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La Campana Mágica S.A.

Capítulo XXXII

El destino del secuestrador

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaEn un pequeño y acogedor barcito de la calle Jorge Luis Borges, frente a la plaza Serrano

Alberto García, el feroz agresor de Pedro, fue derivado al Hospital Alejandro Posadas de Haedo, uno de los pocos centros de salud del conurbano bonaerense con infraestructura adecuada para atender heridos de extrema gravedad. Pese a la difícil situación general del país, el establecimiento cumplíauna difícil y valiosa función pública.

A las veintitrés y cincuenta minutos del martes 30 de noviembre, la actividad en el establecimiento era casi nula. En una solitaria sala de cuidados intensivos del segundo piso, se encontraba Alberto García, sumamente sedado. Apenas tenía conciencia. Para mitigar su dolor le habían aplicado analgésicos con holgura. Dos hombres fornidos que llevaban un delantal blanco abrieron silenciosos la puerta de acceso, aprovechando la ausencia temporaria de la enfermera a cargo. Uno llevaba en su mano un revólver Magnum 44; el otro, una pistola automática de nueve milímetros. El más joven, un sujeto de aproximadamente treinta y cinco años, se quedó vigilando la entrada mientras que el otro, un sexagenario de pelo blanco, se acercó lentamente al malherido agresor. Cuando estuvo a su lado, le dijo:

—Buenas noches, García. Veo que se encuentra un poco mejor. Soy el doctor López. Hoy estaré de guardia cuidándolo. Vengo a darle una inyección que le calmará el dolor. No se preocupe, relájese mi amigo, que esto lo hará sentir muy bien.

A continuación, insertó la aguja de una jeringa en el orificio del sistema de perfusión y le inyectó una dosis mortal. La droga había sido proporcionada por uno de los tantos farmacéuticos que colaboraban con Gandulco para abastecer su red de distribución de estupefacientes. La inyección estaba compuesta por tres fármacos, cada uno de ellos en dosis letales para asegurar una muerte rápida. El desenlace fue veloz, la elevación brusca y marcada del nivel de potasio detuvo el ritmo cardíaco. Cuando treinta minutos después el médico de guardia constató su deceso, no se sorprendió para nada ya que el desenlace parecía natural. Ningún elemento estaba fuera de su sitio, no vio señal alguna de agresión externa, la muerte parecía ser la consecuencia lógica de los serios traumatismos que había sufrido el paciente en la parte posterior de su cabeza.

A la una de la mañana del miércoles primero de diciembre, la negra Mabel Suárez, estaba por tomar un ómnibus en la estación terminal de Retiro de la ciudad de Buenos Aires. Sabía que sicarios de Gandulco la estaban buscando. Había recibido la llamada de un vecino en su celular que le había informado con detalles la presencia en su casa de gente que trabajaba para el narcotraficante. La situación era clara. Ni siquiera se atrevió a ir al hospital de Haedo a visitar a su agónico compañero. Sabía que la estarían acechando; por eso, se limitó a poner en conocimiento de la situación al hermano de su concubino pidiéndole que tomara precauciones para que nadie atentara contra su vida. Ya era demasiado tarde. A esa altura de los acontecimientos su pareja de tantos años yacía en la morgue. Con premura, compró un billete para la ciudad de Córdoba pensando que en una capital de más de un millón y medio de habitantes sería más difícil hallarla. Se encontraba en el andén cuando vio que a pocos metros estaba arribando el colectivo que la transportaría hacia la salvación. Sonrió levemente pese a los trágicos momentos que estaba viviendo, valorizando que tenía la oportunidad de seguir respirando un tiempo más. Ese fue su último pensamiento: de súbito, un dolor profundo le hizo comprender que su espalda estaba siendo atravesada por un objeto punzante, afilado, exactamente a la altura de su corazón. Su visión se apagó; nadie alcanzó a advertir que su atacante la acomodaba en un banco de cemento para crear la apariencia de que estaba meramente dormida.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 2012
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Fecha de publicaciónAbril 2013
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