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El poeta y su doble

III

José Antonio Sainz
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LA PLENITUD DEL PAISAJE,
aunque sea la plenitud de la desolación,
el sol y el viento,
el cielo amplio, igual que el mar irisado de azules,
nítido todo a fuerza de viento.
Acostumbrado al laberinto estrecho
de los días, la casa, la ciudad,
tanto espacio, tanta luz,
no le provoca el pasmo debido
o el éxtasis en las pupilas,
sino la zozobra del vértigo y la jaqueca.
LA ÚLTIMA VEZ.
Sabe que quizá nunca lo sea,
que la inercia, o la amargura o una nueva alegría,
le harán reemprender el cansancio de las palabras.
Pero él se repite
la última vez, la última vez
y sólo desea que ésta sea de verdad la última.
SÓLO HABLA EL SILENCIO.
Los sábados, los domingos
son un suplicio,
un tiempo que gravita sobre el aire.
El resto de los días,
de los lentos minutos que componen el silencio,
le llenan el alma de esa materia sutil.
Y se pregunta cuándo sus gestos
tendrán sólo la intención de un gesto,
sus palabras, la casualidad
del aire y el placer de escuchar,
y sus ojos,
la satisfacción de la sentencia cumplida.
SON LAS MAÑANAS,
el modo, en realidad,
con que se despierta,
lo que determina el estado de conciencia o de ánimo
con el que se enfrentará a los recodos
del aire teñido por el sol.
Amanece invisible
y nadie lo saluda,
y las palabras y el pensamiento
se convierten en destrezas de autómata anticuado.
Algún raro día,
aparece en el centro de todas las miradas
y siempre tiene la palabra oportuna en los labios,
proverbial figura malbaratadora de simpatías.
Casi nunca recuerda los sueños,
aunque a veces son el idéntico frío empañado
de sus imágenes diarias.
Ha ensayado un pensamiento primaveral
que le llene de energía,
en esos instantes
en que el peso del cuerpo
le retiene entre las sábanas,
no con el poder de las leyes físicas,
sino con la atracción inerte
del que no espera nada.
Nunca ha conseguido cambiar
el destino de uno de sus días,
como si perteneciesen a una ley sagrada.
Del mismo modo que nunca,
por mucho que apretara los párpados,
el martes reciente se hizo
                                                            sábado futuro.
REZUMA LA TARDE
sol y silencio,
en el patio,
detrás de los visillos.
Acaba de recorrer las calles
agitadas por un torrente incansable de coches
conducidos por madres
que acaban de recoger a sus hijos a la salida de las escuelas,
por furgonetas de reparto
que esquivan sin aflojar el acelerador
los coches aparcados en doble fila.
De pronto, ha recordado esas mismas calles
en la tarde de un domingo,
mortuorias, fantasmales,
como ahora el patio,
a pesar de la entrega desinteresada del sol,
y ha bendecido a los roncos motores
por su empeño altruista al mostrar
los indicios verdaderos de la vida.
MITIFICAR. DESMITIFICAR.
He aquí el hermoso tema de un gran poema.
Algo así como decidir el azul y la hondura
de los pensamientos.
Igual que el trabajo abstracto de cerrar una circunferencia:
el mito de desmitificar,
la desmitificación del mito.
El psicólogo onanista,
el trabalenguas gratuito,
el docto crítico postmoderno...
­¡Oh, la postmodernidad!
Qué hermoso tema para una charla de café.
A VECES EL MUNDO,
quiero decir la Historia,
tiene la densidad del tacto sorprendido
y gana, para nuestro convencimiento,
realidad dura y apretada.
Y la voz,
su Voz,
podría caber en su inmenso cuerpo.
El corazón se acelera,
el sol brilla con un sentido
mucho más elevado que el instante.
Las ciudades se llenan de altavoces,
todas las ciudades del planeta,
y sólo faltan sus palabras
para que la representación de la Historia se inicie.
Las palabras,
esas palabras de la frase rotunda, clarividente,
que sólo de tarde en tarde ha sabido pronunciar.
Aguarda el silencio.
Y de nuevo regresa el día ordinario.
TIENE EL PODER DE CONTEMPLAR EL FUTURO.
Reconoce los rostros que imagina,
las conversaciones,
los actos a los que darán lugar.
Sucederá así.
Y, del mismo modo que si fuera un recuerdo,
no podrá hacer nada por cambiarlo.
YA EMPIEZAN A APARECER
sus cuerpos extranjeros
asomando de las camisetas y los shorts.
Invaden las calles con arcos,
los parques en torno
a las paradas de los autobuses
que cubren el servicio de las playas,
cometen pequeñas infracciones en sus coches de alquiler.
Es, de nuevo, el fruto bárbaro de la estación.
Habitarán lugares
que sólo a ellos están reservados.
Nadie hablará con ellos
—qué pueden saber—.
Y al irse, en el otoño,
dejarán tras sí,
la nostalgia irreal
de una colonia de alienígenas.
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Copyright ©José Antonio Sainz, 2007
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Fecha de publicaciónSeptiembre 2007
Colección RSSTrasluz
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