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Metafísica del hombre que está solo

Parte III

Luis Alposta
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LO DISTANTE
La oscuridad puede hacer de tu mano
una cercanía,
el espacio un corto camino de mi silencio.
Empero, es una rotunda luna
la noche,
que está en las bocacalles.
Real
el día se marchita en tu rostro.
Aunque no haya rechazos o cicatrices
en la brisa.
Derrota es la oscuridad, prosperidad la noche.
Mientras lo cercano
se aleja de nosotros.
LAS VIGILIAS
La quietud de mis manos,
el cercano silencio de mis noches
humilladas de sombra, la pesada
lejanía de los otros,
la efímera realidad de la nube
o de la mariposa, y el recuerdo
arrojado contra el tiempo
como un espectro más.
¡Oh las vigilias
que terminan de enfriarse en el sueño!
¡Ese elefante de las vigilias
borrándole caminos a mis huesos
para perder altura!
¡Oh la superficial,
la torpe claridad de esta empinada muerte!
ULBERACIÓN
A Ikciv, en Roma
Pararon en una silla a un vendedor de Biblias asmático.
Alguien volcó en sus bolsillos
un úlber azafrán.
Cuando con un pequeño estilete
extrajeron de su cuerpo
una gota de sangre,
hubo de haber penetrado,
pues tomó el mismo color
instantáneamente.
Mientras lo socorrían
vi al úlber deslizarse.
Bebí mi cerveza de un trago
y el vendedor de Biblias ya no estaba.
ECOS
Al amanecer no se oye el canto de los pájaros,
un automóvil se aleja de la ciudad
y ladra un perro blanco.
A espaldas del mendigo se desploma un viejo bar,
un antiguo borgoña trae un vértigo de embriaguez
y entre las secas ramas de los árboles
la plateada llovizna ha comenzado a caer
                                                                sobre mi rostro.
LOS DÍAS
En los anocheceres primeros de los mares
vi nacer desesperanzas y vigilias, nacer amigos,
dibujarse rostros, cercanías, marcar la huella
sobre el barro mi pie calzado;
y en los días habitados, a merced
del regreso de fantasmas hostiles,
no sentí el agua pérfida del odio en mi garganta,
diluida en la insipidez del espacio.
En el abandono esporádico que no registra mis días,
yo el vulnerable alunador de desiertos,
en cuyos bajos hombros ayer se acumulaba el asombro,
sigo imaginando rutas de volubles laberintos
donde el árido polvo
reclama la aventura.
POÍESIS
La apática penumbra roza al árbol en su apretado través,
                      diluida, inconstante.
Conmigo entra, se aleja desconocida, ¿tal vez me diga
estático, inmutable: distinto estar,
diferente el acto, y el pie bajo la máscara retornada
                      y cambiante?
Desciende la muerte sin agotar el espíritu capaz de todo.
Impensadamente, se cuenta con los días el quedarse,
las fugacidades, se cierra los ojos al quizá,
sin sentir el contacto, nunca, con su tierra superficial
                      e indiferente.
Nada trasciende, une, se ensimisma: este tallo sí
                      oscurece su roja antorcha vital, y no es aquélla;
éste soy, el mismo abandono.
No alcanzo mis tinieblas, las dejo en libertad de canto,
y desalientan: desespera en mí, y nos diluimos
en el rápido y seguro ascender temerario, hacia
                      las transparentes calmas asesinas,
sedientas e invariables.
DESDE EL MEDIO
La tierra concentrada, oída sin ansias,
tierra y sombra hacia lugares muertos.
Por Él ungida. ¿De qué hoy
exento de espíritus,
no vuelven a ver murientes —tallos, máscaras—,
aquello que ayer era esencia
o formas no confundidas con el cuerpo?
Pregunto. Odiar, morir,
son hechos antinaturales;
tengo en cuenta los días.
Sin nombrarlo, miro de reojo,
como quien saluda acostado
mi ser no preguntando por el ser,
libertad o luces: pasado ausente.
EL HOMBRE-TORCAZ
El hombre-torcaz se posa sobre la parva,
sin más fortuna que sus sentidos,
sin dar alivio a sus pecados y sus noches,
sin aguardar a la torcaz en luz.
Y aunque la soledad del beso suceda
sobre labios abiertos
bajo frentes selladas,
él cree en la comunión de las flores,
en la ceremonia de los pájaros
y en su canto.
JEAN-PIERRE DUPREY
... acalló su vigilia
en la Rosa de las Cenizas
y el río fluyó luego
hacia la noche,
a la que agitados vientos
arrastraron hacia la soledad
                      del círculo.
BÚSQUEDA
Buscó la verdad en el rostro de la amapola,
intacto, insondable, brillante,
vacío de cicatrices y oscuridad blanca.
En el abandono de hora en hora en hora,
en el preciso olvido del ámbar.
Y la encontró en las gotas del icor
que esparció sus huellas.
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Copyright ©Luis Alposta, 2005
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Fecha de publicaciónAbril 2006
Colección RSSTrasluz
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