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¡Amaneced, hermanos!

Héctor Lisonje
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La rencorosa plata está sedienta,
vieja sed quebrantando hombre en las vallas.
Vuestra calma mendiga se impacienta
juntando fuego, lunas y palabras.
Les sugieren vivísimos temblores
las mecánicas lunas de la espera.
Fatigado consenso de temores
que evocan la jornada en la frontera.
Encorvando la espalda hacia lo incierto
se atarean en la oración materna;
para vivir les basta esa fe interna
que comparten la patria y los ancestros.
Culpable artificio el tiempo: ilusión.
Ya os rastrean, eternos, los animales;
la noche, un ataúd o una prisión,
negro espejo hilvanado de semblantes.
Un idioma de gritos rige y llama
a la fuerza en desorden de los brazos
y las piernas, y a la leve proclama
de esta justicia de ojos y de manos.
Piedras de agua triangular, sin sonido
descontrolan su geometría extensa:
todos los mares se han entretejido
en el arduo rincón de los sin tierra.
Nacerán de los pozos y los charcos
las cornisas que desaloje la hierba.
Estrecho naipe el pie por los barrancos,
uña hundida en los cerros sin linterna.
Al tranquilo diseño de horizontes
no ha de conmoverle el torrencial luto
de estos rebeldes de siglos y montes
desbordados de flores y sepulcros,
que van midiendo con lento trabajo
los sigilos de esa trama mineral,
duros campos del viento ensangrentado
tragando noche de lluvia elemental.
El silencio, que ve mejor las cosas,
tensa en los campos sus oídos ciegos
a esa otra luz que duerme en los objetos
con íntima eficacia misteriosa.
Nadie mira atrás, por donde el desierto
corrige la esperanza en sus caminos,
tan complejos de arenas y destinos
como la sombra ardiente de sus muertos.
Las cruces cristianas, madera y tumba,
ceden su vértigo al cielo humillado
de estrellas que coordinan la penumbra
y acumulan las horas y los pasos.
Mundo cerrado, círculo, nación,
ya os detiene el muro. Los vigilantes
sostienen insomnios de munición
combatiendo al alba hambrientos corajes.
Lento ejercicio de azar esas balas
que, jugándose a suertes vuestro entierro,
hacen del estar vivo o el estar muerto
una mera cuestión de palabras.
Menudean flacos el puño y la entraña
rompiendo altura con trazo secreto.
Carne entre clavos, hierro que se exalta
frunciendo hombre en los jirones del sueño.
Compartís, incandescente, la herida,
tan sentida por soñada que no duele;
parece que la eternidad prefiere
sus valientes en quietud que en huida.
Puede que los paraísos soñados
engarcen falso candado en sus puertas,
puesto que siempre los creemos sellados
aunque intuyamos que nunca se cierran.
Vuestros cuerpos resisten, destronados.
Tierra revuelta en dedos y manijas
con sudor de culebras en sortija
y tormenta de venas en las manos.
El alba es un cansancio entre rendijas
filtrando hombres; ¡amaneced, hermanos!
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Copyright ©Héctor Lisonje, 2006
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Fecha de publicaciónJulio 2006
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