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Giganta y Asesino

Rodrigo Solís Arechavaleta
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GIGANTA
¡Qué dura tu vida, Giganta!
Desde tus ojos, el mundo,
debe de parecer una llanura erizada
por dedos diminutos
que enojados te señalan.
Los ceños fruncidos,
las cabezas que niegan,
los suspiros de hastío
deben de ser para tí, tan comunes como los lunares,
tan tristes como las jaulas.
Yo creo que te tienen miedo, Giganta.
Temen caer en los agujeros abismales
de tus pisadas.
Les aterra que la luz de tu mirada
alumbre los sórdidos rincones
de su «insignificancia».
Por eso blanden en tu contra
gordos libros de leyes empolvadas.
¡Qué cara tu altura, Giganta!
Cuánto te cuesta en soledades
porque las voces pequeñas
no alcanzan tus oídos,
y los amores enanos
no acompañan.
Cuánto te cuesta en batallas
contra duendes que piensan
que lo pequeño se les quita
por derribar a una Giganta.
¡Qué difícil tu lucha!
Gigantesca aún para tí,
mi Giganta.
¡Qué difícil descubrirte
con el cuerpo al rojo vivo
y la sangre en llamas!
Aprender a deletrear «amor»
con la boca llena por
una lengua tibia y amada,
y no saber todavía
como pedir perdón,
por cubrir con tu sombra el sol,
a quienes tienen la cabeza
a ras del suelo.
¡Qué precio tan alto,
Giganta, por ver a los pájaros
como hermanos de vuelo!
ASESINO
Soy un asesino,
¡cómo lo disfruto!, me gusta,
tu miedo me alimenta,
cazarte me engrandece.
Yo persigo.
Me relamo los labios.
Acecho a lo lejos,
sigo el rastro
de tu pequeña vida:
compras verduras,
peleas, planeas,
vives como si fueras eterno.
Cordero.
Cordero manso, menso,
que ni siquiera sospechas
que estás en el matadero.
Aún cuando me presento
te pido un cigarro o la hora,
te sonrío,
no te escapas.
Llega el momento
en que te conozco tanto
que podría darte consejos:
«deja a esa perra,
madrea a tu hijo,
estrella tu coche,
cógete a una puta,
ponte un balazo en la nuca.
Evítame el trabajo».
Pero la verdad no me importa.
Al final
cuando miras el cañón
de mi pistola,
cuando se cierra el lazo
en tu cuello,
o mi navaja descubre
que estás hecho de agua.
Cuando percibes el aroma
musgoso de la tumba,
no importa nada:
santo, demonio, joven, viejo,
tiemblas igual,
lloras, babeas, suplicas,
ofreces, gritas, te cagas.
Es lo mismo.
Tal vez una poca de pelea,
un joven marido
que protege a su esposa,
una madre
que cubre con su cuerpo
una cuna.
Nadie escapa.
Y a mí se me pone dura.
Sobre todo si es mujer
y llora, pero no grita,
y se imagina que la voy a violar,
y se rinde.
Trata de comprar su vida
renunciando a su pequeña dignidad,
y abre las piernas.
Mmm...
Siempre me escapo
manchado de sangre y semen.
Nadie me detiene nunca.
Corderos estúpidos
que se asustan
y corren al fondo del corral,
donde puedan fingir
que no vieron nada,
donde puedan continuar
su pequeña vida
aferrándose a la idea
de que la tragedia
siempre es de otro,
que el huracán
no los tocará.
Al final
me fumo un toke,
me masturbo sonriente
frente a un espejo,
me guiño el ojo,
y me digo:
policía judicial.
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Copyright ©Rodrigo Solís Arechavaleta, 1997
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Fecha de publicaciónOctubre 1997
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