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El poeta y su doble

II

José Antonio Sainz
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POR TODA LA COSTA, SE ESPARCEN
casas impolutas,
de urbanizaciones sin apenas defensa
del viento de tramontana.
El mar, cerca, indiferente,
asfáltico y monótono.
Todas las calles vacías,
todas las casas cerradas.
Su abandono es aún mayor
que la inercia de los domingos
o de las madrugadas de los otros días de la semana.
Pueblos abstractos,
de perfección fantasmal,
abarrotados en verano de habitantes falsos
en un falso simulacro de vida.
Sólo un decorado,
prestidigitación de la nada
en el sombrero de una perspectiva.
UN VIAJE,
unos días sin escribir.
No es la primera vez.
Podrá soportarlo.
La tinta y el papel
y los nombres que se caen de sus ojos
no son más que una máscara,
otro decorado
que impone con esfuerzo ciego
de la voluntad.
(Miradas, sorpresa fingida,
palabras inevitables
y el apremiante deseo de regresar,
de no moverse, de no volver tampoco,
de estar siempre en otro lugar.)
No es necesario escribir.
Un viaje,
lejos,
unos días sin su cuaderno.
VIVE EN UNA CALLE CERCANA.
Se asoma al portal
y mira el horizonte de la avenida,
en espera de un rostro improbable.
Algunos días, camina apresurada,
buscando el final del plazo,
y su caminar,
encorvado, penetrante,
como un eco dolorido,
tiene el mismo sabor a legaña,
a ojos de sueño y boca de ortiga
con que, en un resquicio premonitorio,
la vida a veces nos despierta.
HA DEJADO TRANSCURRIR CASI UNA SEMANA
desde que regresó del viaje
hasta que ha cogido por fin
el cuaderno de tapas duras,
aún con viento,
con la tarde ajada,
sol, nubes rotas por el viento
—el deseo de agua—
y el silencio en el patio,
fuera.
Pensó allá, lejos de la isla,
al contemplar las laderas,
las hermosas variedades de verdes,
el brillo de hojas nuevas en los álamos
y las ramas violáceas en la distancia,
en la cadencia de un último verso perfecto,
en la sonoridad,
sólo en la sonoridad,
paladeada en la boca, repetida,
de la sucesión de las palabras.
Hoy, por fin, escucha el silencio,
siente el frío en la espalda de la pared.
Pero apenas puede decir
alguna cosa sensata y original,
a la altura de aquellos paisajes.
Le rinde la existencia,
el reencuentro con la isla,
el desengaño de encontrar todo en su sitio
—aquí, más que en cualquier otra parte,
siente que ocupa una casilla precisa del universo—,
las cosas del cajón
y los prados, las nubes,
el lugar en que se cobija el sol al atardecer,
las sensaciones, los sentimientos acolchados,
—las ganas de beber agua—,
el tiempo,
lo inconcreto.
de tanto esperar ya no espero nada
Fernando Pessoa
LA ESPERA DE UNA NOTICIA,
de una carta o una llamada breves,
llenan de angustia,
atoran las venas y el pensamiento.
Qué desamparo,
qué enfermedad nueva
del virus de lo insignificante,
de lo perentorio,
interrumpiendo el ritmo cotidiano del aire.
LAS PANTALLAS
son una sima.
La eternidad entera
se ahoga dentro.
La mirada es incapaz
de adivinar el misterio rutilante
que convierte la luz en cosas,
no en símbolos,
en cosas con vida
que sufren y hacen sufrir,
y crean otro mundo,
sin que nos demos cuenta
de que esta realidad inagotable, ubicua,
sin tiempo y sin dueño y creador,
se parece demasiado
a los espíritus teológicos
que se apoderan de la vida.
CON EL SIGILO DEL CRIMINAL
sale de las habitaciones,
recorre los pasillos,
abre el cajón amortiguando su sonido
y retoma el cuaderno sin que nadie lo sepa.
Escribe lo que quiere,
porque sabe que éste será su libro póstumo
y siente que sus palabras tienen
la libertad de los muertos.
Recuerda, mientras se sobresalta
por un ruido en la casa,
el primer libro que escribió,
también en un cuaderno
—cuadros y pastas de cartón azul—,
el libro que tampoco ha leído nadie,
como un aborto, como otro póstumo.
Y sonríe al comprobar,
aunque la idea es torpe, tópica,
estúpidamente sarcástica y canalla
—y lo sabe—,
que el círculo se cierra.
En la noche dichosa
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
San Juan de la Cruz
AÚN NO ES DE NOCHE,
noche completa, sin equívocos.
El invierno daba cielos esplendorosos.
Pero esta hora confusa a la que se enfrenta,
de lejanos símbolos,
es sólo un instante
con la luz sostenida,
pálida y azul,
en el cielo.
Regresa sin prisa a casa.
Deja un espacio vacío
entre el tiempo y sus pasos.
Pero ningún símbolo nuevo
se cuela entre sus pies.
Ni en los niños que juegan,
ni en las calles a medio iluminar,
ni en los coches que chirrían al coger una curva,
ni en la luz lechosa de las farolas,
ni en el fondo de sí mismo,
hoy, viernes,
ni en el instante que se le escapó
y ya es la noche, y el portal de su casa.
ANTES, LA REALIDAD
estaba cargada de sentidos.
Luego, la realidad fue sólo la realidad.
Y ahora, de nuevo
busca otros sentidos en el mundo.
Aunque sepa, en el fondo,
que todo es un fraude
y sólo quede este lento cansancio
en el viaje entre las cosas
y el significado.
Qué cansancio.
Como en aquel poema en que parecía la poesía
una contumaz musa de la sicalipsis y los disfraces.
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Copyright ©José Antonio Sainz, 2007
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Fecha de publicaciónAgosto 2007
Colección RSSTrasluz
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