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Proverbios y juegos varios

II

Héctor Lisonje
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A Oliva,
mi única alegría en 2004
Odio la vida
y odio la muerte
que nos la quita.
Aunque te olvidara y te perdiera,
aunque te perdiera y te soñara,
ni te soñara cuando quisiera,
ni sin querer te olvidara.
En el eterno retorno del fuego
parece creer la ceniza entera
que espera en el cenicero.
Somos crédulos cortesanos,
militantes de la esperanza;
creemos lo que deseamos.
Me quieren como soy.
Me quieren porque voy
a ser lo que otros fueron.
Casa de alta hiedra,
vieja y pálida ruina
de la luna llena.
En tus altos días
te reirás de la memoria;
ya querrás recordar tu risa.
Todo llega tarde y a destiempo:
teniendo toda la vida
hasta el más puntual se suicida
en el último momento.
Infortunado Jekyll
que bebió y fue el otro;
pero bebió otra vez
y ninguno fue
al segundo sorbo.
Nada es, nada existe.
El todo es un gran vacío;
pero somos su límite.
Tolerancia del torpe y su inocencia:
¡aceptemos al diferente!.
Penosa forma negligente
de acentuar la diferencia.
Tarde, monstruo atareado,
parco y gris café
del hombre desesperado.
Vaga y febril revolución
que los años no gastan;
será que no comenzó.
Nada ha hecho todavía,
por eso está tan cansado
viendo lo que se le viene encima.
Propietaria de todos nosotros,
la luz le habla al espejo
de nuestra pena sin rostro.
Severo descubrimiento que nos hiere
y que en la férrea noche nos ofusca:
lo único que se quiere siempre
es lo único que siempre se busca.
Dolorosa lección primera
de un sabio que se indigna:
¡la vida hay que aprenderla
cuando no se sabe vivirla!
Justo rigor del momento,
la suerte es, como la muerte,
otro mérito del tiempo.
Poseer experiencia
es poseer una gran nada;
pero una nada con conciencia.
En la madurez, se espacian las alegrías:
crecer es perder la felicidad
de las primeras simetrías.
Decreto de hipocresía copiosa:
eres peor que todos
si fingiste ser otra cosa.
Increíble superficialidad,
¡reírse de uno mismo!;
arrogancias de la humildad.
Al fin, desvelé el gran misterio;
nadie se sorprendió,
todos aplaudieron.
Extraño a la juventud.
Un viejo nunca es joven:
¡hasta su alegría es decrepitud!
Aquel hombre balbuceaba,
pues no sabía hablar:
pero todos le escuchaban
para luego poder preguntar
las dudas que les quedaban.
A quien pierde el dinero,
¡ah, bendita humanidad!,
le pierden el respeto
y le exigen humildad.
Lo mejor, la paciencia,
para atar los nervios perdidos
y olvidarnos de la existencia.
¿El cerebro?, pura contradicción:
consigna una sola verdad
y la llama corazón.
No hay final feliz:
toda felicidad lograda
es cobro del porvenir.
Mirar una cosa acostumbrada
es encontrarla moribunda
y revivirla con la mirada.
Me gusta sumar
y me gusta hacer restas
con las olas del mar.
Conozco una condena severa
y que jamás se extingue;
al primero que la adivine
le regalo la vida entera.
Donde yo esté
nunca habrá de estar
lo que yo seré.
¡Misericordia!,
ruega el mendigo solo
a voces con su historia.
Reencarna la pasada flor
toda la mano mortal
que la acarició.
¡Esto tiene otro nombre!,
sentenció el académico;
otro nombre que, además, esconde
a otro hombre con su sueño.
Si recorro el terco pasado
me recorre algo infinitamente lento
como al hombre cansado.
Os recomiendo ser ligeros;
enseres pesados quedan fuera
de los baúles viajeros.
Aún te tenía en la infancia de la mirada
la última vez que te veía
para creerte ya olvidada.
Amo la vida
y amo la muerte
que nos la envidia.
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Copyright ©Héctor Lisonje, 2004
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Fecha de publicaciónEnero 2005
Colección RSSPrecisa fuga
Permalinkhttps://badosa.com/p128-2
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