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Metafísica del hombre que está solo

Parte IV

Luis Alposta
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INMUTABLE
Rostro de tierra, una luz
modelada, quietud de trayectos
colmados, borrasca del no ser.
Rostro de mar, un hueco
de expectativas impuras, neblinas
imposibles o piedras sin filo
fuera de los formados ojos.
Herrumbres azules lamen el hueso
manchado por inviernos y caricias
de olas, no se oyen los cantos
que se alejan de aquí.
Rostro de tierra que no seré.
AHORA AQUÍ
Recuperado, entero
en la noche de certezas
aullado en caricias,
el espíritu estaba vivo
o articulado, en limitadas
cosas no queridas.
Los ojos secándose en el hueso
esperaban su futuro combate.
No terminaba de no ser
ya no se veía parado
bajo los charcos negros
malhechores en lo deforme
de sus fértiles ropas.
En sus rectos brazos,
defectuosamente ahí no oía
algunos alaridos o cantos
que entre las flores o los charcos
como jugando
o como odiándose
discurrían mujeres incómodas.
Iguales a las que él
no poseyó o no soñó
en las noches de naranja
verano, se quedaban
a los pies de su cama.
Sí, él aquí, defectuosamente aquí
no decidió odiar, ignorar.
Ya siempre se quedaría.
LA IMAGEN
Alguien vuelve
ignora a la tierra
compone un sol,
ya no es el universo
humedecido en la mano
aguardando entre libélulas
y profundas miradas
los ecos de otros soles.
(Yo ya no escucho ahora
ni silencio ni ayeres
que sentencien recuerdos.)
Alguien vuelve
extiende las manos
ausentes de memorias
y con la misma sed
en cálidos umbrales
se diluye entre espejos.
POEMA
Acariciar la hoja al escribir
para que al concluir
se oculte por encima el esmero,
la conservación, el resurgimiento
al que no se debe librar ningún poema.
Esa validez terminal
astillará las letras
y extenderá los ahogos,
hasta que se sumerja la soga lineal
y holgadamente terrena
del silencio correspondiente a los dioses.
Que el poema cobije
a la mano que atestigüe profecías.
Que el poema contribuya a dibujar el rostro
y no la máscara.
EL ÁRBOL
Las ardidas entrañas
no dejan que sucumba;
él está ahí, de frente a la quietud,
en tierra de lágrimas donde la vida vive
aflorando hacia el cielo
nubes de antiguas pieles,
con sus ciegos guardianes:
el ángel y el misterio.
OSCURIDAD
Tierra verde, hojas azules,
Raíces de mandrágora.
La difusa oscuridad de la luna
bajo un suave espacio,
negro de tizne, ahuyenta
estos cielos en aquél,
posterga un río, valles
mortificantes y sensibles,
ídolos y cobardes, dioses
hechos de inacción y condena.
DESTEJIDA LIBÉLULA
Destejida libélula, desnudez
arrojada hacia el vacío,
flotando sola, sumergida
entre brisas y nieblas, otra vez sola, diluida,
con entrañas y alas desgarradas
y márgenes roídos por la tierra.
                                                Móvil, sin resistir
el canto agudo del verano,
el río de agua humilde que te olvida.
Blanca sombra, manojo de palomas
hecho a día entre el cielo y el árbol.
TEXTURAS
Entre manos afiladas
y dientes en garra
hay texturas
de gala y humo.
AUTORIDAD
Todos los días
eran dos pizzas
y azules se alejaban.
ANTIMITOMANÍA
Bajo el Arco Iris
estoy leyendo un poemario
de breves cuentos.
Alguien me lo ha cambiado
por el diario,
donde leo que el espectáculo
de la revista está en su gente
y en la Catedral,
en que los temas del hombre
son luna sin azogue,
sin tiempo,
personajes reclamando
un escenario.
Mientras tanto,
Fernanda, la horrible,
ha iniciado una nueva
cruzada literaria,
desde una nueva
tribuna literaria
con juicio de insania.
Los poemas
comienzan a zumbar
como rayos del sur
y el repertorio latinoamericano
busca los personajes
del Buenos Aires virreinal.
Los poemas siguen zumbando
buscando otros enfoques
en hojas que caminen reunidas.
Inmediatamente
se crea un Ateneo
para enviar un mensaje
a un grupo de editores
que ha recibido
una herida generacional.
Ellos contestan en clave:
«La cebra está dormida
y un ángel es poca noticia.»
Fernanda, la horrible,
descifra la respuesta:
«Leyéndolos desde afuera
estos poemas
sin sueños y sin comentarios,
son gaviotas errantes.»
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Copyright ©Luis Alposta, 2005
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Fecha de publicaciónMayo 2006
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