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Proverbios y juegos varios

III

Héctor Lisonje
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Duermo, pues necesito esperar
esa voz firme que me diga
que tengo que despertar.
Coleccionan vómito y madrugada
algunos muros polvorientos
tras la noche estrellada.
En dos prisiones indecentes
nos tenemos que desgastar:
una la imparte la Muerte;
la otra, la Sociedad.
El ciego cerró los ojos
y dijo que veía, ¡que veía!,
los ojos ciegos de su rostro.
¡La buena educación, señores magistrados!
es sólo una tremenda grosería
a la que estamos acostumbrados.
¿El amor?, imposible de soportar;
pero menos que ese otro dolor
de no tener a quien amar.
Odio a los héroes, sus alardes.
Odio esos mitos valerosos
que inventaron los cobardes.
Recién os recordé a ti y a tu silencio.
Me cuesta desprenderte, hazte cargo;
fueron muchas las noches dulces,
son muchos ahora los clavos.
Libertad, triste hecho esencial;
y no por haberla tenido
sino por volverla a encontrar.
La ilusoria calle que caminaba
salió de la lluvia y la oscuridad
como la noche más larga.
A las puertas de una iglesia asoma
un mendigo al que no favorecen,
con monedas, para que coma
sino para que rece.
La luna es un blanco grito
que incita a los hombres violentos
a matar muy despacito.
Briega el silencio
con las voces que lo producen:
voces que caen en el vacío
y que lo traducen.
En su desgarrada contradicción
el pensamiento fabrica dogmas
con lo que le queda de razón.
Como le dijeron que la belleza
estaba en el interior,
se adentró y vio la víscera:
jamás se enamoró.
Aquel loco sospecha
que la felicidad sólo está
donde se la encuentra.
Era tan similar a su reflejo,
era siempre a todo tan claro,
que nunca toleró aquel espejo
donde se vio tan empañado.
Y hasta llegará el día
en que tan sólo seamos
el doloroso recuerdo
de los que quieran olvidarnos.
Una imagen del amor:
un hombre se parte un brazo
y lo cura con su dolor.
La moral, sistema de íntimas respuestas:
pavoroso crepúsculo infernal
que resume las vidas muertas.
Ninguna despedida
puede cerrarse en monólogo,
salvo la del suicida.
Sin madera me crucifican
los rencores que me dejaste.
Son muy lindos, dialogan con ternura:
muy bien los educaste.
Te marchas soberbio, airado,
te marchas como viniste;
pero más despeinado.
La vida es movimiento, quehacer,
y ni el amor es permanente:
te querré eternamente
si no te vuelvo a querer.
Cotejando un lindo sueño
con mi realidad hostil
de golpe me supe despierto:
pero ya era feliz.
Este mundo inconstante
y sin lógica, te hizo ver,
las cosas más claras
al anochecer.
La esperanza es esa joya adorada
que sólo brilla plena
cuando se tiene empeñada.
Favoritos de indefinida magia
suelen ser los presagios tiernos:
esa imaginación en que late un futuro
que nos aguardan sin conocernos.
Canta, la voz canta
con su lastre de boca;
las sílabas que no la abren
es porque no la tocan.
Perdido en cavilaciones
me olvidé de la reflexión;
ya soy todo conclusiones:
me oyen con admiración.
Te sé acusada,
te sé invicta
pero con la gloria robada.
Alejado de la realidad
atisbé un mundo de ideas;
la Verdad inventa su otra Verdad
para que nunca la comprendas.
Un ruido de hormiga lastimera
va rompiéndose contra la tarde,
en la soledad de la vereda.
En una biblioteca de sueños, un lector,
repasa los quince mil ejemplares
de su dolor.
Muchos siglos, el tiempo lo hostigó;
y esperando que se cayera
nadie lo recogió.
Si la sabiduría absoluta
carece de emoción:
¿será en la inútil pregunta
donde estará la solución?
Sigilo del herbicida
Maravilla de la hiedra:
¡cuánta pared blanca y decidida
para ser descubierta!
Como tengo el corazón en la lengua
cuando te hablo me palpita
hasta la sangre por tus venas.
Las voces que te expulsan
llevan pulso ágil e impaciente
como las que te adulan.
Quedó limpio el camino
y muy sucios los pies felices
de los peregrinos.
Y murió olvidado, en brusca soledad,
el que creyó en la justicia
más que en la solidaridad.
Como soy tan sincero, incorruptible,
le dije que sólo le contestaría
el día en que lo viera accesible
a los trances de la mentira.
Típica promesa electoral:
¡silencio, basta de cuitas!
cobraremos un poco menos
por las cosas gratuitas.
Recordar un hecho
es recordar cómo fue
y cómo pudo serlo.
Aunque estés despierta
no despiertes aún;
salvo si estás muerta.
La fe y su continuidad
madres de la esperanza
y de la ingenuidad.
Sería interesante y saludable
detener esta vida inviable
un poquito antes de la muerte.
Razonar,
razonado cómputo de razones
para recordar.
Cualquier oído
es un rincón oscuro
en que nacen los sonidos.
Ofensa de largo cuello,
la que se pronuncia sin ira
y perdura en el recuerdo.
Genil, inquieto río de farolas,
¿ensamblaje de la luz blanca,
del hierro y de las olas?
Siempre encuentran precisos huecos
esos gusanitos proletarios
que excavan los cementerios.
El amor se origina
no donde se conoce
sino donde se imagina.
Todo hombre que despierte
tendrá que monologar a deshoras
mano a mano con la muerte.
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Copyright ©Héctor Lisonje, 2004
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Fecha de publicaciónAgosto 2005
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