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La Campana Mágica S.A.

Capítulo XXVII

El Zaragozano amenaza a Magaliños

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaEn un pequeño y acogedor barcito de la calle Jorge Luis Borges, frente a la plaza Serrano

Apenas se enteró del secuestro de Pedro, el Zaragozano llamó a quien consideraba responsable de la dramática situación.

—Magaliños, os habla el Zaragozano. Escuchadme bien. Seré muy breve. Prestadme atención porque no os lo repetiré.

—Antes de que hable, le aclaro que no tiene derecho a hablarme con ese tono amenazador, no me dejaré amedrentar por usted, Zaragozano. ¿Qué carajo quiere de mí? Jamás logrará que deje de cumplir mis deberes como síndico. Si desea pedirme algo, presente un escrito en el juzgado. Nunca más hablaré con usted.

—Sé que estáis involucrado en el secuestro de mi ahijado. Si no me lo devolvéis sano y salvo inmediatamente, vuestra vida no valdrá nada.

—¿Me está amenazando? No tengo nada que ver con ningún secuestro. ¿De qué me está acusando?

—Si ahora no dais marcha atrás, lo mejor que os podrá pasar será ir preso.

—Espere, usted ha perdido la razón. ¿Por qué tendría que ir a prisión? No he cometido ningún acto ilícito.

—Si evitarais ir a la cárcel, no dejaré que os alegréis. Pagaréis vuestros errores. Podéis tener acceso a mi originario ofrecimiento, sólo si Pedro está conmigo antes de que transcurran tres horas. Pensadlo: es vuestra última chance.

—No puedo hablar de estos temas por teléfono, usted lo sabe bien, Zaragozano. Si fuera verdad que el doctor Mazzini ha sido raptado, seguramente los secuestradores sabrán que ustedes se han quedado con dos inmuebles que valen muchos millones de dólares. ¿Cree que gente así se conformaría con monedas?

—Ya veo. Vuestras pretensiones han aumentado. Creéis que tenéis la sartén por el mango. Sois un iluso, mi rapiñero síndico.

—¿Usted cree que soy estúpido? He tomado medidas para estar seguro de que no atentará contra mi vida. Estoy molesto. ¿Acaso no es usted el delincuente?

—Pedro es para mí como un hijo. Si lo ignorarais, os costaría caro en exceso. Habéis llegado demasiado lejos. Habéis ingresado imprudente en un campo minado, hiriendo a la persona que más estimo en este mundo. No tenéis idea de lo que eso habrá de significar para vos. Sólo mantendré la oferta que os he comunicado en nuestra última reunión. Vuestra respuesta positiva debe ser inmediata, ¿habéis entendido esto?

—¿Por qué no se va a la mierda, Zaragozano? Estoy cansado de que me trate como a un delincuente cuando en realidad, los que han realizado maniobras defraudatorias han sido usted y su protegido. No hice nada ilegal, ni perjudiqué a nadie. Sus acusaciones son absurdas. No tiene prueba alguna en mi contra. Si Pedro Mazzini ha desaparecido algo habrá hecho. No admitiré que me siga presionando. Usted alardea de tomar represalias. No tiene ni la más mínima idea de qué tipo de gente me brinda apoyo. Mejor que no se haga el héroe porque terminará en una cajita.

—Como lo prefiráis, mi ávido síndico. Tendréis que ateneros a las consecuencias.

—¿Quién le dijo que tengo algo que ver con el secuestro de su ahijado? Ni siquiera sabía que el doctor Mazzini había desaparecido. ¿Con quién cree que está hablando?

—No os hagáis el inocente, despreciable extorsionador y secuestrador, fatuo mal nacido. Os ha llegado la hora de rendir cuentas. Si me devolvéis a Pedro saldréis ganancioso; no lo dudéis.

—Se lo reitero, Zaragozano. No hice nada que me incrimine. ¿Qué quiere que le diga? No puedo seguir dialogando con usted en estas condiciones. Se lo repito: váyase al carajo.

No me importa si estáis grabando esta conversación telefónica. Os he llamado para deciros que vuestra suerte está echada. No tendréis salida.

—Ya se lo he dicho: no tengo nada que ver. Me ofende con sus acusaciones. Haga lo que quiera. No autoricé ninguna agresión, no es mi estilo, lo juro. Existe mucha gente loca, hay muchas personas resentidas, usted lo sabe, Zaragozano.

—Tiene tres horas, Magaliños. Si no está Pedro conmigo una vez transcurridas, tocaré a vuestra puerta y os pediré que rindáis cuentas.

—No se agrande, Marcel. Usted se cree importante y muy valiente. En realidad es un perejil. Todavía sigue creyendo en los peces de colores. Si intenta tocarme una pestaña, le garantizo que le va a salir muy mal. No me joda más. Váyase a la puta madre que lo parió, gallego de mierda.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 2012
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Fecha de publicaciónMarzo 2013
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