El martes 25 de mayo, a las once de la mañana, era el día de la independencia de la Argentina y también el cumpleaños de Clara. Angelina descubrió que alguien había pasado un sobre de Pedro por debajo de la puerta. Estaba dirigido a su nieta. Golpeó la puerta de su cuarto, le deseó feliz aniversario con un cariñoso abrazo y luego de efusivos buenos deseos, le dijo:
—Pedro te hizo llegar este sobre, está cerrado.
—Gracias, abuela, ¿me podrías alcanzar el cortaplumas que está sobre el escritorio? Muchas gracias, veamos qué hay aquí, ¿una carta? Qué raro, ¡ah! Mirá vos...
—¿Algún problema, querida? Te veo como preocupada. ¿Es una mala noticia?
—No te preocupes, abuela. Es información de Pedro referente al negocio que estamos haciendo con La Campana Mágica. Voy a leerlo ahora por si tiene algo importante:
Querida Clara, muy feliz cumpleaños; no es poca cosa cumplir los veintinueve. Quisiera haberte entregado la carta personalmente pero creo que me habrías tratado mal, aún sabiendo que te quiero mucho y que deseo para vos lo mejor. No pude resistir la tentación de escribirte unas líneas para comentarte que en nuestro último encuentro sentí que podía leer en tu interior con facilidad como se lee en un libro abierto. No me sentí un intruso porque me pareció que sin que te dieras cuenta, me invitaste a conocer tus secretos. Sentí que me suplicaste con una voz sólo audible para mí, que compartiera tus más recurrentes sueños y de alguna manera, me parece, me rogaste que te diera consuelo. Por eso, por un instante, sentí que me transformaba en un privilegiado confidente de tus escondidos mensajes, creí poder descifrarlos. Quizás me esté engañando, pero, como siempre, dejaré fluir hacia vos mis pensamientos sin especulación alguna. Si me equivoco, no importa. Considerame un predicador sin rumbo, una voz indigna de ser escuchada, un creador de palabras vacías, pero no lo olvides, no dejes de valorar que soy sincero. Por eso, si tuviera que pedirte algo, sería que no aseguraras con tanta firmeza que los fantasmas del pasado no te acechan; ellos existen, han protagonizado muchas de tus pesadillas, han sido causa de tus más recurrentes temores nocturnos, han empalidecido tus romances y tus sueños más gratos. Tal vez no los recuerdes o prefieras olvidarlos, pero creo que te acompañarán siempre si no volvés sobre tus pasos y mirás, despojándote de pasiones, sin rencores que te invadan, como quien mira un cuadro, todo aquello que te daña y que tal vez, sólo tal vez, no sea tan malo. El dolor que estás sufriendo es como un perro rabioso que te devorará las entrañas hasta que dejes de ignorarlo; no lo podrás borrar de tu vida porque aunque sea casi invisible a tu conciencia es parte de tus sentimientos. Sólo te puede salvar traerlo a la superficie y ponerlo ante tus ojos sin vestimenta. Querida amiga, no es imposible que encuentres perlas en el cieno; en la misericordia puede estar tu salvación; no te llenes de ira; necesitás seguir caminando sin llevar sobre tus hombros tan insoportable peso. Recordá que el mundo no es malo, tampoco bueno, no existe una conciencia universal —no lo sufras, no lo odies, sólo tratá de comprenderlo—. Que tengas un muy feliz cumple. Te quiere mucho, Pedro.
Clara mantuvo la carta sobre sus manos, como quien cuida un objeto muy valioso. De súbito, comenzó a llorar en forma indetenible. Sus lágrimas humedecieron la hoja que contenía el mensaje, leves convulsiones la agitaron...
Copyright © | Ricardo Ludovico Gulminelli, 2012 |
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Por el mismo autor | |
Fecha de publicación | Septiembre 2012 |
Colección | Narrativas globales |
Permalink | https://badosa.com/n375-11 |
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