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La Campana Mágica S.A.

Capítulo XXVI

Clara y el Zaragozano, después del secuestro de Pedro

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaEn un pequeño y acogedor barcito de la calle Jorge Luis Borges, frente a la plaza Serrano

Clara escuchó por la radio que en horas de la madrugada, había sido violentamente secuestrado el Dr. Pedro Mazzini. Quedó paralizada algunos segundos, incapaz de pronunciar palabra alguna. Sintió náuseas, perdió el equilibrio. Apenas se recuperó un poco, llamó por teléfono a Humberto Marcel. Con un ostensible tartamudeo, dijo:

—¡Di... Dios mío, Zaragozano! Es... Estoy desesperada, por favor, de... decime: ¿es verdad que secuestraron a Pedro?

Le respondió una voz ronca, apagada y quejumbrosa que no parecía ser la del Zaragozano:

—Es cierto, Clara. Me he enterado hace pocos minutos. Ha sido en la puerta de su edificio. La escena fue filmada por una cámara de video situada en el exterior de la entrada. El pobre ha sido muy mal tratado... Espero que siga con vida.

—¿Qué estás diciendo, Zaragozano? ¿Qué le hicieron, a Pedrito?

—Un delincuente... podéis apostar a que era un emisario de Magaliños, le tajeó el cuello. Lo que es peor, le propinó un violentísimo golpe en la nuca con una cachiporra. El portero me ha dicho que fue un impacto impresionante. Mi muchacho... debe tener el cráneo partido.

—¡Ay, pobrecito! ¡Cómo estará sufriendo! ¿Qué podemos hacer, Zaragozano?, ¿qué hacemos para ayudarlo? No podemos quedarnos esperando a ver qué pasa, ¿hiciste la denuncia a la policía?

—Podéis estar segura de que he puesto en marcha todo lo que fue posible. Me he comunicado de inmediato con un íntimo amigo de la infancia, el comisario general José Barrientos. Conoce a Pedro desde que era apenas un adolescente. Sabe que quiero a este rapaz como si fuera mi hijo, me debe favores que cambiaron su vida para siempre... Podéis estar segura de que hará todo lo que esté a su alcance para ayudarnos a rescatarlo.

—¿En qué puedo colaborar, Zaragozano? ¡Decime que puedo hacer! ¿No tenemos ninguna pista? ¿Podemos ubicar a este hijo de puta utilizando la grabación que mencionaste?

—De eso se está ocupando la policía en este momento, Clara. Mi amigo asignó el caso a un grupo de investigadores bajo las órdenes de un oficial joven con mucho futuro en la Policía de la Provincia, el teniente Gonzalo Torres. También están investigando a Magaliños, sus antecedentes, su posible relación con el maleante que atacó a Pedro. Como lo podréis imaginar, ardo en deseos de atrapar a ese truhán de Magaliños, torturarlo hasta que confiese el paradero del muchacho. Podéis estar segura de que si no tenemos rápido noticias, es justamente lo que haré.

—Yo le apretaría las pelotas hasta que confiese, Zaragozano, no se merece otra cosa este hijo de mil putas. Tiene que haber sido él. No puede ser tanta casualidad, ¿no te parece?

—No creo en las casualidades, mi querida amiga. Tampoco puedo estar seguro de que Magaliños es el culpable. Por el momento, dejaremos que la policía se ocupe. Esperemos un poco. Si veo que no se comunica nadie conmigo, tomaré participación directa. No seré un mero espectador, tenedlo por seguro.

—¿Qué querés decir? Que van a pedir rescate, me imagino. Es lo que debería pasar. Andá a saber lo que van a pedir estos turros.

—Imagino que muchos duros, Clara. Ellos saben muy bien que nuestra operatoria ha sido exitosa, que hay mucho dinero en juego.

—Habrá que poner lo que pidan, aunque perdamos todo. Manteneme informada, por favor. ¿Dónde está el hijo de Pedro?, ¿lo está cuidando la madre?

—Todo está en orden, no os preocupéis. Por ese lado ya se han tomado todos los recaudos. Al niño le han dicho que Pedro se ha ido de viaje por unos días.

—Me preocupa la salud de Pedro, Zaragozano. Si es cierto que lo golpearon tan fuerte en la cabeza debe estar delicado.

—Imagino que si quieren cobrar un rescate tratarán de mantenerlo con vida. Tranquilizaos. Aguardad los acontecimientos, Clara.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 2012
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Fecha de publicaciónFebrero 2013
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