—No tenés vergüenza, Pedro. Te estás olvidando de que me destruiste cuando era una pendeja ingenua, tardé años en recuperarme. Vos mismo reconocés que siempre has sido infiel, ¿cómo podría confiar en vos?

— No me rechaces, Clara. Si me quisieras un poco, tal vez valdría la pena correr algún riesgo.

Clara seguía enojada. Con tono categórico dijo:

—¡Mirá quién habla! Vos los corriste sin medir consecuencias, así te fue.

—No te confundas, Clara, podré ser desconfiado por todo lo que me pasó, eso lo reconozco, pero jamás haría lo que vos hacés. Nunca estaría al lado de alguien a quien no amara, sólo por tener confianza en su fidelidad.

— La puta madre, ¡me ofendés diciéndome eso! ¡¿Qué carajo te pensás que soy?! Si ni conocés a mi novio ni tampoco sabés cómo es nuestra relación, ¿cómo te atrevés a calificarla? No tiene nada de malo que tenga confianza en él. Es muy bueno conmigo, afectuoso, un magnífico compañero, mucho mejor que vos, te lo aseguro.

—Cada vez que escucho a una mujer decir que un hombre es bueno, inevitablemente pienso que no lo ama.

—No seas soberbio, Pedro. Vos creés que te las sabés todas y así te ha ido. Tus cuernos no te dejan pasar por la puerta. Sería mejor que aprendieras un poco de Julio, que es más respetuoso y mucho más hombre que vos.

—No soporto más que me ofendas, no sabés mentir. Si estás tan segura, ¿por qué estás llorando? No podés seguir reprimiendo tus sentimientos: seré un hijo de puta pero sabés que te quiero bien, no te estoy ocultando nada, estoy seguro de que vos también me querés. Cuando tuvimos nuestro primer encuentro yo tenía veinticinco años. Entraste sola en mi cuarto, estabas dispuesta a todo, ¿qué pretendías que hiciera? Si te hubiera rechazado ahora estarías llena de odio hacia mí. Estoy harto de que siempre terminemos a las trompadas. En adelante sólo hablaré con vos de nuestro negocio, no permitiré que me vuelvas a faltar el respeto. No me jodas más, estás totalmente desequilibrada.

—No pienso contestar tus ofensas y quede claro que no estoy obligada a darte ninguna explicación acerca de mi vida privada. Ya que tanto querés perderme de vista me voy a casa. Cuando tengas novedades del tema de los abuelos, avisame. Chau.

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Fecha de publicaciónSeptiembre 2012
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