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El poeta y su doble

V

José Antonio Sainz
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                                          La intensidad
de un fogonazo, puede que solamente,
y también una antigua inclinación humana
por confundir belleza y significación.
Imágenes hermosas de una historia
que no es toda la historia.
Jaime Gil de Biedma
RECONOCE LOS VAGOS ESTÍMULOS
que otros transforman
en materia literaria,
los incipientes síntomas de un absoluto:
la luz, el viento de lija
de noche, en primavera, en el balcón;
la placidez vespertina,
acuosa y equilibrada,
de sombra y tiempo;
la mañana aún fresca
que contiene cada cosa en su lugar
y es, así, una prolongación ideal de nosotros mismos;
los sueños, por fin,
los deseos inventados e improbables.
Sabe que si la vida,
esa imagen que construyen con la memoria
y proyectan hacia otros espacios,
resulta grata,
se debe a su condición pretérita
y su fijación escrita
y, por ello, inmensamente falsa.
No importa el sentimiento real de entonces
ni la falsificación hipócrita, convencional, de la escritura:
la realidad apenas tiene cotos donde habitar.
EMPIEZA UN NUEVO TIEMPO,
desocupado, expectante.
La isla se encoge;
el viento delgado
se queda solo en las calles en sombra.
Un silencio luminoso.
El día,
idéntico en todas las latitudes.
Un silencio luminoso,
y el tiempo florece
con los adornos antiguos
que seducen y envenenan.
LA DIFÍCIL TAREA
de organizar el caos,
de resistir las embestidas hueras
del tiempo rancio y el sudor.
Un escenario distinto,
tan ajeno que sólo se hará propio
cuando la rutina de ahora
nos despierte de golpe
en el recuerdo.
El verano,
de improvisto y sin agenda.
LA REALIDAD APENAS EXISTE.
Las cosas que se tocan
—el papel, el sol, una llave—
tienen cuerpo,
la solidez de la materia.
Pero la realidad,
que apenas existe,
que quizá desde siempre ha sido escasa,
es una interferencia
de representación, significado y sentimientos.
La materia por sí, apenas importa,
apenas existe.
Un cadáver,
sin la distancia que lo convierta
en representación,
que lo insufle de sentimiento,
que lo unifique con el valor
que otros ojos le otorgan,
es sólo una materia más,
neutra, insignificante.
Y la vida,
imperceptible
de tan pegada a nosotros mismos,
a menudo deja también de ser real.
Estos días azules y este sol de la infancia
Antonio Machado
ESTA DESGANA,
este sentimiento lánguido,
la falta de estrategia
con que enfrentarse al tiempo,
la canción que falta,
el libro inencontrable.
y que no rellena el hueco del universo,
el poema inacabado,
las trompetas sordas que nada anuncian,
que no abren las puertas doradas
de los deseos incumplidos,
del ideal que pertenece a versos imposibles,
la desconfianza
que no es siquiera la ilusión insolente,
que es sólo un agujero,
un zarpazo sin convicción en el aire...
EL CIELO DENSO
sobre los restos de la fiesta:
vasos de plástico, cajetillas arrugadas,
cáscaras de avellanas, estiércol;
la textura húmeda del aire
que empapa
la tristeza más amarga,
la que sucede a la alegría;
la cubierta infranqueable
de esta primera tormenta de verano,
después del solsticio;
la tristeza de olor a orín y vómito
en las esquinas,
en los rincones junto a los garajes.
La tristeza absoluta,
sustantiva,
del día después,
y su silencio clarividente.
DEJAR DE ESCRIBIR
es a la literatura
—le ha puntualizado alguien—
lo que a la vida el suicidio.
No importa si su esencia es la metafísica
o el tiempo
o ser un refinado objeto de consumo.
El mundo permanecerá inmutable
aunque no escriba
y se limite a observar
desde lejos,
a no pensar a una velocidad distinta,
que nada tiene que ver con la razón,
a no escribir libros que se leen en dos direcciones,
igual que los crucigramas.
Levanta un instante los ojos
y piensa aún si se disparará un tiro
que seque la tinta de sus manos,
si se arrojará a la hoguera
del silencio,
si demolerá el edificio de su conciencia
hasta aniquilar su malestar
y permanecer indiferente
al hueco extrañado que quedará después.
Avísate bien, que yo llegaré
a ti a deshora, que non he cuydado
que tu seas mancebo o viejo cansado,
que qual te fallare tal te levaré.
Anónimo
LA MUERTE
nos llenaría de su pánico irreprimible
si no fuera por su fecha inconcreta,
que la convierte en una hipótesis verosímil pero remota.
En realidad,
lo que no podemos sufrir
es nuestra muerte
—no la abstracción del hecho—,
el tiempo en nuestra ausencia.
La muerte de los otros
se convierte en un ritual de compasión,
de dolor, de nostalgia,
en un ritual de literatura.
Y la muerte,
la real, la que nos estrecha el esqueleto,
tiene sólo la mudez restallante,
súbita,
de lo que no puede ser comunicado,
del pánico desnudo
al vacío.
EPÍLOGO
Lo extraordinario,
con su repetición,
acaba también por convertirse en rutina.
Lo distante,
por la propia inercia del tiempo,
se desfigura como un sueño,
como la visión de un presentimiento,
como lo improbable.
Sólo quedan las palabras,
sus destellos,
cada vez más menguados y débiles.
Aquel cuarto,
el sol sobre los patios
atravesando su oro los visillos,
los estímulos casuales,
ya sin interés, sin densidad real,
sólo pueden ser ya motivos literarios,
huellas oscuras,
idénticas a las de ahora,
símbolos,
palabras.
Contempla a veces el valle,
las montañas,
vuelve, algunos minutos ociosos,
a hojear las páginas del cuaderno.
Sólo desearía la rutina,
sumergir lo que suceda,
lo que ha de suceder,
en la disposición idéntica de los días,
cada objeto, cada acción
encajados en su lugar,
en su momento irrevocable.
Y escribir o dejar de hacerlo
tendrá también su acomodo.
Contempla la luz pálida del cielo en el verano de aquí.
A veces mira hacia adentro
y aún le sorprende
la confusión anudada a su conciencia,
resbaladiza,
de ser a la vez tantos y ninguno.
Nada acata la voluntad
de los símbolos.
Y, en el fondo,
todo queda afuera, al otro lado,
al final del poema.
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Copyright ©José Antonio Sainz, 2007
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Fecha de publicaciónNoviembre 2007
Colección RSSTrasluz
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