El lunes 18 de octubre a las dieciocho, Clara llamó angustiada al Zaragozano. Los acontecimientos se precipitaban. Muy nerviosa, dijo:
—¡Ay, Humberto! Tengo un miedo bárbaro, le llegó una citación a mi abuela para que se presente a una audiencia en el juzgado para el miércoles 20 de octubre a las nueve. Dice que no vendrá a Buenos Aires, que no soportaría más presiones. Quiere olvidarse de todo lo sucedido; para ella es una pesadilla, me dijo que si es necesario me puede dar un poder o una autorización, lo que necesite. ¿Qué carajo puedo hacer, Zaragozano?
—Os lo diré sin tapujos, chavala. Colijo que deberíais concurrir a la audiencia, aunque no os plazca hacerlo. Es lo más conveniente, creédmelo. Estoy barruntando que la ausencia de Angelina, podría generar algunas suspicacias que no nos favorecerían. Si nadie se presenta por ella, se podría debilitar nuestra posición, la cual deseo consolidar con firmeza, sin vacilaciones ni pasos en falso. ¿Me entendéis, pequeña?
—Sí, vos lo decís muy fácil pero me hago encima del miedo que tengo. ¿Qué digo si me llegan a preguntar algo? A ver si me equivoco y quedo pegada.
—No os deberíais sentir tan asustada, muchachita. ¿Dónde coño se encuentra vuestro firme carácter? Poned los ovarios sobre la mesa, chavala, ya que huevos no tenéis. No estoy dispuesto a soportar endebleces ni a llevar lastres sobre mi espalda, que necesito colaboración y apoyo, ¡joder! Despertad, amiga mía, ¿o es que necesitáis que este zaragozano os cachetee para que lo hagáis? Os lo digo con sinceridad, Clara, no seáis tan pusilánime, me desilusionáis. ¿Cómo debo explicaros que no debéis temer? Le he dicho lo mismo a Pedro que como vos estuvo a punto de ensuciar sus calzoncillos y no de polvo, os lo aseguro. En tu caso resulta más obvio que nadie te puede acusar de nada. No sé de qué hostia os preocupáis, ¿no has pensado acaso que no tenéis relación alguna con la operatoria de La Campana Mágica? Razonad por un instante, mi niña: esta sociedad ha vendido dos valiosos inmuebles con la sola intervención de tu difunto abuelo. Vos ni siquiera habéis asomado la nariz. ¿Por qué puta razón suponéis que el juez podría acusaros? ¿Creéis por ventura que alguien puede seriamente imputaros algo con relación a dichas ventas? Descartadlo, os lo aseguro. ¿Por qué podría alguien aducir que sois responsable?, ¿sólo por el parentesco de nieta? El enredo es bastante simple, ni siquiera tu abuela tiene responsabilidad, al menos no de tipo penal. A lo sumo, el juez podría presuponer que por ser los bienes gananciales, ella se embuchó la mitad del dinero que retiró del banco Paolo. No olvidéis que según los registros bancarios, tu abuelo se puso al bolsillo los duros que se depositaron en concepto de precio de las compras de los dos inmuebles de La Campana Mágica. Pero aún así, tranquilizaos, princesa. No le pueden probar a vuestra abuela que ella sabía de la maniobra que realizó Paolo y menos que se haya quedado con alguna moneda. No existe prueba alguna que lo acredite. En consecuencia, si la situación de Angelina es tan favorable, ¿cómo creéis que la tuya pueda ser complicada? No tengáis temor alguno, Clara, perfectamente podríais hacerte la desentendida, decir que todo lo ignoráis. No veo cómo podrían probar que obrasteis dolosamente.
—¡Qué alivio, Zaragozano! Entonces, ¿pensás que citan a la abuela para ver qué es lo que conoce del tema? Yo no sé cómo actuar, supongo que me tengo que hacer la tonta.
—Escuchadme atentamente, Clara. Debéis decir que como vuestra abuela recibió la cédula de notificación y no podía concurrir por motivos de salud, que os ha solicitado que vinierais en su lugar, que así lo habéis hecho para poner el rostro en su nombre, aún sabiendo que sin ser abogada no podríais representarla legalmente. También debéis asegurar que habéis venido para colaborar en todo lo que esté a vuestro alcance, ya que tu nona Angelina está muy mal por todo lo que ha sucedido y por encontrarse en la mayor miseria y que si no fuera por la beneficencia de la hermana, estaría directamente en la calle. ¿Me habéis entendido? Os conseguiré un certificado médico que avale vuestra versión; despreocuparos.
—Vos la hacés muy fácil porque tenés experiencia, Zaragozano, pero para mí todo esto es algo nuevo. No estoy acostumbrada a estar bajo la mirada de un juez que piensa que somos delincuentes. No quisiera achicarme, decir alguna boludez sin retorno.
—No lo haréis, mi ansiosa amiga. Debéis pensar mucho en esto, os debéis preparar para que ninguna manifestación tuya sea nociva para nuestros intereses. ¿Habéis comprendido, mi pequeña? Os limitaréis a decir que Angelina no se explica qué hizo Paolo con el dinero, que sabéis que quería pagarle a algunos acreedores que eran viejos amigos, que esa era su obsesión, que estáis segura de que nunca salió de la miseria. Diréis que estaba padeciendo grandes dolores desde que cerró la sociedad, que gastó todo su dinero para atender una enfermedad terminal que le afectaba el entendimiento. Yo te explicaré cada uno de los detalles de la situación para que estéis preparada a explicarlos todos pormenorizadamente. ¿Me habéis comprendido? Tenedlo en claro, si flojeáis ahora, nos condenaréis a la perdición. No quiero ni imaginar que seríais capaz de tal actitud. ¿Lo tenéis bien claro, chavala?
—Seguiré tus instrucciones, Zaragozano. Nos vemos...
Copyright © | Ricardo Ludovico Gulminelli, 2012 |
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Fecha de publicación | Diciembre 2012 |
Colección | Narrativas globales |
Permalink | https://badosa.com/n375-20 |
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