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Casi un ángel

Selección II

Miguel A. Recio
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LA CIUDAD ASCENDENTE
Y alzarse desde aquí,
en esta oración desesperada,
ascender de los coches tristes
y de los niños que ya no son,
y de las madres tan enfermas.
Y alzarse desde aquí en un torbellino furioso
siguiendo el camino de la luz,
el sendero de la lluvia abierto
a todas las lágrimas,
elevarse por encima de las rutinas de la bioquímica
en una llamarada que invoca al cielo imposible,
elevarse por encima del rugido de Internet,
de los papeles escritos, de la entrega y del amor.
Ascensión, transfiguración de estos cuerpos caedizos,
elevados a través de este cable módem,
de estos altos edificios y enormes máquinas
que ya nos van pesando mucho en el espíritu.
HACIA LA LUZ
Y este crepúsculo que nos sacude no empieza ahora.
Este atardecer y estas luces comienzan años atrás,
atrás en caminos que llevan desde la polvareda del cámping hasta los escenarios
donde Patti Smith levita danzante como diosa descalza.
Abrazados, hemos recorrido los países de la bruma,
y hemos hecho frente a riadas en el desierto de piedras.
Abrazados, buscando el sol en lo hondo del misterio de las estrellas fugaces,
en el reflejo fantasmal de los cometas sobre el océano oscuro.
Éste es el camino que va del LSD al AZT,
y esa luz que imaginaba al final del camino,
más aún que el sol,
más blanca y radiante que el sol a través del agua,
más transparente y límpida,
esta luz pura que no nos sabe humanos y frágiles,
no es ya nuestra luz.
Porque al final de todos los senderos,
en el girar de las mareas bajo inmensos acantilados,
hay un sentido circular de las cosas,
y un retorno al amanecer primero:
dieciséis años, y un Mediterráneo aún plomizo al pie de las rocas barridas por el viento,
y la sensación de presenciar la primera amanecida del hombre,
después de haber despedido entre los sueños para siempre al niño que fue
y que tembló toda la noche de febrero en el saco de dormir.
Abrázame aquí, donde el círculo ya se cierra,
abrázame aquí, donde la luz que atardece es como aquélla, irrepetible,
aquí, donde ya se acaban los senderos en el punto en el que comenzaron
y no me dejes desvanecerme, deshacerme en el viento,
porque si me sueltas de tu mano
me deslizaré hacia la luz en este crepúsculo
y caeré, tenue como un velo de ceniza gris,
cubriendo las rocas grises, en la claridad apenas insinuada,
en esta levedad del aire más que transparente,
que baja desde el castillo de Ibiza hasta el Mediterráneo.
Disuelto en el viento estremecedor, como en aquella mañana primera,
frente a frente con el sol rojizo que se desvanece donde aquel día se alzó,
donde durmió el niño su último sueño confuso
bajo el frío viento del mar.
Abrázame, sujétame muy fuerte a esta Tierra,
porque veo la luz, la misma luz,
la luz que ya no esperaba,
y ya no tengo miedo,
no,
ya no tengo miedo.
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Copyright ©Miguel A. Recio, 1997
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Fecha de publicaciónAbril 1998
Colección RSSTrasluz
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