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La Campana Mágica S.A.

Capítulo XXXXIII

El negocio se terminó

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaEn un pequeño y acogedor barcito de la calle Jorge Luis Borges, frente a la plaza Serrano

El lunes 28 de febrero a las nueve de la noche, se encontraron los tres amigos en el confortable departamento de Pedro, empanadas y vino mediante. Él y Clara habían llegado de Francia 48 horas antes. Las escrituras de los inmuebles que fueran propiedad de La Campana Mágica S.A. se habían suscripto satisfactoriamente. Muchas e importantes novedades se habían producido respecto de la situación de los narcotraficantes. Los socios tendrían muchos temas para dialogar. Se abrazaron con afecto, emocionados por el encuentro. Se sentaron alrededor de una pequeña mesa redonda, en un rincón del living. La luz era tenue, una agradable música coral los arrullaba. Humberto Marcel comenzó su discurso:

—¡No imagináis cuán feliz me siento de veros nuevamente! Podéis creerme, os he extrañado mucho. Por aquí las cosas han sido muy duras, pero no os preocupéis: creo que hemos salido de las tinieblas.

Pedro dijo:

—Ya nos contaste por teléfono que los alemanes pagaron hasta el último céntimo.

Humberto Martel sonrió, diciendo:

—Recordad que he depositado dinero en vuestra cuenta bancaria, ahijado mío. La operación está blanqueada para vos, ya que aparecéis como adquirente junto conmigo. No tendréis que ocultarlo en vuestras declaraciones impositivas. Os daré una mano para emprolijarlas. Tenéis un millón cuatrocientos mil dólares en vuestra cuenta. He retenido los cien mil que faltan para cubrir vuestra parte proporcional en todos los gastos que hemos debido afrontar para garantizar nuestra seguridad.. A Clara no le he retenido nada, Pedro. Me he tomado el atrevimiento de decidir que su parte la soportemos nosotros. Es un pequeño presente para nuestra bella mozuela; sé que estaréis de acuerdo.

Clara agradeció diciendo:

—Muchas gracias, Zaragozano. Sé que pusiste mis dólares en una caja bancaria de seguridad.

El Zaragozano respondió rápido:

—Así es, compañera: he dado mi consentimiento para que pase a ser de tu titularidad exclusiva. Si mañana me acompañáis, haremos juntos el trámite. Creo que es la mejor forma de tener seguro el efectivo. No lo olvidéis, se trata de medio millón de dólares, bien ganados los tenéis.

Clara tomó la mano de Humberto Marcel y acotó:

—No me puedo olvidar de la angustia que pasamos en Panaholma. Tengo pesadillas dos o tres noches por semana. Preguntale a Pedro: el pobre ha tenido que soportar mis crisis de llanto. Espero que la situación haya mejorado.

Humberto Marcel sacó del bolsillo interior de su saco varias páginas de diario cuidadosamente dobladas y expresó categórico:

—Gandulco ha sido ajusticiado por sus propios socios. Lo degollaron en su vivienda. Su trono era muy codiciado. Otro capo lo está ocupando ahora. El narcotráfico sigue funcionando bajo un nuevo liderazgo. La misma mierda con distinto olor, mis camaradas. Nada ha cambiado para nuestra comunidad, pero vosotros sentiréis que es un mundo totalmente diferente: ya no nos quieren asesinar.

Pedro comentó:

—Me dijeron que alguien robó la droga que estaba secuestrada en el juzgado federal de San Francisco y que la arrojaron al río. Escuché que hubo varias muertes.

El Zaragozano asintió diciendo:

—Os habéis informado bien, chaval. El cartel de Mazacate se quedó sin su cocaína. Gandulco no pudo cancelar la deuda que tenía con sus socios mejicanos. Terminó pagando con su propia vida. Era de esperar que esto sucediera: todos lo abandonaron como si fuera un perro malo. Podéis estar seguros de que los políticos se acojonaron mucho; se amilanaron como pajarillos acorralados cuando se publicó que se había destruido la droga. Si leéis estos diarios, veréis que muchos nombres conocidos salieron a la palestra. Estos truhanes sólo pensaron en su pellejo. Hubo un reacomodamiento general en el territorio de Gandulco. ¿Pensáis que algo ha cambiado? Si así lo creyeráis os equivocaríais; todo está como antes, chavales míos. La organización funciona a pleno. Han cambiado algunos lugartenientes pero en lo básico, subsiste la estructura criminal. Los policías que protegían a Gandulco han hecho buenas migas con quien lo ha sucedido en el poder mafioso. En apariencia se produjo un gigantesco cambio. En los hechos, todo ha seguido igual. Es el mundo que nos ha tocado vivir, mis queridos. Por fortuna no somos más el blanco móvil de la mafia. La bonaerense se ha reacomodado. Pasado el momento de peligro, todos han privilegiado la seguridad: ningún policía quiere correr riesgos y los narcotraficantes han jurado enfáticamente no matar policías. Por un tiempo, habrá paz pero bien sabéis que siempre tendremos que estar atentos.

Pedro presentía que había algo que el Zaragozano ocultaba. Preguntó:

—Decime la verdad, padrino: ¿se supo quiénes robaron la cocaína?, ¿no tuviste nada que ver con ese operativo?

—Nada. Podéis estar seguro de ello, ahijado mío. Quién sabe quiénes han sido los justicieros que arrojaron ese veneno a las aguas. Gandulco tenía muchos enemigos. Lo cierto es que nos han hecho un gran favor, no os quepa duda alguna. A partir del robo de la droga todo comenzó a cambiar. El gobierno tuvo que reaccionar rápido para no quedar mal ante la opinión pública; los políticos tuvieron que reacomodarse, adoptar posturas agresivas en contra de Gandulco; los policías que colaboraban con él tuvieron que dar un paso atrás y pedir perdón, se comprometieron a no agredir a la gente de la bonaerense que nos ayudó a nosotros. El comisario Barrientos, el teniente Torres y su personal allegado fueron borrados de la lista de gente buscada por la mafia. Todo parece haber vuelto a la normalidad, mis apreciados socios. Brindemos por esta buena noticia. ¿Habéis disfrutado vuestras vacaciones en Francia, Clara? ¿Os habéis vinculado bien con el hijo de Pedro?

— Maravilloso, Zaragozano, ese chico es un divino. Nos llevamos muy bien. Lo único malo fue que hacía un frío bárbaro. Nantes es una belleza, es como un gigantesco parque, estuvimos poco tiempo pero fue muy lindo.

Degustaron alegres unas sabrosas empanadas santiagueñas, recordaron anécdotas recientes, rieron de buena gana incentivados por el generoso vino... el tiempo voló. De repente se dieron cuenta de que ya eran las doce de la noche. El Zaragozano se levantó de su silla, algo mareado por el alcohol. Les dijo con voz entrecortada:

— Amigos míos, me despido de vosotros. Me habéis hecho pasar un encantador momento, os lo agradezco. Debo atender un compromiso. Como sabéis, es muy solitaria la vida de los que están a las puertas de la ancianidad. De vez en cuando debo darme algunas licencias. Alicia siempre me decía que cuando ella no estuviera tratara de ser feliz; me hizo jurar en su lecho de muerte que haría todo lo posible para lograrlo. Os lo puedo asegurar: no es que haya incumplido mi promesa. Lo que sucede es que ninguna mujer me parece valiosa en comparación con ella. Su recuerdo me sigue acompañando, a veces me parece que sigue pasando las noches conmigo. Si encuentro alguna nueva compañera, tendrá que acostumbrarse a dormir de a tres, porque Alicia nunca me abandonará. Debo retirarme, mis amigos. No os apuréis por este zaragozano.

Se dieron un afectuoso abrazo y se despidieron. Clara y Pedro quedaron solos, ambos algo alcoholizados, felices y cariñosos. Pedro habló primero:

— Te felicito, cada vez estás mejor. Hablás más suave y decís pocas malas palabras, como si nunca hubieras sido abandonada de niña, como si hubieras olvidado totalmente que te vendieron una historia falsa... que te ocultaron que tu padre te quería visitar, pintándotelo como un monstruo, ¿no tenés ganas de verlo? No te enojes...

—No tengas miedo, Pedro: las cosas han cambiado. Tengo que contarte algo: ayer tuve un encuentro con mi padre. No te lo dije antes porque me costó algunas horas asimilarlo, fue demasiado fuerte para mí. Me hizo mucho bien encontrarme con él. Se enteró de la muerte de mamá hace pocos meses. Para él fue como una segunda oportunidad de la vida. Poco antes de tu secuestro insistió en verme, al principio lo rechacé, estaba demasiado sensible. Antes de viajar a Europa lo llamé por teléfono y le dije que cuando volviera lo llamaría. Nos juntamos ayer a la tarde en un bar, lloré como una estúpida todo el tiempo. La gente creyó que estábamos peleándonos, que yo era su amante. Fue un papelón. Ahora siento que las cosas están mucho mejor.

—Me parece buenísimo, Clara. ¿Te pudiste sacar los fantasmas de encima?

—Me hizo muy bien hablar con mi viejo. No te imaginás cuánto necesitaba escuchar sus respuestas; estoy segura de que no me mintió. Él no era como yo lo imaginaba: me pareció un buen tipo, reconoció que no tuvo fuerzas para seguir luchando por mí. Su vida ha sido un suplicio por eso. Nunca pudo ser plenamente feliz, porque no fue capaz de pelear hasta el último aliento por su hija. Al ver que reconocía con tanta pena su debilidad, fue como si toda mi bronca quedara sin justificación. Me di cuenta de que él era su peor verdugo. ¿Para qué seguir castigándome con esa historia? Todos éramos víctimas. Si mi vieja hubiera sido normal, nada habría sucedido. Yo habría tenido contacto con mi padre evitándome tanto sufrimiento. Me contó que durante muchos años trató de comunicarse conmigo. Estaba en la miseria y para colmo se enfermó grave; se salvó por milagro de morir de un cáncer de colon. Permaneció en Comodoro Rivadavia solo como perro malo. Jamás pudo armar una pareja nueva, tuvo solamente amantes ocasionales. Se siente fracasado como hombre. Recién ahora tiene algunos mangos. Instaló una pequeña ferretería y al menos se puede dar algunos gustos. Vos tenías razón, era un hombre de carne y hueso. Lo vi cansado, lleno de cicatrices, con poca energía... una persona que parecía estar de vuelta de todo. El brillo de sus ojos me demostraba un gran afecto contenido, un amor indestructible, un sentimiento que me hizo emocionar hasta las lágrimas. Me sentí amada por quien yo suponía que me había despreciado; en ese momento tuve ganas de putear a mi vieja: su egoísmo me había condenado para siempre..., no sé cómo pudo ser tan cruel conmigo. Estuvimos cuatro horas charlando, tuvimos que pedir varios cafés para justificar nuestra permanencia en el bar. Pude perdonarlo. Jamás pensé que lo podría hacer, nunca creí que lo tendría enfrente mío sin odiarlo. Hablé con él comprendiéndolo, como si fuera un amigo de toda la vida. Fue increíble. Todavía hay cosas que no puedo explicar. El resultado fue bueno, estoy más liviana, puedo decir lo que siento. Te digo la verdad, Pedro: el reencuentro con mi padre, consolidó el cambio que se venía produciendo en mí. Las cosas volvían a tener sentido.

Pedro asintió con la cabeza y dijo:

—Las heridas que nos hacen en la infancia son muy dolorosas, los niños son muy sensibles y las cicatrices quedan marcadas a fuego. Es muy importante que hayas podido sobreponerte.

Clara le dio un beso en la mejilla y manifestó:

—Lo de mi padre ha sido importante, pero mucho más lo fue que lográramos estar juntos. Soy feliz a tu lado. Gracias a vos pude comprender que no amaba a Julio; estaba con él porque me daba confianza y yo era demasiado frágil como para enfrentar un fracaso sentimental. Vos me atraías de manera irresistible, pero me sentía muy poca cosa, estaba segura de que no te engancharías conmigo. No es que ahora sienta que no corro riesgos pero estoy dispuesta a enfrentarlos. Antes no me animaba, no quería salir de mi reducto, estaba convencida de que si lo hacía me devorarían, que sentiría un gran dolor.

Pedro acarició su pelo diciendo:

—La sensación de abandono ha sido tu trágica marca, tus emociones estaban directamente relacionadas con ese gran desengaño, por más que vos no lo hicieras conciente.

—Tal cual, Pedro. Parece mentira, pero durante la última hora que estuvimos charlando con papá, me la pasé tratando de convencerlo de que no se tenía que sentir tan culpable. Le dije que si no superaba ese sentimiento de culpa jamás podría volver a ser feliz. ¿Te imaginás que justo yo le haya podido decir estas cosas a mi viejo? Te aseguro que fui sincera. Lo sentí de ese modo, me di cuenta de que a los dos nos había pasado algo parecido. Yo también me sentía culpable por todo, por la infelicidad de mamá, por no haber merecido el amor de mi padre... todo era por mi culpa. Me sentía la peor persona del mundo.

Pedro tomó la mano de Clara y dijo:

—Parecés otra mujer. Poco antes de que me secuestraran advertí que estabas cambiando tu actitud. Me alegro mucho.

—Es como vos decís, Pedro. Al ver las cosas más claras, comprendí que era una estúpida. Por mi actitud cobarde te estaba perdiendo sin remedio. Lo primero que hice fue dejar a Julio. Fue demasiado brusco. No le di oportunidad de hablar mucho del tema. Le corté el rostro, tal vez demasiado cruel, pero si no actuaba así, posiblemente no hubiera encontrado el valor para dejarlo. Me volví medio loca, me desesperé, comencé a buscarte... Justo te secuestraron. Fue como si me hubieran dado un mazazo. Sentí que la vida me estaba castigando por haber sido tan estúpida. Había perdido la oportunidad de encontrar el amor... Lloré como una infeliz por los rincones, iba al hospital a cuidarte por más que no me dejaban pasar, me quedaba en la puerta como una perrita desamparada, fiel a su dueño. No te imaginás las veces que estuve cerca de vos, hasta que el Zaragozano me prohibió terminantemente que concurriera al hospital porque era muy peligroso. Me dijo que me podían secuestrar y usarme como rehén para capturarte. Por eso no seguí visitándote.

— Todos tenemos lo nuestro, Clara. A mí también me obsesionaba el fracaso que había tenido con Mariela. Lloriqueaba como un niño por algo que ya se había terminado, creyendo que era el centro del universo, cuando en realidad todos somos insignificantes. El mundo está lleno de cornudos, de desengañados y de miserables. Son nuestras carencias las que nos hacen sentir que somos víctimas de alguien o de algo pero no tenemos el coraje de reconocerlo. Cuando nos unimos en Panaholma lo de mi fracaso matrimonial se convirtió en algo irrelevante. Estabas vos a mi lado, dándome amor... Lo que me había pasado con Mariela no me interesó más.

Clara comenzó a acariciarlo, a recorrerlo con sus labios. Sus bocas se encontraron, comenzaron a desvestirse. Fueron tirando las prendas a cualquier lado mientras se dirigían a la cama matrimonial del cuarto de Pedro. Se acostaron totalmente desnudos, estrechándose amorosos. Muy cerca del éxtasis, Pedro se detuvo, contempló cariñosamente a la muchacha, acarició su cuello, sus muslos, besó sus mejillas y mordiendo suavemente sus labios le dijo:

— Ojalá te pueda hacer feliz, Clara... Dejame que me mueva lentamente, quiero sentirte un poco más, prolongar esta bonanza. Dejate llevar... Es tan lindo estar juntos... No hay nada en el mundo que me guste más que estar así con vos, somos una misma cosa, estamos entremezclados, no quisiera desprenderme nunca. Tu aroma es hechizante, me transporta al cielo... seguí moviéndote así, me gusta... Tu piel es fascinante... Gracias por quererme..., aunque fuera sólo por un ratito, igual valdría la pena...

Siguieron entrelazados, intercambiando suspiros, placer y transpiración. Compartían sensaciones y fluidos, bebían juntos el néctar de los dioses, gozaban su intimidad de manera profunda, los latidos de sus corazones se acoplaban armónicos. Al oído de la joven, Pedro musitó:

—Querida mía, no digas nada. Te quiero hacer una confesión, pero no dejes de moverte, hacelo despacito, te lo ruego.

—Bueno, Pedro, haré el esfuerzo. Vos tampoco te quedes quieto, seguí como hasta ahora... ¿qué me querías confesar?

—Si te lo digo no podré contenerme más. Tengo miedo de arriesgarme tanto, no quiero desacoplarme de vos.

—Como quieras, Pedro. Confesámelo después, ¿no te parece bien?

—No, Clara, quiero decírtelo mientras te hago el amor, así lo disfrutaré más. Estuve pensándolo mucho, quiero compartir con vos un secreto.

—Ay, Pedro, ¿qué me querés decir? Yo tampoco puedo más... Si me hacés una declaración linda, volaré hasta el infinito, decímelo...

—Estuve con los acreedores de tu abuelo, Clara. Les dije que él no los había querido defraudar. Estos grandes hijos de puta hablaron de Paolo como si hubiera sido una basura. Lo único que les importaba era cobrarle, aunque durante toda la vida le hicieron creer que eran sus amigos. No te detengas... En ese momento me acordé del cachiporrazo que me dio mi secuestrador, de la cuchillada en la pierna, de todos los detalles y fue como si viera la luz del día...

— ¿Les dijiste que habías decidido pagar la deuda del abuelo?

—Ésa es mi revelación. No les voy a pagar ni una moneda. Apenas puedo contenerme... Gastaré ese dinero con vos y con Andrés, ¿te gustó?

—Sí, sí... Volemos juntos, Pedro... Tu confesión fue buenísima...

FIN
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Fecha de publicaciónAgosto 2013
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