El miércoles 14 de julio, Pedro Mazzini recibió una llamada telefónica de Clara.
—Hola, ¿cómo estás Clara? Me enteré por el diario, lo lamento, espero que Paolo haya tenido una muerte tranquila...
—Se fue como un angelito, Pedro, con una sonrisa de paz en los labios. No tenía sentido que siguiera viviendo así, hasta Angelina está más relajada, no soportaba más tanta tensión. Mañana se va a Cura Brochero a vivir con la hermana. El cuerpo será incinerado inmediatamente, no habrá ningún tipo de velatorio, como el abuelo lo había pedido.
—Me parece lo mejor: eso de guardar los cadáveres me parece horroroso, es como impedirles que vuelvan a formar parte de la naturaleza.
La muchacha siguió hablando con tono afectuoso:
—Bueno, llamaré al Zaragozano para decírselo. Extraño mucho nuestros encuentros, más de lo que hubiera imaginado. Espero que estés mejor porque la última vez estabas muy deprimido, nunca te había visto así. Me dolió mucho.
—Me duró apenas un día, Clara. Ahora estoy mucho mejor, no te hagas problema. Es natural que de vez en cuando nos aplaste un poco el universo; es cuestión de que nos pongamos las pilas para salir a flote, no es tan difícil.
—¿Fuiste a buscar consuelo femenino? Me pareció que lo necesitabas.
—La verdad es que sí. Llamé a una antigua amiga, pasé la noche con ella, recordamos viejos tiempos, vimos fotografías de amigos en común, fue muy agradable viajar un poco por el pasado. Ella también tiene sus problemas, pobre, le ha pasado de todo, su entereza me sirvió de ejemplo.
Clara acotó:
—Te estás liberando de mí, me olvidarás por completo. Reconozco que te traté muy mal, tenés razón en estar dolido. Nunca debí actuar de ese modo, lo que sucede es que no podía contenerme; de algunos temas no podía hablar.
—¿Y ahora podés, Clara? Podría preguntarte si te vas a casar con Julio...
—Me estás jugando sucio, Pedro. Me pedís demasiado, no me apresures. Vos pretendés que actúe como si en mi vida no hubiera pasado nada. No podría ir contra mis principios, ni ser desagradecida con quien me ha ayudado tanto. Si lo hiciera, me sentiría mucho peor. El tiempo me dirá cómo debo actuar.
—Bueno, Clara, entonces hablemos de negocios.
—No me digas eso, me hacés sentir mal. La verdad es que me gustaría verte, sólo unos pocos minutos... me pone contenta estar con vos, nunca más te voy a tratar mal, te lo juro, ¿podríamos hacer la prueba una vez más? Me da lástima que cortemos nuestra relación.
—¿De qué relación me estás hablando, si ni siquiera te toqué el pelo? Sólo hemos dialogado un poco pero nos falta lo más importante, lo que vale más que un millón de palabras: una caricia, un beso, un abrazo, la intimidad, que llores en mi hombro o yo en el tuyo, ¿por qué no?
—¡Ay, Pedro! Si pudieras ser más paciente, ¿por qué tiene que ser todo o nada? Sos malísimo, me ponés en una situación sin retorno. No sé qué pasará mañana, no me apresures.
—Es lo último que querría, Clara. Deseo que seas feliz. Perdoname por ser tan insistente, no sé cómo me atrevo a ser tan cargoso cuando para mí es básico que debo respetar tu voluntad. Si querés el mes que viene, nos encontramos en el café de la plaza a contarnos novedades, ¿qué te parece? Yo te llamo para que nos pongamos de acuerdo en el día y en la hora, ¿estás de acuerdo?
—¡Hecho! Agendalo, no te vayas a olvidar.
—Me están llamando por la otra línea, Clara. Es un tema urgente, debo colgar el teléfono. Pasala bien; nos vemos dentro de unos días.
—Hasta el mes que viene, Pedro, te quiero... —perdón—, te aprecio mucho...
Copyright © | Ricardo Ludovico Gulminelli, 2012 |
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Por el mismo autor | |
Fecha de publicación | Noviembre 2012 |
Colección | Narrativas globales |
Permalink | https://badosa.com/n375-16 |
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